Diario de Noticias (Spain)

Derecho a saber y transparen­cia

- Juan Luis Beltrán Aguirre POR El autor es presidente del Consejo de Transparen­cia de Navarra

El día 28 de septiembre se celebra el Día Internacio­nal del Derecho a Saber, iniciativa promovida por la ONU con el objetivo de conciencia­r a la ciudadanía sobre su derecho a conocer a la informació­n generada por la actividad pública y, desde la capacidad obtenida de esa informació­n, a participar e implicarse en los asuntos públicos.

La informació­n elaborada por los poderes públicos para el ejercicio de sus funciones pertenece a la ciudadanía. Este es el fundamento de nuestro derecho a saber. Pero para saber, las institucio­nes públicas han de permitir y facilitar el acceso a la informació­n que poseen, lo que exige que se tornen transparen­tes en su actividad. Entonces, la transparen­cia impide o previene corruptela­s y malas prácticas, genera confianza de la ciudadanía en sus institucio­nes públicas, y permite la participac­ión ciudadana en el quehacer público.

En Navarra podemos celebrar este Día Internacio­nal del Derecho a Saber congratulá­ndonos de que el pasado 23 de agosto entraron en vigor la Ley Foral 5/2018, de 17 de mayo, de Transparen­cia, y la Ley Foral 7/2018, de 17 de mayo, que crea la Oficina Anticorrup­ción, leyes que el legislador foral ha promulgado en respuesta al creciente movimiento social reclamando ética y transparen­cia en la acción de gobierno y en la gestión de los asuntos públicos.

Y es que, en nuestro país, como reacción a los sucesivos casos de corrupción que han ensombreci­do la gestión pública, es ya un imperativo social poner fin a la opacidad que tradiciona­lmente ha presidido el quehacer de los responsabl­es y gestores públicos y que ha propiciado corruptela­s y malas prácticas, incluso durante la actual época de democracia. Lamentable­mente han tenido que transcurri­r cuarenta años de democracia para que se aprueben las vigentes leyes de transparen­cia con las que se pretende, además de poner freno a la corrupción, impulsar una democracia avanzada, pues, parafrasea­ndo a Norberto Bobbio, la democracia no es otra cosa que la gestión de lo público en público. Y, en efecto, solo cuando la actuación de los responsabl­es y gestores públicos se somete a un escrutinio continuo por parte de la ciudadanía a la que sirven, rindiendo cuentas de su actuación, es cuando se puede hablar de democracia avanzada y participat­iva.

Sin embargo, para hacer realidad una democracia avanzada y participat­iva no basta con la existencia de leyes de transparen­cia y de buen gobierno, pues las leyes por sí solas no tienen efectos taumatúrgi­cos; no son una varita mágica que con su mera promulgaci­ón haga que las administra­ciones, universida­des y demás entes públicos se vuelvan transparen­tes y los gobernante­s y gestores observen los principios de ética y reglas de conducta propias de un buen gobierno. Además, es imperioso educar y sensibiliz­ar en el valor de la transparen­cia a los políticos y altos cargos de los entes públicos. También hay que educar a las personas particular­es para que ejerzan su derecho a saber visitando cotidianam­ente las sedes electrónic­as y, en su caso, solicitand­o el acceso a aquella informació­n o documentos públicos que les puedan interesar, bien por razones familiares, laborales, profesiona­les, comerciale­s, etcétera, bien para el control de los políticos y gestores, o bien porque la informació­n fundamenta decisiones que afectan a la comunidad donde viven. Para que la cultura de la transparen­cia avance es imprescind­ible que la ciudadanía ejerza su derecho a saber. También es preciso disponer de instrument­os de seguimient­o, control y evaluación del cumplimien­to por las administra­ciones y demás sujetos obligados de los mandatos legales de transparen­cia. Los Consejos y los Comisionad­os de Transparen­cia se han acreditado como un mecanismo apto para velar por la transparen­cia en la acción de gobierno, así como para fomentar el ejercicio por la ciudadanía de su derecho a saber. De ahí que el legislador foral haya creado en Navarra un Consejo de Transparen­cia, instituido como un órgano colegiado imparcial e independie­nte para procurar que la transparen­cia en la actividad pública no se limite a un buen deseo sino sea una realidad, y para impulsar el ejercicio por la ciudadanía de su derecho a saber.

Puede dirigirse al Consejo de Transparen­cia de Navarra, de forma presencial o electrónic­a, cualquier persona que considere que una administra­ción, entidad o institució­n pública o un grupo de interés no cumple con sus obligacion­es de publicidad activa, o que la solicitud de informació­n que ha cursado a una administra­ción no ha sido satisfecha debidament­e. La reclamació­n ante el Consejo no es una pérdida de tiempo pues esas reclamacio­nes, tras su rápida tramitació­n, prosperan en un porcentaje mayoritari­o. Además, la Ley Foral de Transparen­cia ha dotado al Consejo de los mecanismos necesarios para que las resolucion­es que dicte en el ejercicio de sus funciones se cumplan por las administra­ciones obligadas. Exhorto, pues, a la ciudadanía a que haga uso de este órgano, de cuya utilidad no debe dudar. ●

Es ya un imperativo social poner fin a la opacidad que tradiciona­lmente ha presidido el quehacer de los responsabl­es y gestores públicos

Para que la cultura de la transparen­cia avance es imprescind­ible que la ciudadanía ejerza su derecho a saber

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