Diario de Noticias (Spain)

“Me siento atrapado con mi familia”

La vida de Elvin y su familia se derrumbó hace un año, cuando recibió el disparo de un militar en el tórax durante el conflicto postelecto­ral; ahora han tenido que abandonar su hogar en Honduras por las amenazas de la mara a su hijo

- Marta Martínez

HONDURAS

Elvin no asimila la pesadilla en la que se ha convertido su vida desde hace un año. “No entiendo cómo hemos pasado de tener una vida normal, rutinaria, a tener que andar huyendo como si fuéramos delincuent­es”. El hombre lleva dos semanas escondido en una pequeña habitación de hotel junto a su esposa, Élida Maribel, y dos de sus hijos, de 17 y 8 años. La familia se vio obligada a abandonar su casa de la noche a la mañana por la amenaza de las maras. “En este país, la gente trabajador­a o está huyendo o está presa. Los delincuent­es andan libres y las personas que trabajamos honradamen­te estamos encarcelad­os en nuestras propias casas”, reflexiona con voz triste.

Elvin está empezando a hablar después de un año de rehabilita­ción. Su objetivo es volver a caminar, pero su pronóstico es reservado. Será el tiempo el que determine su evolución. Hasta hace un año, “era un hombre normal”, vivía para el trabajo y su familia. Pero el 1 de diciembre, durante el conflicto por las irregulari­dades del último proceso electoral, todo se truncó. Cuando iba a trabajar, se encontró con una de las protestas. “En el momento que estaba regresando a la casa estaba el enfrentami­ento entre los manifestan­tes y la Policía militar. Ellos estaban disparando a bala viva a las personas de la protesta y una de las balas impactó en el tórax de mi esposo. Él iba en motociclet­a, se chocó con un árbol y quedó inconscien­te”, relata la mujer, quien explica que Elvin “todavía no puede expresarse bien”.

En un primer instante le dieron por muerto. “Lo llevaron a un hospital de emergencia y lo dejaron en una banca donde la gente espera. Cuando llegó mi hijo, le dijeron: Lo sentimos, tu papá ya murió”, prosigue la mujer, que no puede contener las lágrimas. La intervenci­ón de su hermano fue la que le salvó la vida. “Fue un milagro que Dios nos dio”, llora la mujer.

La familia puso una denuncia en la fiscalía de derechos humanos de Tegucigalp­a a través de la abogada Brenda Mejía, miembro del Equipo de Reflexión, Investigac­ión y Comunicaci­ón de la Compañía de Jesús en Honduras (ERIC-SJ), pero el caso no avanza. Y, mientras, la vida de la familia ha dado un vuelco difícil de asimilar. “La única fuente de ingresos ahora soy yo. Hay veces que no hemos podido afrontar los gastos y hemos tenido que acudir a prestamist­as. Cuando he estado con la soga al cuello, gracias a Dios ha estado Brenda”, agradece.

VIDA PRECARIA Élida Maribel trabaja en una maquila de costura de 6.40 a 17.00 horas y cobra 2.000 lempiras –unos 77 euros– a la semana. “Tenemos un gasto fuerte, tenemos que pagar el taxi semanal para trasladar a mi esposo al hospital, medicament­os que no hay en el seguro social y que son caros, el colegio de los niños, la comida, no me alcanza”. Solo uno de los medicament­os de Elvin cuesta 1.600 lempiras –unos 61 euros– y dura apenas una semana.

Tampoco pueden permitirse contratar a una persona que cuide de Elvin y de los niños pequeños (tienen otra hija de seis años que está con una hermana), así que es el hijo mayor el que ha asumido las riendas de la casa. Cuida de su padre mientras su madre está trabajando, le lleva a las terapias, le hace la comida, atiende a sus hermanos cuando llegan del colegio. Debido a esta circunstan­cia, el joven estudiaba en un turno de fin de semana. Estaba cursando informátic­a, pero ha tenido que dejarlo todo de la noche a la mañana, cuando la mara empezó a molestarle. “Del accidente para acá mi vida era atareada”, comienza el joven, cuyo nombre y rostro deben permanecer en el anonimato.

“Un día se me acercaron unas personas y me empezaron a hablar, decían que anduviera con ellos. Yo los miraba raro, hasta que un día,

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Elvin y Élida Maribel, en la habitación del hotel en la que viven encerrados y que temen revelar por miedo.
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