‘Capitaclismo’
En julio me petó el interné y, tras mil llamadas, apareció un Mágico González llegado del áfter sin circulación sanguínea: la tenía sanguinaria. Me pidió un cigarro y preguntó tambaleándose de qué compañía era yo, porque él, autónomo de una subcontrata de una subcontrata, ni idea. Temiendo por su salud y la de mi hogar, después de una eternidad sin solución, le dije que lo dejara. Y agonizante acepté la sugerencia de un comercial para instalar fibra óptica. O algo así. Vino entonces un manitas con olor a Nenuco y enseguida preparó una conexión NASA. Más cara, claro.
En agosto tuve un problema con el seguro, y mi hermano otro, y mi madre otro. Tras avisar de los diversos incidentes se hizo el silencio. Y cuando al cabo de varios días nos atendió un ser humano, en un caso achacó el olvido a un error informático. En otro, culpó de la demora a la subcontrata de la subcontrata… y ésta a un error informático. Y en el último acusó falsamente a la otra parte de rechazar un acuerdo amistoso. Bill Gates se libró. En los tres se nos conminó a arreglar los desperfectos por nuestra cuenta, y luego veríamos. El mecánico nos contó que las aseguradoras –“todas”–, a sabiendas de que el coche es necesario en vacaciones, marean para que al final el cliente se haga cargo. Un demagogo, seguro. Es el liberalismo con música de contestador automático. Es la deslocalización no entre países, no, entre personas. Pues ya ignoramos quién nos paga y a quién pagamos, y el único contrato indefinido es el que nos ata a un clan telefónico, eléctrico, bancario. Ayer soñé que Aznar forjó ese cuerpazo con sangre, sudor y lágrimas: intentó dar de baja al móvil. Su cerebro también trajo esto. ●