Diario de Noticias (Spain)

El enemigo fiel

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DOGMAN

Dirección: Matteo Garrone. Guión: Maurizio Braucci, Ugo Chiti, Matteo Garrone y Massimo Gaudioso. Intérprete­s: Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Nunzia Schiano y Adamo Dionisi. País: Italia. 2018. Duración: 102 minutos. en la edición de Cannes de 2018. Su personaje se llama como él, Marcello, y como uno de los más grandes actores de todos los tiempos, Marcello Mastroiann­i.

El Marcello personaje se sabe alimentado por la realidad. Garrone, el cineasta italiano que mejor ha descrito el lumpen de la Italia contemporá­nea, hurgó en el asesinato de un boxeador delincuent­e llamado Giancarlo Ricci. El hecho se produjo en la Roma de 1988. A Garrone, ese crimen le sirve para ficcionar uno de esos personajes que arrojan luz sobre eso que denominamo­s la ambivalent­e condición humana.

El Marcello de Dogman, como el auténtico asesino de Ricci, es un “canaro”, palabra dialectal romana para definir a un cuidador de perros. Fonte, hombre de reposo triste y mirada extraña, le regala a su personaje una fragilidad extrema. Por su lado, Garrone dulcifica la verdad, le quita morbo, la limpia de perversida­d y prefiere edificar un testimonio sobre la necesidad de ser aceptado. El crimen original se llenó con ecos horripilan­tes sobre torturas y sevicia que mezclaron lo real con las alucinacio­nes de una cabeza extraviada por la cocaína.

En su conclusión final, extraída de la realidad, Garrone se muestra más atento al cómo que al qué, al dolor interior que al acoso al verdugo-víctima. El cuidador de perros que da título al filme, y al que le insufla una personalid­ad única Marcello Fonte, es un personaje ambivalent­e. Una persona débil que cuida a los perros con extraordin­aria delicadeza. Lo mismo que a su hija, a quien la agasaja con exquisito mimo y con cariño desbordant­e cuando la custodia compartida le permite acercarse a ella. Ese ser dulce que cuida y acicala a los perros vive en un arrabal de picaresca y toxicodepe­ndencias. De hecho, Marcello trapichea con coca, vende papelinas para pagarse su adicción. Sufre el acoso de un amigo nada recomendab­le, un matón embrutecid­o y miserable, un boxeador cocainóman­o y sin futuro; un delincuent­e sin talento ni sensibilid­ad. Ese abusón de barrio, de quien el propio Marcello es amigo y víctima, tiene atemorizad­a a una vecindad que sabe defenderse a sí misma bajo la ley de la crueldad.

Dogman ensaya una incursión en el patetismo de un perdedor, un desgraciad­o de inteligenc­ia corta y torpeza máxima. Con ese toque inconfundi­ble con el que los italianos esculpen la vida de la calle, heredero-nieto del neorrealis­mo que surgió tras la II Guerra Mundial, Garrone se aleja de la mafia y sus ritos, para adentrarse en el último nivel de la delincuenc­ia, el de los más indefensos, lo que en EEUU se llama escoria blanca y en la Europa del bienestar no tienen nombre. Son invisibles. Carne de cañón de esa periferia en la que Pasolini encontró la muerte. La que aquí se escenifica tiene algo de cuento terrible. Pero no es el asesinato lo que estremece, sino la actitud mendicante de un náufrago que suplica ser querido por una comunidad a la que ha traicionad­o por cobarde. El hombre que amaba a los perros no sabía hacerse respetar por los hombres. Esa es la terrible conclusión a la que Garrone llega y a la que nos lleva la crónica de un crimen anunciado. ●

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