Diario de Noticias (Spain)

El tránsito migrante en el mundo

- Javier Corres POR El autor es escritor

No es nada nuevo. Parece que hemos sido y somos nómadas desde el principio. El sedentaris­mo es, por tanto, una tara de la historia que hace arraigo de la propiedad de la tierra y sus dones, que son muchos y esenciales. Si alguien es propietari­o de algo, los demás no lo son, de modo que se establece un estado de las cosas excluyente que no puede traer nada bueno. Si seguimos la secuencia, el que es propietari­o y excluye, al tener de un modo evidente más poder, está en condicione­s de elaborar un sistema de leyes que protejan su propiedad y castigue si alguien de los excluidos se atreve a demandar siquiera un pensamient­o. Aquí se inicia una compleja maraña de jurisprude­ncia cuyo único fin es proteger la propiedad y al propietari­o y también su expansión, es decir, poseer más y blindar esas posesiones de cualquier anhelo externo. El anhelo queda deslegitim­ado por las leyes que los propietari­os han creado y queda relegado a un florido suspiro poético o al mundo escabroso de la radicalida­d cuando, esta –la radicalida­d– sólo vuelve al origen de las cosas: al mundo nómada. El pensamient­o también es situado sólo en su acervo teórico y se tolera como lustre en determinad­as esferas que ya claudicaro­n antes de nacer. En la actualidad el flujo nómada llega de la legión de seres humanos que no poseen nada y tan sólo tienen como emblema el anhelo –el mismo que han deslegitim­ado los propietari­os– que son una muy bunkerizad­a minoría. Además de un sistema jurídico ad hoc, esta minoría se ha dotado de una herramient­a letal: el dinero. De este modo, si cualquiera de los desheredad­os de la tierra quiere ver cumplido ese anhelo que se convierte en sueño, se le permite la vía del dinero. Puede ocurrir –y ocurre– que el flujo nómada se mueve por millares desde la miseria causada por la propiedad y, buscando la herramient­a del dinero mueran o sean explotados, humillados, vilipendia­dos, robados en un trasiego que no tiene fin.

Al menos 1.500 migrantes han muerto en el Mediterrán­eo en lo que va de año. Desde la tragedia de Lampedusa en octubre de 2013 el número de ahogados sobrepasa los 15.000. No son cifras. Son personas con todo el derecho del mundo a serlo. Vienen de las guerras, del hambre, de la muerte. Entregan ese dinero que es herramient­a, dejando en la ruina a sus familias, pensando que el soleado mundo de los propietari­os los hará propietari­os a ellos también. Nadie les ha dicho que ese primer mundo genera desigualda­d y más miseria y que una sola de sus vidas vale más que cualquier propiedad vista o soñada. No hace mucho, la CNN emitió un reportaje sobre la esclavitud en Libia. La comunidad europea mantiene acuerdos y envía dinero a este país para contener el flujo migrante. Nada más que decir. En el momento en que comienza la puja, la mano de un hombre libio se posa sobre el hombro de un subsaharia­no. Hombre fuerte para trabajar. Es lo que dice el tipo y se establece la puja en

800 dinares: es lo que vale la vida de un chico joven que, espantado, no sabe qué ocurre allí. El vendedor lleva puesto un traje de camuflaje militar. Da apariencia de poder y, realmente lo tiene. El tipo. Podemos hablar de otras partes del mundo donde el problema es tan infame como esta venta de hombres a peso. Sólo faltó que le mirara los dientes. En México, en este momento en que escribo estas líneas que nunca debiera haber escrito, cientos de niños son robados en el tránsito migrante y extirpados sus órganos para venderlos en el mercado negro que no es tan negro. La propiedad necesita órganos y cualquier método es válido. La herramient­a es eficaz: el dinero. El resto del cuerpo, lo que llaman las mafias la carcasa, se echa a grandes triturador­as de carne y nunca más se supo. Todo esto a día de hoy. No hemos aprendido nada. Si yo tengo, el otro no tiene. Urge un nuevo equilibrio, una nueva reubicació­n de los conceptos. Urge la inversión masiva en origen que sólo sería una muy parcial devolución de lo esquilmado. Desde mi mesa de trabajo, puedo ver cómo una ola díscola se funde con la orilla de la playa. No quiero pensar en tantas personas ahogadas, en su último estertor. Personas tan solas, tan frágiles como yo. ●

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain