Ya está aquí un 2019 políticamente explosivo. La deriva del PP, la notoriedad de la extrema derecha y el macrojuicio a los políticos independentistas conforman un escenario que retrotrae a tiempos que parecían pasados.
La neoaznaridad ya tiene laboratorio. Con la presidencia del PP en Andalucía, Casado ha apuntalado su liderazgo no exento de riesgos. El presidente del PP tiene oratoria para dar discursos sin papeles, pero está por ver si su estrategia de radicalización le conduce a la Moncloa o a un callejón sin salida. Casado tratará de replicar en otras autonomías el acuerdo materializado en Andalucía, como trampolín hacia unas Generales que Sánchez sitúa ahora en 2020.
LAS PRISAS DEL ‘PABLISMO’ En el baile de la yenka del Gobierno ante un adelanto electoral, parecía octubre un mes probable para unos comicios, que además trae dos buenos recuerdos al PSOE. Felipe González ganó un 28-O (1982) y un 29-O (1989). Este año el 27 cae en domingo. Pero Sánchez y sus asesores parecen inclinarse por aguantar hasta 2020, reafirmarse frente al extremismo de derechas y gestionar el postjuicio a los líderes independentistas, cuya sentencia podría conocerse en agosto o septiembre. Sánchez necesita presentarse como un presidente sólido, y para ello requiere retener la iniciativa, por endiablada que esté la agenda. De lo contrario, si convoca elecciones, enviará un mensaje de impotencia y debilidad.
Con este escenario, y sin descartar otra eventualidad, en Casado mandan las prisas, para poner cuanto antes contra las cuerdas a Sánchez. Pero las prisas, reflejadas en discursos falsos, simples o abrasivos, no son buenas consejeras. El nuevo líder del PP ha situado al PP en una vorágine que puede terminar debilitando los ya maltrechos cimientos de su formación. Es posible que a Casado le venga grande o prematura la presidencia de los populares, pero en vista de la debilidad del PSOE BARCELONA está en condiciones de ganar unas elecciones. Así que su apuesta es casi a cara o cruz. Si suma, llegará a la Moncloa en un tiempo exprés. Si pierde, pero no por goleada, tratará de rearmarse, como hizo Aznar del 93 al 96.
Casado representa la tercera aznaridad. Poco que ver con la primera (1996-2000) y bastante más radical que la segunda (2000-2004), cuyo abrupto final unido al nuevo proceder de Rajoy alimentaron la soberbia del expresidente, que ha esperado durante años a que cambiasen las tornas. Sin embargo, esa neoaznaridad que inspira a Casado tiene tres puntos débiles. El primero, dejar el centro a Pedro Sánchez. El segundo, que crezcan las voces discrepantes dentro del PP. Y el tercero, que Rivera, en misa y repicando, acuciado para marcar distancias con Vox, acabe pactando un día con Sánchez un acuerdo con etiqueta socioliberal, muy del gusto europeo, buscando de nuevo la abstención de Podemos. Algo parecido a lo que ocurrió en 2016, esta vez bajo amenaza de la voxización. En su esquina Vox es un instrumento muy útil para determinados intereses, y llega donde no alcanza Ciudadanos ni PP a la hora de radicalizar a la opinión pública. Vox sirve para atacar a Podemos, instalar la preocupación en el PSOE e intentar atemorizar más al soberanismo. Además de aprovechar el contexto internacional, Vox se beneficia de la dinámica de la era del espectáculo y de la lucha por los índices de audiencia, que deriva ahora en su notoriedad. El juicio a los líderes independentistas, en el que Vox ejerce la acusación particular, será otro escaparate.
HUECO EN EL CENTRO. Una entente PSOE-CS, que ahora parece harto difícil, no es del todo inimaginable a futuro, en vista del papel de los barones del PSOE y de medios de comunicación que disfrazan de centrismo y moderación lo que solo es algo de versatilidad para alcanzar el poder. Sin embargo, para una parte de votantes de Cs que justificaba a Rivera en sus posiciones respecto a Catalunya, difícilmente el líder de Cs puede representar al centro político tras lo sucedido en Andalucía. Su carrera, su incontinencia narrativa y gran parte de su estrategia se levanta sobre la base de un nacionalismo español punitivo, que desde hace un año comparte con PP y Vox el deseo de un castigo ejemplarizante a los líderes independentistas. Hay un polo del escarmiento en España, y bajo esa pulsión se mueve Cs.
EL CALENDARIO OBLIGA. O se va cocinando la débil vía de diálogo entre gobierno español y el Govern catalán, aunque sea a fuego lento, o la sensación de año estéril dará lugar a una suerte de ruleta rusa para las formaciones implicadas, incluyendo a Unidos Podemos, cuyo panorama tampoco pinta despejado. Su revés en Andalucía ha sido severo. Un resultado muy frustrante, anticipo tal vez de lo que puede suceder en otros territorios. El regreso de Irene Montero a la primera línea en el Congreso es clave en esta coyuntura. Su ausencia había dejado un vacío que ni Iglesias ni Garzón han sido capaces de cubrir. Si Unidos Podemos no sucumbe a la sobreactuación o a las divisiones internas puede jugar un papel interesante al final de la legislatura. Eso también depende de los partidos independentistas, atenazados ante el inminente juicio a la mayoría de sus líderes, pero ahora un poco más conscientes de estar al borde de un precipicio. Ciertamente ni siquiera una entente entre Sánchez y los soberanistas asegura la distensión a medio plazo. Tanto si Sánchez adelanta elecciones como si agota su mandato, el derechismo se presentará desatado, pero puede que dentro de un año más consumido por sus excesos. Por eso mismo, se requiere valentía y altura de miras entre Moncloa y la Generalitat. El momento es el que es: grave y delicado. ●