A nuestro amigo Jesús Jericó Lezáun, ‘Txus’
PAMPLONA – Jesús Jericó Lezáun falleció en Pamplona el pasado miércoles 25 de septiembre de 2019. Había nacido en Pamplona el 27 de mayo de 1962.
Nuestra amistad se remonta a un ya lejano primero de BUP de 1976 en Escolapios, aunque él empezaba siempre el curso rodeado de nuestra envidia, ya que solía incorporarse una semana más tarde, una vez que habían transcurrido las fiestas de su querida Peralta. Entonces nació nuestra cuadrilla con sus nombres y sus abreviaturas familiares que llegan hasta hoy: Tegui, Epi, Etxea, Txetxu, Huggy, Antxon, Pedro, Maki, Milu, Galli y Txus. Algo más tarde se incorporaron Pedro Luis y Juanpe, no sin tener que pasar antes por algunas duras pruebas hasta hacerse perdonar por no estudiar en Escolapios sino en Jesuitas. Algo después vino Eloy, la última incorporación.
Conforme avanzaban los cursos de aquel BUP, nosotros admirábamos a Txus porque era capaz de sacar tiempo para jugar a balonmano en Escolapios, en Anaitasuna, entrenar además a los chavales de Escolapios, salir con los amigos, sacar buenas notas y sobre todo eso estar siempre sonriente y de buen humor. Un profesor de matemáticas en Escolapios nos solía repetir que podría contar con los dedos de una mano –y que le sobrarían dedos, decía– los alumnos de aquella clase que podrían estudiar una carrera fuera de casa. Todos estábamos seguros de que, aunque no tuviéramos muy claro para quiénes eran los otros cuatro dedos, la apuesta sin riesgo era para Txus. Así es que estudió ingeniería, destacando y sin darse importancia. Como siempre.
Mientras, en el Anaitasuna dio el salto desde Juveniles hasta el primer equipo de División de Honor. Entonces se dejó crecer la barba para aparentar que era mayor, aunque la sonrisa delatara su juventud. Sus amigos solíamos ir a verle jugar a La catedral. Tiempos históricos aquellos en los que los partidos se jugaban los domingos a las 12.30 y se podía escuchar como música de fondo en los calentamientos la canción Gigi, el amoroso. Esa hora del mediodía nos iba muy bien porque, hubiera o no triunfo, siempre podríamos celebrarlo o lamentarlo tomando el vermouth antes de acabar comiendo en el antiguo bar Mediterráneo, allá en San Juan. Por aquel entonces sus compañeros del Anaita, teniendo en cuenta su envergadura, le pusieron un apelativo cariñoso: Volvo, como la popular marca de camiones. Después jugó en el Beti Onak y en el Txantrea en los que, además de por su calidad deportiva, también dejó huella y buenos amigos. Después realizó el curso para convertirse en entrenador nacional, volviendo al Anaita para entrenar a diferentes categorías hasta llegar a dirigir el primer equipo. Su pasión por el balonmano solo tuvo que ceder ante los viajes que demandaban sus obligaciones laborales.
Si nuestras convocatorias ya no tenían para nosotros las excusas del deporte, pronto encontramos otras, esta vez no centradas en torno a una cancha sino alrededor de una mesa. Así fueron naciendo nuestras tradiciones de toda la vida. Cada 25 de diciembre, en casa de sus padres Pedro y Juana, junto con sus hermanos Pedro y Pili, Carlos y Pili, Maripi y Javier, tocaba sopa de almendras. En Ibero, Miguel y Juana Mari, con relleno hecho con una receta secreta. Tras las corridas de los Sanfermines la cita estaba en el casco viejo. Allí aguardaban, con las pastas de Layana de Paquita y los botellines de El León celosamente enfriados por Antonio con esmero de sumiller. Mientras se reponían fuerzas y se guardaban cubos y las lecheras hasta el día siguiente.
Sus amigos recordaremos siempre a Txus en nuestras cenas, poteos, celebraciones, con la peña Oberena o corriendo en el encierro. Pero tantos años de amistad profunda también nos traen a la memoria la presencia de Txus en los malos momentos, ayudándonos a ponerse las pilas si alguno se descarriaba o tenía algún problemilla o problemón. Siempre sabía escuchar y tenía palabras atinadas para cada situación.
En su momento, a nuestra cuadrilla se incorporaron las chicas, las novias, que se fueron convirtiendo en nuestras compañeras de vida. Ellas, a base de paciencia, tuvieron que acostumbrarse a descansar de nosotros sentándose juntas en una parte de la mesa para no tener que escuchar otra vez nuestras risas por las mismas anécdotas e historias. También Txus conoció a Mari Mar, una mujer maravillosa con la que formaron una pareja de la que nacieron sus hijos Itxaso e Imanol.
Se incorporó a la cuadrilla de Mari Mar en Liédena, a los que tanto quiso y tanto le quisieron, es que era imposible no quererle.
Dos semanas antes de fallecer, en cuanto sus médicos le dieron la oportunidad de abandonar por unas horas el hospital, Txus nos convocó a todos a una comida en Ibero. Él conocía la gravedad de su enfermedad, pero quiso despedirse a su manera, como si nada pasara, con una sonrisa permanente demostrando una vez más su capacidad de vivir y de compartir vida con nosotros y, cómo no, con su querida y valiente Mari Mar, quien lo acompañó en todo momento para convertirse en su cómplice en tan difícil situación.
Pensamos entonces y lo recordamos ahora que, aunque la enfermedad maldita parecía haberle ganado, en realidad nos estaba dando una lección no de muerte sino de vida, pensando siempre más en los demás que en sí mismo, pensando siempre en su querida familia a la que tanto tenemos también que agradecer. Todos permanecerán en nuestra amistad y en nuestro presente.
Gracias por todo, Txus, amigo. Gracias, Volvo. Gracias, Jesús, porque ha sido y es un privilegio haber podido compartir nuestras vidas contigo.