El rincón del paseante De fuertes, presos y desalmados
ola personas, ¿qué tal?, ¿de puente?, esto de diciembre es de locos, ya, para lo que se trabaja, mejor echamos todo el mes a los cutos y en paz.
Esta semana he paseado de día, aproveché el día del Santo Patrón de Navarra, nuestra tierra, y trepé a las alturas para ver las cosas desde arriba, como los santos. Subí al Fuerte de Alfonso XII en lo alto del monte Ezcaba, vulgo San Cristóbal, a 860 metros de altura. No os mentiré, subí en vehículo a motor que los años no perdonan y 6,5 km cuesta arriba son muchos kilómetros, al menos para mí paseante urbano.
Crucé Artica y de ahí todo tieso para arriba, tras muchas curvas y más baches, llegué a la explanada que se abre frente a la entrada del Fuerte. Eran las 15.30, no hacía ni frío ni calor, un poco de viento pero bien.
Un semicírculo amurallado de fuertes sillares me recibió, en el centro una pesada portada neoclásica da entrada al recinto. En su frontón un modesto letrero metálico reza: “Fuerte de Alfonso XII”.
HLa historia del Fuerte tiene mucha sangre , mucho sudor y muchísimas lágrimas. Durante las guerras carlistas los boinas rojas habían castigado fuertemente la ciudad desde las lomas cercanas, este hecho llevó al ministerio de la Guerra a pensar que era necesario defender la plaza desde las alturas y a tal fin decidieron construir un enorme fuerte en lo alto del monte Ezcaba, controlando desde él Pamplona y toda su comarca, incluida la salida natural a Francia por Velate.
Para su construcción, comenzada en 1878, fue necesario dinamitar toda la cumbre del monte y poder así soterrar casi toda la fortaleza. Levantar semejante fortín fue lento y costoso, hubo que hacer una carretera de 7 km para llegar hasta la cima y el transporte del material para la obra no debía de ser fácil, ¡cuántos jumentos habrían dejado el pellejo en su construcción!, y, lo que es mucho peor, más de un pobre obrero también. Se acabó la mastodóntica obra en 1919, es decir que se invirtieron 41 años en su fabricación. Para entonces la aviación ya había demostrado su fortaleza y eficacia en la Gran Guerra, y, por lo tanto, la función para la cual fue levantado el Fuerte quedaba totalmente obsoleta.
Así pues, el ramo de la guerra vio que tenía una faraónica obra que no servía para nada, había que darle un uso y lo convirtieron en presidio. Fue una cárcel infrahumana, hubo numerosas reclamaciones a todos los niveles para que se tomasen cartas en el asunto ya que la población reclusa caía como moscas, los partes de defunción eran ambiguos y falaces, fallecimientos cuyo motivo simplemente decía: politraumatismos o parada cardiaca. Nadie investigaba. Al ser otra de sus funciones la de sanatorio penitenciario, era normal que los reclusos fallecieran.
El 22 de mayo de 1938 tuvo lugar la mayor fuga masiva que se haya dado en una cárcel a nivel mundial, o casi, 795 presos republicanos se dieron a la fuga sin orden ni concierto, sin un plan establecido se tiraron al monte, sin calzado adecuado, sin abrigo, sin comida, eran carne de cañón, de ellos 206 fueron asesinados, unos, los más, abatidos como perros en las faldas del monte y enterrados en míseras fosas comunes, y catorce, a los que consideraron cabecillas, fueron fusilados en la ciudadela, sólo cuatro titanes llegaron a Francia por Urepel.
Acabada la guerra incivil se siguió manteniendo como prisión unos años más hasta el 45. Mi padre hizo allí parte de la mili y, a pesar de que él era asistente de un capitán, siempre nos contó el frío que pasó y las malas condiciones de vida que, incluso ellos, tenían, ¡¡qué no tendrían los reclusos!!
En mi paseo fui bordeando el fuerte con auténtico riesgo de mi vida, sin exagerar, ya que el camino, de cuatro palmos de ancho, discurre al ras del foso y como estos días ha llovido aquello era una auténtica pista de patinaje, en cuatro ocasiones estuve a punto de dar con mis huesos en el barro o, lo que hubiese sido peor, en el fondo del foso. Durante todo el recorrido me puse en la piel de todas las vidas que por allí penaron, desde los sufridos currelas que, en las condiciones laborales de la época, no quiero ni imaginar cómo lo pasaron, pasando por los soldados de reemplazo que allí pringaron y acabando por los reclusos que allí purgaron sus culpas; quien las tuviera, claro, ya que muchos de ellos el único delito que cometieron fue pensar diferente que el que empuñaba la pistola. Manda cojones.
Al completar uno de los laterales la muralla me ofreció una escalera y me invitó a bajar a los fosos, por supuesto acepté. Una vez abajo vi una construcción que tras unos arcos tenía franca la entrada y así mismo, cortés, me dio paso y pasé; nunca había estado, ¡qué horror!, ¡qué estancias!, pasillos inacabables me llevaron a unas escaleras que, negras como boca de lobo, bajaban a los infiernos, ayudado de la linterna de mi móvil bajé sin dudar y vi los sitios más tétricos que he visto en mi vida. ¿Cómo se puede tener tan poco sentimiento hacia el prójimo, tan poco respeto por el dolor ajeno, como para tener a seres humanos pasando inviernos inacabables bajo cero, hambrientos, sucios, enfermos y metidos en esas mazmorras? No hay que ir a Turquía para tomar el Expreso de Medianoche. La zona en la que yo entré no sé a qué estaba destinada, excepto la gran fachada de la iglesia que señorea el edificio principal y que no cabe duda de cual era su función , lo demás son muros y más muros, ventanas y más ventanas que hacen muy difícil conjeturar cuales eran las funciones de cada zona.
Volví a la luz y seguí mi paseo por entre los fosos sin saber a ciencia cierta si iba a tener salida o iba a tener que desandar lo andado, al doblar una esquina de la muralla, vi pastando un rebaño de ovejas lo cual me tranquilizó porque si había ovejas es que había una entrada y así fue, salí del foso un poco más adelante y acabé de bordear el monstruo.
Antes de bajar a la urbe me deleité con las vistas y viendo Pamplona desde las alturas me venía a la cabeza cuando algún allegado me suele decir que de qué escribiré cuando se me acabe Pamplona. Eso es imposible, siempre habrá algo a lo que sacarle unas líneas. Pamplona es una ciudad muy viva, hay que saber vivirla.
Hasta la semana que viene.
Besos pa’ tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomdu@gmail.com