El Albacete acaba con 9 al sufrir dos expulsiones en tres minutos
ÁRBITRO – Siete tarjetas amarillas (tres para Osasuna) y dos expulsiones son el balance disciplinario aplicado por el colegiado sevillano Figueroa Vázquez. El Albacete acabó con nueve jugadores al ver la segunda amarilla Arroyo (minuto 86) y Zozulya (minuto 89). Al árbitro se le disparó el gatillo en un encuentro duro pero no sucio. Excesivo rigor en unos casos, porque Gentiletti, que repartió unas cuantas patadas, se fue sin amonestación.
Sin vender la imagen de un teórico, sin exagerar los gestos en la banda, sin dar la nota en las ruedas de prensa, Jagoba Arrasate transmite al exterior un control total sobre el manejo de la plantilla y la interpretación del juego. En cada decisión, en el posicionamiento de los jugadores y en los cambios, hay una intención de alterar el orden (o el desorden). Dirán que ese es el papel de todo entrenador, pero también es verdad que pocos llegan a conseguirlo sin recurrir al griterío, a los aspavientos, a buscar la complicidad de una grada enfervorecida; Arrasate, por contra, tira de una aparente tranquilidad, tratando de medir cada tiempo de partido. Ayer, la lectura de la alineación ya era una exposición de principios: no por los once elegidos, que también, sino por los hombres que reservó en el banquillo. Quizá esté equivocado, pero en el planteamiento de este partido tengo la impresión de que el técnico manejaba la intuición (y los malos datos estadísticos en partidos lejos de Pamplona) de que necesitaría a sus hombres más resolutivos en el campo para el tramo final, que habría que remar contracorriente y que el delantero con más gol y el especialista en poner buenos pases desde la banda deberían encontrar su oportunidad en la fatiga del adversario. Claro, si sale, bien; si no sale, la crítica hoy sería implacable porque los dejó en el banquillo de inicio. Pero resultó; como resultó hace una semana ante el Lugo. No puede ser cuestión de suerte. Arrasate cambia los partidos; incluso sin realizar durante el descanso alguno de los relevos que en ese momento pedía a gritos el resultado. La meditación del cuarto de hora fue suficiente para devolver al campo a un grupo más dominante y ambicioso, que llevó la iniciativa y pudo empatar mucho antes. Habló a los jugadores y los reposicionó, aún a costa de sufrir en los contragolpes: aunque posiblemente también eso entraba en sus cálculos.
Arrasate está haciendo de este Osasuna un equipo de autor. Recuperando los valores tradicionales, nadie puede negar que la versión es atractiva porque con sus aportaciones permite reconocerse en los once de rojo a todos los aficionados. Hay, sobre todo, una apuesta constante por la racionalidad. El ejemplo en esta jornada es la suplencia de Íñigo Pérez, a quien los pronósticos situaban como titular en Albacete aún a costa de un ruidoso movimiento de piezas. El entrenador hizo lo elemental: central por central (David por Aridane). Tampoco hubo tres centrales, sino un 4-4-2 en el que Torres pierde protagonismo conforme más cerca está de la banda. Un peaje.
Por contra, el lunar de todo este trabajo sigue siendo la fragilidad defensiva, el recibir goles en todos los desplazamientos, las concesiones que provocan que un rival con nueve jugadores esté a punto de ganar el encuentro en una acción individual en el minuto 90. También es mucho suponer, pero ese espíritu ganador de Arrasate, de no conformarse ni con un empate ni con una victoria mínima, quizá tenga que ver con la certeza de que para puntuar hay que hacer gol porque atrás es todavía un equipo vulnerable. Eso también tiene que ver con su sello. Y no hay partido en el que por vaivenes del marcador o goles de última hora nos deje indiferentes. ●