Réquiem por Cospedal
équiem político, me apresuro a precisar el título de la columna, no vayamos a jorobar, que tiene uno el recuerdo fresco de lo que pasó con una tal Rita Barberá, cuya última cena fue un whisky y un pincho de tortilla en la soledad de un hotel. Deseo fervientemente que el destino no le reserve un final tan cruel a quien hasta anteayer tuvo tanto en mando en plaza. Bastante triste ha sido su vertiginosa caída en desgracia, de cuya moraleja deberían tomar nota todos los que olvidan que son mortales –metafóricamente, insisto– y que los vientos no soplan eternamente a favor. Cifuentes, Sáenz de Santamaría (¿habrá tenido algo que ver?), Aguirre, el mismo Rajoy... por no mencionar a los que han acabado en el
RLa mierda se quitaba echando más mierda y quedando para los restos como una bomba de relojería
trullo. Piensen en la cantidad de torres altísimas que hemos visto venirse abajo en poco tiempo. Del hundimiento particular de la ya ex tantas cosas no se sabe si llaman la atención más los cómos o los porqués. Se ha ahogado en diferido en las fétidas cloacas a las que descendió, según me jura alguien que conoce muy bien el PP por dentro, justamente buscando el modo de limpiar su partido. Como una versión manchega de Fausto, no le quedó otra que pactar con el diablo Villarejo. La tremebunda paradoja es que la mierda se quitaba echando más mierda y quedando para los restos como una bomba de relojería andante. El miércoles venció el último plazo. Sonó el tic-tac postrero, y María Dolores de Cospedal entró en el pasado. Artificiera de sí misma, se detonó antes de que la detonaran, no sin evitar la tentación de dejar tres folios de suicidio –político, reitero– en los que negaba todo y lo admitía al mismo tiempo. ●