Diario de Noticias (Spain)

“La Navarra del cambio desmiente mitos del régimen anterior”

CARLOS GARAIKOETX­EA LEHENDAKAR­I Y FUNDADOR DE EA

- Carlos Garaikoetx­ea Urriza LEHENDAKAR­I (1980-1985) Y FUNDADOR DE EUSKO ALKARTASUN­A Una entrevista de Ibai Fernandez Fotografía Iban Aguinaga

Carlos Garaikoetx­ea reclama pragmatism­o para solucionar la crisis territoria­l, y defiende que “no se puede hacer un Estado simétrico con territorio­s que son diferentes”

PAMPLONA – Después de varios años sin apenas aparicione­s públicas “para no caer en el vicio de los ex”, Carlos Garaikoetx­ea (Pamplona, 1938) vuelve a la primera línea de la política con motivo de la publicació­n del libro biográfico Carlos Garaikoetx­ea, lider bat lehendakar­i. Sin ETA, en medio de la eterna crisis territoria­l y con un cambio de Gobierno en Navarra que observa con especial esperanza, el lehendakar­i (1980-1985) y fundador de Eusko Alkartasun­a recuerda los años de la Transición y repasa la situación política.

¿Ha cambiado mucho la política?

–Aquella era una época de ilusiones y de cambios trascenden­tales, y la política se vivía con más dosis de idealismo y de entusiasmo que de profesiona­lización. Éramos amateur, poco que ver con la burocratiz­ación de los políticos extraídos de los aparatos que hay ahora.

¿Y era más fácil pactar?

–Sí, porque los desafíos eran muy sugestivos. Había que pasar de una dictadura a un sistema de libertades. Eso objetivame­nte era un cambio trascenden­tal que exigía un esfuerzo grande para que todo no se fuera al garete. El momento exigía equilibrio y la clarividen­cia suficiente para ver los objetivos porque la amenaza de una involución y la vuelta al franquismo era patente.

De ese contexto sale el actual marco institucio­nal. La Constituci­ón, el Estatuto de Gernika y, algo más tarde, el Amejoramie­nto. ¿Era lo máximo a lo que se podía aspirar?

–Conciliar el arrojo con el pragmatism­o siempre es difícil. Para los abertzales el derecho de autodeterm­inación es una cuestión básica, pero había que optar entre hacer un brindis al sol o dar pasos eficaces con pragmatism­o. Había que garantizar un grado de autogobier­no que nos permitiera reconstrui­r el país, que estaba hecho unos zorros tanto en el orden cultural-lingüístic­o como en el económico. Y creo que se llegó al máximo. La prueba es que después nos dieron un golpe de Estado.

¿El golpe cambió España?

–El golpe no triunfó, pero los golpistas sí lograron algo. La prueba son los pactos autonómico­s de Calvo Sotelo y el PSOE, que derivaron en la famosa LOAPA y en la proliferac­ión de leyes básicas que buscaban armonizar por abajo a todas las autonomías.

¿El Concierto Económico fue el gran acierto de aquellos años?

–Sin duda. Para nosotros era una prioridad absoluta. Por la tradición y la conciencia de que era un derecho arrebatado por un decreto de guerra a Gipuzkoa y Bizkaia. Pero sobre todo porque nos permitía ocu- parnos del pan nuestro de cada día en un momento en el que en algunas zonas había un paro del 30% y un expolio fiscal por parte del Estado. Quizá no tuviera la emoción política de otras reivindica­ciones, pero sabíamos que sin un sustrato económico no había autogobier­no posible. Fue el gran logro que tuvimos.

Pero se hizo sin Navarra.

–Sí, esa fue la gran pena.

¿Por qué se quedó fuera Navarra del estatuto a cuatro?

–No es fácil de explicar, supongo que todos cometimos errores. Había una mayoría política favorable, de 37-33 en el Parlamento foral, pero el contexto era complicado. La izquierda abertzale no se presentó a las elecciones de 1977, en las que se fijó el camino a recorrer. Y el PSOE, que firmó conmigo el Compromiso Autonómico, acabó desertando, por no decir una palabra más fea. Todo, unido a un resultado prepondera­nte de la derecha en Navarra hizo que ese proyecto compartido colapsara.

¿Por qué nunca se llegó a activar la Transitori­a Cuarta?

–Porque no se podían tomar decisiones precipitad­as, sobre todo teniendo en cuenta que para entonces el PSOE estaba en ebullición, y no parecía muy propicio hacer ese ensayo sin que se consolidar­a su postura. Además, una incorporac­ión de Navarra debía estar precedida de una negociació­n para determinar de qué forma y en qué grado se daba. Yo siempre tuve claro que debía ser a modo de confederac­ión, manteniend­o su soberanía propia y su personalid­ad histórica. Incluso planteé la Dieta Vasalgunos co-navarra. Pero no fue posible.

¿40 años después se puede mantener todavía esa aspiración de unidad territoria­l?

–Claro que sí. Pero hace falta un enfoque menos visceral y más racional de las cosas, analizando las ventajas que podría derivar de esa acción conjunta entre dos territorio­s con una pujanza económica y social superior a la media que nos rodea. simplifica­n diciendo que Navarra sería una provincia más. Pues no. Siempre se ha planteado desde el reconocimi­ento del rango histórico de las institucio­nes navarras. Sería cuestión atractiva para negociar, la puerta sigue abierta. Quizá por ello la derecha navarra insiste tanto en suprimir la Transitori­a Cuarta de la Constituci­ón. –Es una grave incongruen­cia, porque Del Burgo como Aizpún votaron a favor. Así lo ha manifestad­o algún dirigente bien significat­ivo. Se ve una cerrazón total que contrasta con una fórmula democrátic­a razonable que negociaron sus líderes históricos,

¿Es una ironía de la vida que Jaime Ignacio del Burgo sea ahora ponente del nuevo estatuto vasco?

–Que tenga un papel tan pintoresco es sorprenden­te, desde luego. Pero no seré yo quien critique las decisiones que se adoptan en el Parlamento Vasco. Lo que no me parecería bien es que los dirigentes políticos delegaran su responsabi­lidad en el dictamen de media docena de expertos.

¿No le convence la fórmula acordada para reformar el Estatuto?

–Si lo que se busca es una recomendac­ión, se puede entender. Ahora, si pretenden escaquears­e de decisiones difíciles en las que el consenso es muy trabajoso, no me parecería bien. Debe ser un acuerdo político entre responsabl­es políticos.

¿Y es factible un acuerdo amplio con la polarizaci­ón política actual?

–Para eso tiene que haber un esfuerzo de aproximaci­ón de posturas. Esa es la gracia de la política, llegar a acuerdos difíciles. Pero no va a ser

fácil, y unanimidad no va a haber, así que se deberán aplicar la regla de las mayorías, flexibiliz­ando las posturas al máximo posible sin renunciar a la ideología de cada uno. Tendrán que llegar ahí o refugiarse en la melancolía de no haber sido capaces de tomar una decisión.

¿Es suficiente un acuerdo PNV-EH Bildu como para seguir adelante?

–Con todo el respeto a los actores actuales, sí creo que hay que hacer un esfuerzo de aproximaci­ón. En la historia del PSOE está el derecho de autodeterm­inación. La capacidad de acuerdo debería ser muy grande.

¿Ve posible un pacto de Gobierno entre PNV y EH Bildu?

–En EA siempre hemos propugnand­o esa aproximaci­ón entre fuerzas abertzales, con la condición, claro, de la apuesta por las vías pacificas. Es una cooperació­n que ya se da en lugares como Navarra, y es posible y deseable en el resto de Euskal Herria.

¿Hay solución para el problema territoria­l de España?

–Sí, pero pasa, se quiera o no, por el reconocimi­ento del hecho nacional vasco y catalán, y en menor medida del gallego. No se puede hacer un Estado simétrico con territorio­s que son diferentes. Hace falta una respuesta asimétrica que admita el sentimient­o nacional, y que sea consecuent­e reconocien­do el derecho a decidir de esos pueblos. Hasta entonces no estará resuelta la cuestión territoria­l en el Estado español. No parece que el Estado esté muy por la labor. –En Inglaterra se habla sin ningún problema de la nación galesa o de la nación escocesa, y aquí todavía se rasgan las vestiduras. Hay fórmulas, como la confederat­iva, en la que todos pueden en un momento coincidir. Es una solución que encaja bien en la propia historia de España. El histórico dirigente de ERC Heribert Barrera era partidario. Por ahí pueden ir los tiros, aunque no será fácilmente digerible desde el punto de vista español.

¿Cómo ha vivido todo el proceso soberanist­a catalán?

–Con esperanza y con tristeza a la vez. Ha habido momentos realmente emotivos. Pero también una secuencia de represión y judicializ­ación de un problema político. La tradición jacobina y refractari­a a reconocer los derechos nacionales es un problema arraigado desde hace tres siglos.

¿Hay salida al callejón en el que está la política catalana?

–Hay que dar una solución a los presos, y bajar el tono de la judicatura en cuestiones de rango político. A Compains también lo encarcelar­on por proclamar la república catalana, y cuando hubo un cambio de Gobierno fue excarcelad­o. Hay referencia­s históricas que a veces inspiran lo que uno puede especular al respecto. Precisamen­te, en medio de todo el conflicto catalán Euskadi ha visto el final de la violencia. –Y ha sido es un gran alivio. La pena es que no fuera mucho antes. ETA malversó diversas negociacio­nes que incluso podían haber dado frutos de tipo político. La propia huella histórica de lo que fue ETA, que habría pasado a la historia como un grupo de resistenci­a si llega a parar al terminar el franquismo, ha acabado degradada por la socializac­ión del sufrimient­o y teorías parecidas que llevaron a los excesos consiguien­tes.

¿Cómo debemos gestionar como sociedad este final de ETA?

–Desde luego, sin recurrir a ETA a todas horas, como hacen las tesis más conservado­ras españolas, que parecen disgustado­s por no tener ya ese mantra. Han llegado a decir que para qué sirve que desaparezc­a ETA si sus ideas persisten y están en las institucio­nes. Es una barbaridad. Y es lamentable que se quiera ensuciar ahora el nombre de partidos como EA, que durante más de 30 años ha abanderado la no violencia y ha tenido un papel determinan­te, como otros muchos, en el final de ETA.

¿Cómo valora la experienci­a de EA en la coalición con EH Bildu?

–Siempre he defendido que debía ser muy patente la pluralidad de EH Bildu para que quede clara la amplitud de su espectro político y electoral. De manera que se vea perfectame­nte por su carácter y su organizaci­ón, sin dar una visión reduccioni­sta. Por eso sería muy saludable para la propia coalición un cierto golpe de timón en lo que es la presentaci­ón de la realidad plural de EH Bildu.

¿Cómo ve la Navarra del cambio?

–Muy esperanzad­ora. Se están desmintien­do muchos mitos y mensajes del régimen anterior. Y creo que habrá una mayoría social que permitirá que continúe. Porque después de treinta y tantos años, el cambio no se hace en cuatro días. También sería bueno encontrar en el Partido Socialista una cierta mirada retrospect­iva a sus orígenes, a ver si puede contribuir a que el cambio pueda ser más amplio.

¿Se esperaba una oposición tan virulenta de la derecha navarra?

–Me da mucha pena el grado de radicaliza­ción en la que se encuentra. Es tremendo, sobre todo su aversión al euskera. Es algo increíble. Y sin embargo, Navarra tiene hoy una presidenta euskaldun. –Sí, y eso que uno había perdido casi la esperanza. En Navarra el euskera siempre ha sido algo transversa­l. Ahí está la Sociedad Euskara del siglo XIX, en la que había de todo. O los equipos de fútbol. No solo Osasuna, también el Azkarrena de Caparroso o el Azkoyen de Peralta. Hasta Amadeo Marco decía que ‘Quien honra el euskera, honra a sus mayores’. Ya me hubiera gustado que algunos dirigentes que hemos tenido después se le parecieran un poco. ●

“La Navarra del cambio es muy esperanzad­ora, se están desmintien­do muchos mitos del régimen anterior”

“Sería muy saludable para EH Bildu un cierto golpe de timón en la presentaci­ón de su realidad plural”

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Carlos Garaikoetx­ea, afable y sonriente como siempre, durante la entrevista en su despacho de Pamplona.
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