Espaciales
El otro día tuvimos un astronauta ruso en el Planetario, que decía que es necesario viajar más al espacio. Mikhail Kornienko llegó a estar casi un año seguido allí arriba a 28.000 kilómetros por hora en una estación espacial que debe oler a cerrado, pero donde se duerme como si uno fuera un pececito, como nos contó Pedro Duque, un amigo astronauta que ahora trabaja en un ministerio intentando poner ciencia en un país que ha vivido mucho tiempo alejándonos de ella. Hoy le tenemos por aquí, para contar a las niñas y los niños que vienen a la escuela de estrellas que merece la pena la ciencia y subir ahí arriba, conocer el Universo. El otro día una sonda estadounidense se acercó a un asteroide que llamamos Bennu y que pasa a veces cerca de nuestro planeta. Nos traerá de allí polvo para estudiar científicamente su composición, la de la materia que formó hace 4.600 millones de años los planetas como el nuestro. En unos días los chinos mandan una nueva sonda a la Luna, al lado que no vemos desde aquí. Hace poco más de una semana vivíamos en directo la llegada de una sonda a Marte, tenemos otras más allá, una de camino a Mercurio, una japonesa en otro asteroide más lejano, varias dando vueltas por el Sistema Solar. Todo esto nació en el año 57, esta Era Espacial, con generaciones de estudiantes que han convivido con telescopios, satélites meteorológicos, de teledetección, de telecomunicaciones y militares, surcando el cielo sobre nuestras cabezas. El espacio nos permite saber cómo estamos cambiando el clima, mejorar nuestra agricultura, conservar la naturaleza o actuar en catástrofes naturales o propiciadas por los conflictos y el hambre. Somos ya una civilización espacial, y por eso la mezquindad de invocar banderas, patrias y el miedo al extranjero se hace cada vez más antigua, más insoportable, más intolerable. ●