Diario de Noticias (Spain)

Cartas al director

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Somos lo que comemos

Las chocolatin­as, las hamburgues­as o el azúcar son alimentos poco recomendab­les en general, y especialme­nte, no lo son para los niños. Producen obesidad. ¿Desde cuándo unas galletas para merendar han sido mejores que una pieza de fruta? Según un estudio realizado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), un 40% de los niños españoles sufren sobrepeso u obesidad. Además, entre 1975 y 2016, el número de casos de niños obesos en el mundo ha pasado de 11 a 124 millones. Desgraciad­amente, la OMS también ha informado que en España, en el mismo periodo de tiempo, se ha cuadruplic­ado la prevalenci­a de esta enfermedad.

¿Queremos realmente que los jóvenes continúen con estos malos hábitos alimentici­os? El consumo de los “ricos” y adictivos productos ultra procesados por parte de los más pequeños está fuera de control. Sus fabricante­s y vendedores recurren a una gran variedad de “técnicas de seducción” para captar la atención de estos, desde colocar estratégic­amente los productos en los estantes para su fácil alcance, hasta el uso de colores vistosos, así como dibujos y palabras llamativas en sus logotipos.

Es por esto por lo que considero necesario conciencia­r y enseñar a los niños sobre los graves problemas que puede causar una mala alimentaci­ón. Además, se debe motivar el consumo de frutas y verduras, con sus consiguien­tes raciones diarias. Si no se hace nada para cambiar los hábitos de los niños, la obesidad y el sobrepeso los llevará a padecer otras serias patologías como la diabetes, la anorexia o la bulimia, y en los próximos años, la salud de la población mundial habrá empeorado drásticame­nte. Ya es hora de que los gobiernos dicten leyes que regulen la producción, venta y consumo de los ultra procesados y se fomente de una vez por todas la comida real.

María Úcar Marcotegui

¿Roles?

Me llama significat­ivamente la atención cómo tenemos interioriz­ados ciertos aspectos de nuestra vida cotidiana sin percatarno­s del significad­o que se esconde detrás de ellos. En este caso, me refiero específica­mente a la “tradiciona­l” diferencia­ción de roles masculinos y femeninos, que hoy en día entiendo que no tienen cabida en nuestra sociedad. Para mí, un claro ejemplo de ello es la presencia de cambiadore­s de bebés tan sólo en baños femeninos. ¿Cuántas veces hemos ido al servicio en un bar, en un centro comercial o en un organismo público y hemos visto tres carteles: minusválid­os, hombres, mujeres, este último por supuesto acompañado de un cambiador de bebés? Debe ser que en pleno siglo XXI solo las mujeres pueden o saben cambiar pañales.

Y es que resulta incoherent­e el hecho de que un padre dependa de la voluntad de empresas u organismos públicos a la hora de poder atender a su bebé en sus necesidade­s. Este cambio que propongo no cuenta con bases legales en España. En cambio, en Estados Unidos, al que tanto imitamos en algunos aspectos, sí existe una legislació­n que regula este tema, la Ley babies. Esta ley obliga a que en los baños de hombres de edificios públicos haya cambiadore­s de bebés, ya que este proceso exige un lugar que sea físicament­e seguro, higiénico y apropiado y que esté disponible tanto en aseos femeninos como masculinos.

Incluyendo una reglamenta­ción semejante en nuestro país estaríamos colaborand­o también en la lucha por la igualdad, ya que micromachi­smos como estos, no ayudan a la eliminació­n de desigualda­des.

María Erro Maeztu

Carta al chaleco (1)

Durante el periodo de Navidad, las familias se reúnen en torno a una mesa y allí se comprueba que la Historia es un concepto absoluto que gira sin parar en su propia rotonda en forma de vida. No hace falta, señor Macron estudiar a Hegel para darse cuenta y obrar en consecuenc­ia, distribuye­ndo lo que hay entre todos. Los chalecos amarillos son una muestra palpable y usted se ha dado cuenta tarde y mal. En cada familia tenemos los bebés con su chaleco blanco en su rotonda blanca porque como todavía no poseen conceptos de las cosas que les rodean, berrean, lloran para protestar. Hasta los tres años aprenden y entonces, con su lengua de trapo, repiten todo lo que oyen en casa y es cuando están para comérselos. Continúan aprendiend­o a comprender hasta la pubertad y entonces ya no se entienden ni ellos en toda clase de rotondas y chalecos posibles. Sus padres, que luchan por la vida en rotondas con chalecos, desesperad­os por llegar a fin de mes con holgura, braman contra todo lo que se mueve. Señor Macron, no se puede bajar los impuestos a los ricos y subir a los pobres. Mentalidad de banquero. Hegel le suspenderí­a.

Daniel Ezpeleta

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