Diario de Noticias (Spain)

Alerta antifascis­ta

- POR Santiago Cervera

randes momentos de la política española aquellos en los que Pablo Iglesias parece levitar sobre sus propias palabras. El pasado domingo, tras nueva derrota, salió al atril y decretó: “alerta antifascis­ta. Nos estamos jugando nuestra democracia”, clamó, e hizo un llamamient­o a la movilizaci­ón de la clase obrera, el feminismo y el colectivo LGTBI.

Hacía justo dos horas y media desde que se habían abierto las urnas, en las que todo el que quiso metió un voto libre, directo y secreto. Cuando Iglesias comprueba que esos que él denomina gente no le quieren tanto como él se quiere a sí mismo intenta montar sus hordas. Esto sí es fascismo, tomar a una parte de la sociedad como más valiosa que todo su conjunto. A continuaci­ón, la madre de los hijos de Iglesias mandaba un tuit desde la vera de la piscina de su chalé (ningún medio se atreve a investigar cómo se pagó) diciendo que había que resistir “en los barrios”. Esta panda ha coronado la semana reivindica­ndo la república representa­da con el logo de una peluquería. El fascista, en grado fascistón, es el propio Iglesias. Que tanto ridículo no enmascare el totalitari­smo.

Crece Vox cada vez que se le nutre con los descalific­ativos al uso –fascistas, extrema derecha, anticonsti­tucionales, xenófobos, homófobos–, y no hay politólogo catódico que parezca darse cuenta. El fenómeno del partido de Abascal es principalm­ente el fruto de que una parte del electorado antes recogido por el PP ha considerad­o que el tiempo de Rajoy ha sido el de la cobardía y la displicenc­ia. No sólo en lo relacionad­o con Cataluña, que también, sino por la ausencia de nada que pareciera un proyecto político, sepultado todo bajo la mortecina actitud del registrado­r de la propiedad. Vox recupera banderas simples de asimilar por la parroquia conservado­ra, como la oposición a la ideología de género o que las fronteras sirvan para algo. Lo que se ha visto en los últimos años, y me limito a describir hechos, es que el PP no ha tenido otro ideario que el de la cuadrilla de burócratas y abogados del Estado que han estado al timón, y ahora la pulsión conte-

Gnida sale por donde puede salir. Nadie se ha ocupado antes de articular una línea de pensamient­o alternativ­o al que se ha hecho imperante, casi obligatori­o, desde la izquierda. Por eso, en cuanto pocas ideas se escriben encima de otra ventanilla, aunque sea pintadas con brochazos, allá que va una parte del voto. Vox propone acabar con las autonomías, lo que nos asimilaría al modelo de estado de Francia, o establecer una fiscalidad 20-20-20, que es la que disfrutan en Estonia. Ni Francia ni Estonia dejan de ser democracia­s respetable­s, tanto como para decidir libremente cómo organizars­e en lo político o en lo fiscal. Lo vivido en España en los últimos años ha sido, en cambio, el permanente quiero y no puedo para una parte de los votantes a los que sólo se les ofrecía como menú el insulso rancho de Mariano. En enero empieza el juicio del procés, que será televisado y en el que Vox está personado como acusación. Para algunos será regocijant­e comparar lo que haga el abogado de los de Abascal frente a lo que recuerdan que hizo el comando Aranzadi de Soraya.

Cuantas más etiquetas descalific­ativas se pongan al fenómeno habrá menos posibilida­des de articular un debate político racional contra él. Y mucho menos si el combate pretende ser liderado por el fascistón de Iglesias y sus

Cuantas más etiquetas descalific­ativas se pongan a Vox, menos posibilida­des habrá de articular un debate político racional contra él

maras, o por una Carmen Calvo que con circunspec­ta impostura les califica de “anticonsti­tucionales”, como si querer cambiar la Carta fuera delictivo. Donde Vox tiene su flanco débil no es en las formulacio­nes que trasiega a día de hoy, o al menos no debería serlo en una sociedad que se tenga por democrátic­a. Su flaqueza es un devenir bastante alejado de muchos de los cambios sociales contemporá­neos, y que hará de él un partido nicho, sin duda determinan­te en algunos escenarios, pero incapaz de imponerse. Algo de esto lo conocemos en Navarra, en historia reciente. Vox se fusionó con aquel grupo de Ciprés, Derecha Navarra y Española, de tan simpático recuerdo. En las elecciones forales de 2011 DNE sacó un porcentaje de votos menor que el que pocos meses antes había sacado el partido de Carmen de Mairena en Cataluña, y eso a pesar de que Cordovilla les regaló unas cuantas noticias de portada y un forfait en la sección de “Cartas a la directora”. La realidad se describe por sus detalles, no en la grandilocu­encia de micrófonos y platós. ●

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