La patata caliente
Hace 20 años (el 19 de mayo de 1998) el Ayuntamiento de Pamplona recibió una patata bien caliente. Estaba lleno de humedades y goteras, era un armatos- te arquitectónico –decía nuestro maestro José Antonio Iturri– que la Iglesia, dirigida por Fernando Sebastián, no estaba en condiciones de mantener y como no sabía qué hacer con él lo regaló a Iruña. Hace 20 años que el Monumento a los Caídos pasó a ser municipal, fue un regalo, eso sí, pero con cargas (condicionada a usos culturales, conservando el carácter votivo de cripta y parroquia, sin poder borrar los nombres grabados sobre mármol de los combatientes nacionales, etc).
En aquellos días, la donación se gestó sin meter mucho ruido como para no soliviantar aunque el anuncio se había hecho el 18 de julio de 1997 para más inri. Dijo entonces Chourraut que ya en su anterior mandato había hablado del asunto con el predecesor de Sebastián, José Mª Cirarda allá por el año 1987. El caso es que aquel 19 de mayo de 1998 Valentín Redín –hacedor municipal por antonomasia (¡Cuántos entuertos resolvió el bueno de Valentín!), que con alguna exposición ya “había empezado a desarmarlo de argumentaciones fascistas”, decía Iturri–, el secretario municipal Jesús Lorda; el alcalde de Pamplona Javier Chourraut (gobierno tripartito CDNPSN-IU); el prelado Sebastián; y el entonces consejero foral de Economía y Hacienda, José Mª Aracama (que tenía que autorizar la desacralización, más o menos), firmaron la donación de esta patata caliente en sede noble del Consistorio. Una patata que, lejos de enfriarse, sigue rusiente y quema lo que toca. Mientras sigue en pie el debate sobre si tirarlo o no y pese a que se ha vaciado como panteón de golpistas, la mole sigue incordiando y sigue siendo sede para lo que se hizo (1942-50). Esta mole que sorteábamos en la infancia, porque lo menos que te podía pasar era dejarte las rodillas y además nos daba miedo, nunca fue divertida para jugar (mucho peor que la aburridísima plaza de la Cruz y desde luego que el paseo de Sarasate donde las cadenas de los Fueros eran nuestros columpios). Pues bien, esta mole va a poner ahora ante la Justicia a dos gestores culturales, a dos artistas que viven de irradiar cultura y que les acusan de querer sacar a la luz lo que aún parece se cuece dentro. Creía que era mejor conservarlo por eso de no borrar la historia y evitar repetir hechos infaustos pero esta nueva circunstancia da que pensar y pensándolo bien creo que tienen razón quienes temen que la mole sea foco de atracción de neofascistas. ●