Un sorprendente mundo menguante
La ópera bufa L’elixir d’amore, se abre con una novedosa y espléndida puesta en escena, sin embargo, tuvo, en el segundo acto, sobre todo para los protagonistas, su culminación musical; fue donde mejor culminó la calidad la gran Sabina Puértolas, donde el tenor Siragusa modeló con más detalles su incisivo timbre, y donde la orquesta preparó las mejores atmósferas, llenas de delicadeza, para el lucimiento y brillo de esas arias cumbre de la ópera –Una furtiva lagrima, Nel dolce incanto– que conectaron con la emoción del público. Porque, en el muy movido, entretenido, sorprendente y espectacular primer acto, desde el punto de vista musical, hubo de todo. Veamos: Adriano Sivinia nos propone un mundo liliputiense que vive en un trigal, creando un ambiente de cuento francamente admirable para la trama de la ópera. Todo está muy bien realizado, nunca se pierde esa perspectiva nueva para el espectador, e, incluso, queda reforzada por unas proyecciones muy bien encajadas. Se juega con el reciclaje de lo que va cayendo en el trigal, y, aunque Belcore o Dulcamara, salgan a escena con una majestuosidad de hojalata: hay ironía, humor y ese fatuo empaque de los personajes tan bien definidos por el libreto, y tan bien defendidos por E. Franco y P. Ruiz. En esa microcomunidad, como siempre ocurre con el coro de la AGAO, la gente se mueve con soltura, con excelente disciplina coreográfica, y con resuelta y plena calidad vocal –delicioso el coro femenino, y muy bien realizado el fragmento del final del primer acto, que, en desenvuelta simetría, hace un guiño al musical–. Y, hablando de guiños, no pude evitar un cariñoso recuerdo a Valentín Redín, cuando en la producción de 1991, subió al Orfeón en aquel esplendoroso tiovivo. La única pega, a mi juicio, en este colorista ambiente, es el excesivo movimiento de todos; no se por qué hay que estar moviéndose todo el rato; incluso en el momento, que quiere ser crucial, de la foto fija, enredan los críos. La Sinfónica de Navarra, a mi entender, se hizo con el foso en la segunda parte; en la primera salen en demasía los metales, y apenas se oye la cuerda. El fagot, clarinete, arpa, trompa… en las arias finales; magníficos. Pero la orquesta, no suena igual en el foso que arriba. La dirección musical de Matteo Beltrami también fue algo sorprendente. En el primer acto optó por unos tiempos rápidos, casi de agobio para las voces. La verdad es que, ese tempo, le va a la ópera, sobre todo en los tramos muy jocosos e intrascendentes –el juego con el elixir, etc–, pero siempre que los de arriba respondan y se ajusten bien. Algunos agudos salieron destemplados, quizás, por esa precipitación. El segundo acto: mucho mejor, bien pulido y acomodado a las voces. Excelentes los detalles del continuo con sus citas a Tristán –cuando se nombra–, y otras óperas. Andrea Jiménez firmó un Gianetta estupenda; su voz llega bien, su figura y teatralidad desenvuelta, también. Emmanuel Franco hace un Belcore convincente: redondez vocal, algo exagerada su bis cómica, salta bien el foso. Me gustó el timbre de bajo de Pablo Ruiz en Dulcamara; tiene empaque, no defrauda al cubrir, con creces, la figura, siempre enaltecida, por su carruaje. Antonino Siragusa tiene un timbre incisivo y algo blanco, muy tenoril; un poco más de carnosidad limaría esa, por otra parte, muy luminosa proyección; pero va bien al agudo –dio algunos innecesarios– y se lució en el segundo acto; en el primero se mantuvo en un fraseo un tanto monótono. Del mismo modo, Sabina ofreció todo el esplendor de su algodonosa y magnífica media voz, de la calidad de sus recitativos, y de sus preciosos filados de los agudos, en sus intervenciones finales. En general, en el comienzo todo quedó algo destemplado. Fue una velada, si no completa, sí entretenida, y, con grandes momentos operísticos que fueron premiados con cerrados aplausos. Lo peor, sin duda, es que el Baluarte no se llenó. Y fue una pena. Porque es la típica función para crear afición. Claro que, por otra parte, quizás este título, a algunos veteranos aficionados, se les haga un tanto repetitivo. Bueno. Pero ya vendrá Otelo. ●