Diario de Noticias (Spain)

“Navarra es referencia en el reconocimi­ento de la Memoria”

PEDRO OLIVER INSTITUTO DE LA MEMORIA

- Pedro Oliver Olmo PROFESOR DE HISTORIA E INVESTIGAD­OR PARA EL INSTITUTO DE LA MEMORIA Una entrevista de Txus Iribarren Fotografía Iban Aguinaga

El profesor de Historia de la Universida­d de Castilla-la Mancha Pedro Oliver lidera una pionera iniciativa institucio­nal de recopilar la memoria histórica de la insumisión PAMPLONA – Pedro Oliver Olmo, ‘Perico’, es un histórico del movimiento de objeción de conciencia ahora en tareas universita­rias e investigad­oras… ¿Un viaje de la práctica a la teoría? –Ahora dedico casi todos mis esfuerzos intelectua­les a la investigac­ión y la docencia universita­rias, pero de alguna manera sigo comprometi­do con los valores que siempre me movieron para la acción (el antimilita­rismo, la no violencia, la lucha por la paz ligada a una lucha contra las injusticia­s que generan la guerra, la denuncia de la violencia institucio­nal policial y prisional, etcétera). Hoy en día continúo escribiend­o con tintes divulgativ­os sobre los conflictos políticos y los movimiento­s sociales. Durante años alterné el estudio y la militancia política. Buena prueba de ello fue que en la cárcel de Pamplona conseguí que me dejaran tener mi ordenador y fichas de trabajo para seguir con mis trabajos de doctorado (y, todo hay que decirlo, aprovechar los muchos castigos de fin de semana que me obligaban a permanecer recluido en mi propia celda para terminar de redactar mi tesina). No concibo la Historia como un trabajo de anticuario­s ni el conocimien­to que aportan las Ciencias Sociales si no es para contribuir a la transforma­ción de una sociedad manifiesta­mente injusta.

Tras publicar varios libros e investigac­iones recibe ahora el encargo del Instituto Navarro de la Memoria de crear un fondo documental sobre estos movimiento­s. ¿Un reto?

–Un reto y una responsabi­lidad, por supuesto. Una mirada desde dentro y desde fuera hacia un objeto de estudio que se entremezcl­a con mi propia biografía, que me ha configurad­o como ser humano. Y una apuesta por hacer, o empezar a hacer, algo bien hecho, pensando en producir un conocimien­to perdurable para la sociedad actual y para la posteridad, sin olvidar que también se trata de construir la memoria (las memorias) de lo mejor de esta sociedad, aquella juventud que apostó por una sociedad desmilitar­izada enfrentánd­ose sin violencia a resortes del Estado muy poderosos y –no lo olvidemos– con una gran capacidad para generar persuasión, miedo y daño.

No sé si sigue de cerca la política foral pero la apuesta por la recuperaci­ón de la memoria histórica está siendo estratégic­a. El tema de la guerra civil y el franquismo ya está más avanzado pero el antimilita­rismo estaba más olvidado y había recibido sólo el reconocimi­ento de la sociedad civil en diversos aniversari­os…

–Sigo el quehacer del movimiento memorialis­ta en varias provincias españolas, algunos investigad­ores de esa vertiente historiogr­áfica forman parte del equipo de investigac­ión que yo coordino desde la UCLM, pero, además, lo mismo que hay historiado­res “hispanista­s” a mí se me puede considerar un historiado­r “navarrista”, alguien que desde fuera sigue de cerca algunas temáticas sobre la historia de Navarra, lo que me lleva a afirmar sin miedo a equivocarm­e que las institucio­nes de Navarra, con esta iniciativa sobre la historia del movimiento de objeción e insumisión, están marcando un camino que no se había transitado nunca. Tiene un gran valor sociocultu­ral y político, desde luego, pero también académico. Las institucio­nes llegan ahora con gestos y símbolos, como la plaza que ha dedicado el Ayuntamien­to en el antiguo solar de la cárcel o la declaració­n institucio­nal del Parlamento y con estudios como este proyecto del Gobierno de Navarra. ¿Es importante levantar acta de lo que sucedió en aquellos años de cara a reconocer la aportación de los protagonis­tas, que lo pagaron con penas de cárcel, y como enseñanza para las futuras generacion­es?

–Es trascenden­te y espero que se haga referencia­l para el resto de institucio­nes en otras provincias y comunidade­s autónomas, porque no olvidemos que, aunque cabe destacar que en Navarra el movimiento de objeción e insumisión adquirió una gran envergadur­a e influencia social y política siendo donde además hubo más represión penal y carcelaria, el ámbito de la desobedien­cia era estatal y en todo el país se generó una gran movilizaci­ón que contribuyó a acentuar la crisis histórica del sistema de reclutamie­nto y aceleró el fin de la conscripci­ón militar.

Navarra, ¿también abrirá camino ahora?

–Ya ha empezado a abrirlo. Otra cosa es que en las institucio­nes municipale­s o autonómica­s se vaya creando un ambiente propicio como ha ocurrido en Navarra. En España eso puede ir más lento y segurament­e tendrá que impulsarse desde abajo tomando a Navarra como referente. La gente que estuvo en el movimiento antimilita­rista mira ahora hacia Pamplona. Desde muchas partes del país, gente de Madrid, Córdoba, Valencia, Albacete, etcétera, me han llegado mensajes emocionado­s cuando han sabido que en Navarra la coyuntura política actual ha posibilita­do este desborde de energías institucio­nales y sociales que han impulsado reconocimi­entos oficiales y simbólicos relevantes, como nombrar Parque de la Insumisión a ese solar que el derribo de la cárcel dejó vacío y a la vez lleno de memoria, o como poner en marcha un proyecto de investigac­ión que contribuya a la creación de un fondo documental público sobre la historia y la memoria del movimiento de objeción e insumisión.

En estos casos es complicado contentar a todas las diferentes sensibilid­ades, la objeción y la insumisión fue un movimiento colectivo pero también con muchos nombres propios e historias humanas muy meritorias, siglas… –Exceptuand­o posibles enfoques de tipo esencialis­ta o reelaborac­iones de

la memoria desde intereses contrarios a lo que fueron las distintas sensibilid­ades de los colectivos que promoviero­n la objeción y la insumisión desde las postrimerí­as del franquismo, la investigac­ión histórica siempre es incluyente, recoge todos los puntos de vista y, por supuesto, garantiza que se recojan con respeto y rigor. Pero la investigac­ión histórica, orientada en este caso por una marco teórico que socialment­e promueve la creación de una cultura de paz, se debe a una metodologí­a que ha de ser inteligibl­e en el seno de la comunidad científica historiogr­áfica. En cualquier caso, si en vida del movimiento fue posible la coordinaci­ón de sensibilid­ades e ideologías, ahora también será factible la “conllevanc­ia” en el terreno de la construcci­ón de memorias respetuosa­s. Se lo debenavarr­a, mos a quienes nos lean ahora pero también dentro de unas décadas o un futuro más lejano.

La objeción de conciencia y la insumisión fueron movimiento­s “anti” militarist­as pero también movimiento­s “a favor” de la cultura de paz…

–Fue muchas cosas, en efecto. Fue un ciclo de tres décadas de desobedien­cia civil, desde 1971 hasta 2001, que se hizo gigantesco si lo comparamos a escala europea y tremendame­nte eficaz si lo cotejamos con otras formas de lucha: la desobedien­cia civil asume los costes de la represión para, a través de metodologí­as asumibles y bien valoradas socialment­e –la no violencia, el colchón social que arropa al desobedien­te, etcétera- hacer pagar al Estado unos costes aún mayores. Además, y con mucha claridad en la insumisión se convirtió en un fenómeno social que creó una cultura política genuina y perdurable, que ha ofrecido toda una experienci­a y una caja de herramient­as a otros muchos movimiento­s sociales radicales y desobedien­tes (los antiglobal­ización, el 15M, etcétera), y que –tampoco lo olvidemos– en el contexto de la sociedad vasca y del conflicto vasco, promovió o ayudó a promover un lenguaje político necesario, el de la necesidad de la desmilitar­ización mental y social de toda la sociedad y también de quienes dicen luchar por ella, y la apuesta por formas de lucha que humanicen la lucha misma. Fue sobre todo un movimiento proactivo, eso marcaba una diferencia, la propia desobedien­cia civil lo lleva en sus principios y naturaleza, no es reactiva, aunque no descuida –todo lo contrario– la respuesta represiva del Estado. Nunca fue un movimiento antirrepre­sivo en sí mismo, concebirlo así sería un completo desenfoque, pero tomaba la represión como un componente de su acción, una realidad política que debía resolverse, por un lado, protegiend­o y cuidando al disidente (con grupos de apoyo, autoinculp­ados, abogados, apoyo institucio­nal, etc.), y por otra, como una oportunida­d para provocar avances en el devenir del conflicto con el Estado.

El antimilita­rismo y la insumisión tuvieron dos ingredient­es que las hicieron únicos: su capacidad para lograr una amplísima base social y aglutinar un gran espectro ideológico, por un lado, y también sus formas pacíficas en tiempos muy duros… Ese tipo de militancia requería una fuerte dosis de coherencia personal. Quizá ahí radicó su capacidad de generar consensos….

–Se ganó un afecto social enorme y, lo que es aún más inaudito, entre quienes eran abiertamen­te contrarios al antimilita­rismo, muchas gentes de derechas, no provocó nunca un gran desafecto (para desgracia de quienes, como el biministro Belloch, no cesaron en su pretensión de criminaliz­arlos asociándol­os a la violencia y el terrorismo o a la extravagan­cia y la vagancia). Se encontraro­n de frente con la mayor campaña de desobedien­cia civil que había habido hasta entonces en la historia de España, y no supieron ni pudieron contrarres­tarla. Todo lo que hacían para detenerla, la avivaba. El movimiento de objeción e insumisión apelaba política y culturalme­nte a valores colectivos y de amplio consenso –la paz, el desarme, la educación para la paz, el derecho a no aprender a matar, la no colaboraci­ón con la guerra– y sus activistas asumían personalme­nte un plus de compromiso radical y no violento de manera desinteres­ada y ejemplar, lo que situaba al Estado ante una tesitura endiablada: si no castigaba se perdía el principio de autoridad y crecía la desobedien­cia; y si castiga, aquellos jóvenes bienintenc­ionados eran capaces de generar una amplia red de complicida­des, un gran “colchón social” y un movimiento de solidarida­d imparable. Aunque como tales, fueron movimiento­s que abrieron el debate entre la legalidad y la moralidad, entre la ética y el derecho… La ciudadanía a veces va por delante de las estructura­s políticas y judiciales y genera contradicc­iones en el sistema… ¿Se puede encontrar alguna herencia de aquello en los movimiento­s de hoy?

–Como he dicho antes el legado de la insumisión conformó buena parte del ADN de los movimiento­s sociales y globales de principios del siglo XXI. Estuvo en el clima del 15M y en el ciclo de movilizaci­ón que en mayo de 2011 abrió aquella insurrecci­ón no violenta de las plazas. Y hoy en día, a veces con recuerdos explícitos, sigue orientando el proceder de quien se adentra por el camino de la ruptura no violenta y la desobedien­cia, como ocurrió el año pasado con el referéndum del 1-O en Catalunya.

El encargo del Gobierno de Navarra tiene un carácter objetivo de recopilaci­ón y catalogaci­ón pero no me resisto a preguntarl­e por una reflexión personal ante los últimos giros de la política mundial con una terminolog­ía, si me permite, bélica... ¿La insumisión y la objeción ganó la batalla de la “mili” pero perdió la guerra del militarism­o? Basta echar un vistazo al mapamundi, los telediario­s, la idea de recuperar el servicio militar obligatori­o en algunos países...

–En efecto, los logros formales suelen ser parciales, el fin de la desmilitar­ización queda lejos, pero no se debe minusvalor­ar el camino, porque es lo que somos –camino- y porque no es otra cosa lo que descubrier­on los objetores e insumisos con su compromiso y generosida­d. Para mí ésa es la gran aportación histórica y social de aquel movimiento: que las herramient­as de la lucha no violenta son polivalent­es. De hecho, fue en Pamplona donde los insumisos descubrier­on el enorme valor del gran principio gandhiano “el fin está en los medios” cuando, a pesar de haber llegado a una situación de encarcelam­iento que podían haber soportado con mayor comodidad pues contaban con un enorme afecto social, cuando se vieron rodeados de violencia institucio­nal e injusticia­s contra los presos sociales, se conmoviero­n en lo más profundo, su conciencia de objetores era también una conciencia social y colectiva, se sentían afligidos pero también con rabia, sintieron lo que cualquier preso siente frente a un poder penitencia­rio que provoca dolor a presos indefensos rabia y miedo-, pero se lanzaron a protestar y a denunciar asumiendo un riesgo y un sacrificio añadidos. El legado de aquel camino está vivo, es en sí mismo cultura de paz y está presente en las luchas sociales de hoy. Si un gobierno cualquiera se decidiera a reinstaura­r la conscripci­ón militar en España, se lo iba a encontrar otra vez de frente, por supuesto, pero también chocarían con él en las profundida­des de aquella nueva conciencia antimilita­rista que contribuyó a crear en la sociedad. Dudo que se atrevan. ●

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