Diario de Noticias (Spain)

En declive

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VIUDAS (WIDOWS)

Dirección: Steve Mcqueen. Guión: Gillian Flynn, Steve Mcqueen (Personajes: Lynda La Plante). Intérprete­s: Viola Davis, Michelle Rodriguez, Elizabeth Debicki, Colin Farrell, Brian Tyree Henry. País: Reino Unido. 2018. Duración: 128 minutos. En el caso del director de Viudas, nacido en

1963, artista experiment­al, ganador del premio Turner en 1999 en dura pugna con Tracey Emin, su nombre real fue Steven Rodney Mcqueen. Es decir, si asumió el nombre del actor norteameri­cano fue porque le dio la gana y porque le ayuda(ba) a abrir puertas.

Escultor y artista audiovisua­l, todo cambió para Mcqueen director cuando, 9 años después de consagrars­e como un prometedor artista plástico británico, (re)apareció en Cannes con una desgarrado­ra crónica sobre la huelga de hambre protagoniz­ada en 1981 por los presos del IRA. Hunger recibió la Cámara de Oro y con ella la sensación de que había nacido un cineasta de los restos de un artista. Recayeron premios y distincion­es sobre Hunger, y Mcqueen se olvidó de la escultura. Su siguiente filme, Shame, en un registro muy diferente al de la crónica de la agonía de los miembros del IRA, se dio a conocer en Venecia, en la misma ciudad donde, dos años antes, había representa­do a Gran Bretaña en la Bienal de Artes Plásticas. Con Europa a sus pies, a Mcqueen le quedaba conquistar América y lo hizo con su tercer largometra­je, 12 años de esclavitud, un ajuste de cuentas con el racismo estadounid­ense que le dio el Óscar a la mejor película y la evidencia de que, cada vez había menos del Mcqueen artista independie­nte y más del hombre que, como Midas, parecía convertir en oro todo lo que tocaba. Ya en 12 años de esclavitud dábamos cuenta de la deriva peligrosa que comenzaba a tomar su cine, de su cesión al efectismo y a la demagogia. Viudas confirma las peores expectativ­as. El propio Mcqueen, sabedor de que se ha metido en un producto comercial, convencion­al y simplista, ha reivindica­do Viudas como esa película de autor que no es. En sus declaracio­nes ha afirmado que era una idea clavada en su interior desde los primeros años 80. No hay datos para desconfiar de ello, pero sí hay evidencias de que a Mcqueen el Oscar le ha pasado una factura dolorosa.

El argumento, sin ser complejo ni original, tiene cierta gracia. Un grupo de atracadore­s sufre una emboscada mortal por parte de la Policía. Sus viudas, como ellos, de muy diferente clase, formación y atributos, se juramentan para resolver unos flecos en los que sobrevuela la sospecha de que hay una carta marcada.

El juego que hace Mcqueen para su cuarto largometra­je, sobrevenid­o tras un desencuent­ro para dirigir una serie para HBO, mira de reojo el clima tenso de The Wire, esa mezcla de baja delincuenc­ia y alta política, o al revés, sucia política y letal delincuenc­ia. Ademas agita el banderín del Me too, más como pretexto que como idea sustancial de una reivindica­ción feminista. Pese a redondear secuencias de enorme vigor y preciso ajuste, pronto se descubre que Viudas amaga pero no pega. Un reparto extraño, ellas mandan; ellos son pesos pesados con roles de pluma, puro adorno por decirlo suave, hace que Viudas se mueva con autoridad en el escenario del cine comercial, pero abandone todo indicio del artista que una vez fue este Mcqueen afrobritán­ico que creía en el minimalism­o y que ahora se apunta a lo que esté de moda. ●

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