Diario de Noticias (Spain)

El rincón del paseante De universida­des, presas y bragas

- POR Patricio Martínez de Udobro

Hola personas, ¿cómo llevamos la normalidad? Me alegro, yo también.

Esta semana, dado que las prediccion­es de los “marianomed­inas” de turno nos anunciaban fríos polares, temperatur­as más propias de Oymyakón que de estas latitudes, osos polares por la Estafeta, focas en la Magdalena y cosas por el estilo, salí de paseo el martes, antes de que la cosa empeorase, y menos mal. La noche era fría, así que me equipé convenient­emente: comando, gayumbo de thermolact­il, chaleco de plumas, guantes, gorro, braga y bastón y me lancé a la “aventura” de la noche pamplonesa.

Tomé la arteria principal, la dedicada a Carlos III el Unificador y llegué a “lo viejo”, dicho así, en pamplonés. Una bajada rápida por Chapitela me llevó a Mercaderes y plaza Consistori­al, paré unos minutos para admirar la fachada barroca de nuestra Exma. y ver en detalle las rocallas y adornos de pastel de cumpleaños que preñan su fachada y que a mí me encantan. Una vez visto lo visto tiré Santo Domingo abajo, antiguo barranco de aguas, tierra de nadie entre burgos convertida en calle, y en calle con mucha historia, debería llamarse avenida de las Universida­des ya que, por un lado, en ella se estableció el primer centro de estudios superiores que hubo en la ciudad, la Universida­d Pontificia y Real de Santiago, instalada en el convento que los dominicos habían levantado en el siglo XVI detrás del ayuntamien­to, al ser desalojado­s, previo pago de su importe, de la Plaza del Castillo y, por otro, en ella también, en los años 50 del siglo XX, se gestó el embrión de la actual Universida­d de Navarra con el Estudio General instalado en lo que hoy es el Museo de Navarra.

Además, es punto de partida y uno de los tramos principale­s de nuestro universal encierro. Llegué a los corrales de Santo Domingo donde los toros pasan, sin saberlo, su última noche, los dejé a mi espalda y frente a mí se presentó la cuesta de la Rotxapea (lo escribo con Tx porque así parece que gusta a sus habitantes y las lenguas están al servicio del pueblo, si bien por su origen occitano le correspond­ería una Ch), empecé a bajar y el relente del río montado en el viento subía frío y cruel golpeando con fuerza mi cara lo que me obligó a subirme la braga para tenerlo todo calentito. ¡Hay que ver cómo calienta una buena braga! A mi derecha un pretil y tras él una autentica colonia de cajas, casitas, arcones y toda suerte de refugios para que los gatos nazcan, crezcan, se reproduzca­n y no pasen frío, había también todo un muestrario de recipiente­s con agua limpia y pienso para micifús, lo que quiere decir que, a pesar de la normativa, hay alguien que da de comer y cuida a los animales, que no me parece mal, al contrario, pero entonces que quiten la normativa, ¿no? Y que dejen a cada cual criar un gato o a los que quiera. ¡Esto no es La Rioja! Allí una nueva ley obliga a capar y esteriliza­r a los animales domésticos. Es el colmo. Al final del talud, pasado Gatolandia, a la orilla del Arga hay un edificio, el viejo molino, el errota zaharra, por algo la zona se llama Errotazar, que una vez jubilado de su función, en los años 40, D. Auxilio Goñi lo adquirió para montar en él un laboratori­o donde se preparaban distintos extractos de vísceras y órganos animales para la fabricació­n de medicament­os. Ya no se dedica a esa tarea y el “perfume” que despedía ha cesado.

Al final de la cuesta llegué al puente de la Rotxapea y lo atravesé con calma, asomándome, desde esos balconcill­os que tiene siguiendo la línea de los tajamares, para ver la noche en el río. Este puente cada año durante 8 noches de verano se llena de magia con la música de un cuerno y el galopar de seis sombras zahínas que lo atraviesan azuzadas por pastores y guiadas por cabestros. El encierrill­o.

Una vez en la otra orilla hice izquierda y pasando por la escuela de remo, único edificio que queda en pie de la plaza del Arriasko, plaza otro ora benemérita y verbenera, de mayordomos de txapela decorada y de fiesta grande en la Rotxa de principios del XX, tomé el paseo del Arga, por él fui respirando frío y fijándome en el ¿río? Dejé el camino, bajé y pisé donde jamás pensé que iba a pisar en mi vida: el lecho del Arga. La rotura de la presa de Santa Engracia, aguas abajo, ha provocado que el caudal a su paso por el tramo de Curtidores sea poco más que una meada de perro grande. No sé si van a arreglar la presa, sé que hay opiniones encontrada­s, unos que sí, otros que no, por un lado los piragüista­s están cabreados, a mi manera de ver con razón, ya que su deporte, su vía de escape, su afición se ha visto, de momento, truncada ¿pueden ir a otra zona del río? Sí, pero su club y su embarcader­o están ahí; por otro lado los animalista­s y ecologista­s defienden que el caudal ha de seguir su curso sin intervenci­ón humana para el bien de la fauna piscícola. Yo de peces no entiendo mucho pero sí lo suficiente para saber que a los peces les gusta el agua y que en el panorama que vi no cabían muchos ejemplares que pueblen y enriquezca­n nuestro Runa. Y eso en enero ¿qué será en agosto? Lo que me movió a acercarme a esta zona esta semana fue la aparición en el fondo del Arga de la vieja estructura metálica que encajaba el paso del tren en el viejo puente del Plazaola que fue arrasado en la riada de 1931. La vi, ahí está la reliquia en la orilla, y me encantó, la podía haber firmado el propio Eiffel, acero remachado por miles de remaches, maravillos­amente oxidada y caprichosa­mente retorcida. La ciudad ha recibido de regalo de reyes una bonita escultura recuerdo del pasado que habrá de saber ubicar y proteger. Espero. Continué paralelo al curso del agua hasta el nuevo puente de las oblatas, doblando a mi derecha llegué a la calle Joaquín Beunza, calle de mi niñez porque allí vivían mis abuelos, y la recorrí intentando encajar con la memoria lo que había en lo que hay, no es fácil, solo las casa que se construyer­on en los 50-60 dejan recuerdo de lo anterior, de las pequeñas casas labriegas , de las pequeñas fábricas con vivienda, de las casas de vecinos de pocas alturas, de Casa Placido o de las huertas de Huici, no queda nada de nada.

Crucé de nuevo el río y tomé el gran invento que es el ascensor de Descalzos, aterricé en lo viejo y por sus eufónicas calles Jarauta, San Saturnino, Consistori­al, Zapatería, Pozoblanco y Comedias, salí de nuevo al II ensanche y me fui para casa con la satisfacci­ón del deber cumplido. La caminata me acaloró y hube de bajarme la braga. Qué lío.

Hasta la semana que viene.

Besos pa’ tos. ● Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain