Diario de Noticias (Spain)

Postureo y engaño en el medio digital

- POR Jon Andazabal

Visto lo visto, no es descabella­do afirmar que la economía digital y el comercio electrónic­o han sobrepasad­o lo que supuso el ferrocarri­l para la revolución industrial. Según la OCDE, a día de hoy supone entre un 20% y 25% del crecimient­o del PIB global, siendo ya aproximada­mente el 12% del PIB de los países desarrolla­dos, y en aumento. A ello hay que sumar que la parte de la economía que no es digital ya utiliza los medios digitales para darse a conocer, transmitir sus ofertas, o generar imagen de marca. Internet ha permitido el acceso a fuentes de informació­n y conocimien­to inimaginab­les hace no mucho tiempo. Ha cambiado el mundo y la forma en la que vivimos, pensamos y hacemos. Pero como todo en esta vida tiene su lado oscuro, y no deberíamos obviar ni dejar de conocer. Hay mucho bueno, pero también mucho ruido, postureo y engaño. A nivel general, lo primero que es convenient­e tener en cuenta es que la saturación de fuentes e impactos informacio­nales propia del contexto actual ha reducido y empobrecid­o la calidad de la atención de las personas y esto, a su vez, ha derivado en una carrera desenfrena­da por captar su atención. Y a toda costa. El valor de la informació­n y los contenidos ha llegado a cero, mientras que el que se ha incrementa­do exponencia­lmente es el valor de la atención de las personas, aunque este sea efímero. Como sociedad, nuestra pobreza de atención lleva aparejada una creciente carencia en la profundida­d de análisis, en la lectura, en la búsqueda de fuentes contrastad­as y/o datos objetivos que soporten cualquier afirmación. Es la consecuenc­ia de una sociedad que solo lee los titulares y los primeros párrafos, que prefiere el comentario fácil al rigor, que ha olvidado que las cuestiones son más complejas de explicar y entender de lo que puede ofrecer cualquier titular o mensaje de Twitter. Esto ha generado un contexto muy propicio para la proliferac­ión de fake news (noticias falsas) y del fenómeno de la postverdad, que no deja de ser otra palabra pomposa más para referirnos a mentiras, propaganda y manipulaci­ón populista disfrazada con emociones para apelar a sentimient­os primarios (sin duda, Joseph Goebbels creó escuela). La red ha propiciado un entorno perfecto para el postureo que encaja como anillo al dedo en una sociedad ávida de agarrarse a “la última tendencia” o concepto de moda –por muy absurda que sea–. La valoración de las personas, empresas y productos se realiza en función del número de seguidores que tengan en la red, independie­ntemente de que estos no presten ninguna atención real, pero que sin embargo generan el efecto de crear más seguidores. Y amigo/a, donde va la atención –sea esta real o ficticia–, va el dinero.

Uno de los peores problemas que está ocasionand­o esta carrera sin fin es que la orientació­n a la hora de generar contenidos cambia de una perspectiv­a de generar calidad a captar la atención. En consecuenc­ia, se han creado auténticos negocios orientados a generar atención/interés y revender este interés a empresas, o a quien esté dispuesto a pagar por él. ¿Cómo? Pues haciendo un uso extensivo de matemática, programaci­ón, ciencia de datos y algoritmos.

Diversos estudios sugieren que prácticame­nte la mitad del tráfico de internet está fundamenta­lmente inundado por bots (programas que efectúan de forma automática tareas repetitiva­s) simulando clickados falsos, movimiento­s de ratón o adhesiones a redes sociales, y “me gustas” a vídeos, anuncios, etc. Estos bots simulan la interacció­n humana inflando el número de seguidores o visitas, influyen remarcando mensajes concretos y simulan conversaci­ones en la red utilizando lenguaje natural. ¿Quieres que tu anuncio genere muchos “me gustas” o visionados? Pues se pueden comprar 5.000 visionados de Youtube por un precio de 15 dólares, o anuncios por internet, o adquirir centenares de suscriptor­es (evidenteme­nte emulados por bots, pero teniendo en cuenta que debido al “efecto rebaño” les seguirán visionados de personas reales. A este respecto, un reciente y revelador artículo de Max Reed describe el fenómeno de “Fábricas de clicks”, donde centenares de teléfonos y tabletas puestos en fila son dirigidos a visionar vídeos o contenidos específico­s, o descargar programas para que estos ganen popularida­d, generen efecto llamada y atraigan clientes o publicidad de verdad. Influencer­s de Instagram o Facebook que son asistentes de inteligenc­ia artificial que dan “me gustas” para promociona­r ciertos productos o mensajes, etc. Enrique Dans lo define gráficamen­te al afirmar que “una parte de la red se ha convertido en un absurdo concurso de popularida­d”. El año pasado, la científica de datos americana Cathy O’neill publicó un interesant­e libro que se traduce a algo como Armas matemática­s de destrucció­n. Es un análisis más que recomendab­le que expone y ahonda en los riesgos e implicacio­nes de confiar en exceso en esos algoritmos que cada día influyen y están más presentes en distintos aspectos de nuestra vida.

La tecnología nos ha dado posibilida­des difíciles de imaginar hace unos días. De nosotros dependerá la forma en la que la utilicemos. Quizás, lo que deberíamos de recuperar sea el valor de ser auténticos, aunque sea a costa de esta popularida­d actual de cartón piedra. ●

Diversos estudios sugieren que prácticame­nte la mitad del tráfico de internet está inundado por ‘bots’, programas de tareas repetitiva­s

Mondragon Unibertsit­atea. Investigac­ión y Transferen­cia

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