El tránsito migrante en el mundo
No es nada nuevo. Parece que hemos sido y somos nómadas desde el principio. El sedentarismo es, por tanto, una tara de la historia que hace arraigo de la propiedad de la tierra y sus dones, que son muchos y esenciales. Si alguien es propietario de algo, los demás no lo son, de modo que se establece un estado de las cosas excluyente que no puede traer nada bueno. Si seguimos la secuencia, el que es propietario y excluye, al tener de un modo evidente más poder, está en condiciones de elaborar un sistema de leyes que protejan su propiedad y castigue si alguien de los excluidos se atreve a demandar siquiera un pensamiento. Aquí se inicia una compleja maraña de jurisprudencia cuyo único fin es proteger la propiedad y al propietario y también su expansión, es decir, poseer más y blindar esas posesiones de cualquier anhelo externo. El anhelo queda deslegitimado por las leyes que los propietarios han creado y queda relegado a un florido suspiro poético o al mundo escabroso de la radicalidad cuando, esta –la radicalidad– sólo vuelve al origen de las cosas: al mundo nómada. El pensamiento también es situado sólo en su acervo teórico y se tolera como lustre en determinadas esferas que ya claudicaron antes de nacer. En la actualidad el flujo nómada llega de la legión de seres humanos que no poseen nada y tan sólo tienen como emblema el anhelo –el mismo que han deslegitimado los propietarios– que son una muy bunkerizada minoría. Además de un sistema jurídico ad hoc, esta minoría se ha dotado de una herramienta letal: el dinero. De este modo, si cualquiera de los desheredados de la tierra quiere ver cumplido ese anhelo que se convierte en sueño, se le permite la vía del dinero. Puede ocurrir –y ocurre– que el flujo nómada se mueve por millares desde la miseria causada por la propiedad y, buscando la herramienta del dinero mueran o sean explotados, humillados, vilipendiados, robados en un trasiego que no tiene fin.
Al menos 1.500 migrantes han muerto en el Mediterráneo en lo que va de año. Desde la tragedia de Lampedusa en octubre de 2013 el número de ahogados sobrepasa los 15.000. No son cifras. Son personas con todo el derecho del mundo a serlo. Vienen de las guerras, del hambre, de la muerte. Entregan ese dinero que es herramienta, dejando en la ruina a sus familias, pensando que el soleado mundo de los propietarios los hará propietarios a ellos también. Nadie les ha dicho que ese primer mundo genera desigualdad y más miseria y que una sola de sus vidas vale más que cualquier propiedad vista o soñada. No hace mucho, la CNN emitió un reportaje sobre la esclavitud en Libia. La comunidad europea mantiene acuerdos y envía dinero a este país para contener el flujo migrante. Nada más que decir. En el momento en que comienza la puja, la mano de un hombre libio se posa sobre el hombro de un subsahariano. Hombre fuerte para trabajar. Es lo que dice el tipo y se establece la puja en
800 dinares: es lo que vale la vida de un chico joven que, espantado, no sabe qué ocurre allí. El vendedor lleva puesto un traje de camuflaje militar. Da apariencia de poder y, realmente lo tiene. El tipo. Podemos hablar de otras partes del mundo donde el problema es tan infame como esta venta de hombres a peso. Sólo faltó que le mirara los dientes. En México, en este momento en que escribo estas líneas que nunca debiera haber escrito, cientos de niños son robados en el tránsito migrante y extirpados sus órganos para venderlos en el mercado negro que no es tan negro. La propiedad necesita órganos y cualquier método es válido. La herramienta es eficaz: el dinero. El resto del cuerpo, lo que llaman las mafias la carcasa, se echa a grandes trituradoras de carne y nunca más se supo. Todo esto a día de hoy. No hemos aprendido nada. Si yo tengo, el otro no tiene. Urge un nuevo equilibrio, una nueva reubicación de los conceptos. Urge la inversión masiva en origen que sólo sería una muy parcial devolución de lo esquilmado. Desde mi mesa de trabajo, puedo ver cómo una ola díscola se funde con la orilla de la playa. No quiero pensar en tantas personas ahogadas, en su último estertor. Personas tan solas, tan frágiles como yo. ●