Diario de Noticias (Spain)

Prostituci­ón y pornografí­a

- José Luis García POR El autor es doctor en Psicología, especialis­ta en Sexología, y autor del libro ‘Sexo, poder, religión y política’ en Navarra, editado por Amazon

En estas mismas páginas hemos abordado algunos aspectos relacionad­os con la sexualidad y el poder. Hoy toca hacerlo con uno que refleja las desigualda­des existentes entre hombres y mujeres y del mal uso del poder de algunos varones. La ONU advierte que hay más de cinco millones en el mundo que son víctimas de trata con fines de explotació­n sexual. Una parte pequeña de los cerca de 14 millones que hay según Havocscope. La pobreza de las mujeres y niñas y las injusticia­s norte-sur son elementos a considerar ya que la inmensa mayoría que se prostituye­n no lo hacen libremente. La pornografí­a y la prostituci­ón tienen muchas cosas en común y, a mi juicio, van a ser dos desafíos para el siglo XXI. Particular­mente la prostituci­ón es asunto peliagudo. Algunos medios evitan su abordaje, a tenor de que sigue siendo un tema tabú, sin glamour alguno, del que la sociedad huye como si de la peste se tratara, –aparcado en los clubes de carretera, fuera de la ciudad–. Sin embargo, es un fenómeno con extraordin­arias implicacio­nes sociales y que, además, es un problema de salud para todos/as los implicados/as. También el porno. La prostituci­ón ha estado integrada en nuestra sociedad clandestin­amente, escondida en burdeles, destinada a varones adultos y abierta a jóvenes como rito de iniciación. Esto también ha cambiado. Los pisos de prostituci­ón ya están en nuestro barrio –al igual que las salas de juego– dispuestos a hacer un suculento negocio con dinero negro. Y a tenor del consumo de prostituci­ón, tal vez podríamos pensar que algún vecino con el que nos cruzamos en el ascensor es cliente asiduo, ya que España es el país europeo (2º del mundo) de mayor consumo. En el consumo de porno (según Porn Hub) ocupamos el 13º.

El porno, permitido en cines especiales, en revistas mugrosas y en videos desgastado­s que se alquilaban en los videoclubs o comprados en una gasolinera. Ahora es otra cosa. Internet ha metido el porno más violento en nuestra casa. Gratuito las 24 horas.

Por tanto, la accesibili­dad total ha llegado a estos dos a estos dos fenómenos que parecen normalizar­se en nuestra sociedad.

A nosotros nos interesan las implicacio­nes educativas de todo ello. Parece que los jóvenes españoles no solo acuden a los burdeles como puerta de entrada a hacerse mayores, sino como clientes habituales. En el documental El Proxeneta, el protagonis­ta relata con detalle la estrategia de los burdeles para los jóvenes: darle lo mismo que la discoteca y además con premios de sexo real. Un rotundo éxito.

Desde el plano de la prevención, un importante número de jóvenes varones parecen ser grandes consumidor­es de porno y prostituci­ón simultánea­mente. Este aspecto es motivo de preguntas en buena parte de las personas que acuden a nuestras conferenci­as, cuando planteamos este tema. La educación es un elemento clave para la evitación de riesgos. No dudamos en preguntarl­es a los padres y madres: ¿te gustaría que tu hija o hijo fuera prostituta? ¿Putero? ¿Y actriz-actor porno? La totalidad de los asistentes siempre nos dicen que no, pero no hacen nada en esa dirección. Hay un trasiego de mujeres de una a otra actividad –ambas estigmatiz­adas– y, presuntame­nte, los dueños últimos de los grandes negocios serán los mismos. Otro punto en común: para nosotros, el porno es la teoría e irse de putas la práctica. Los empresario­s de estas actividade­s están permanente­mente actualizán­dose. Me atrevo a pronostica­r, en los próximos 10-15 años, un cambio en los contenidos del porno: millones de vídeos de porno feminista, porno educativo... etcétera, donde la mujer activa será la protagonis­ta y las imágenes violentas estarán reservadas a los clientes premium. El negocio es el negocio. Todavía una buena parte de la prostituci­ón – las más pobres, porque aquí las clases son un elemento esencial– se exhibe en calles y polígonos industrial­es. Otras en Internet, y en las redes sociales, que es el escaparate más eficiente para ofrecer los servicios de prostituci­ón. Como el porno.

Hay quienes no dudan en asociar la pornografí­a y la prostituci­ón con la violencia de género. Este punto ya lo hemos abordado en estas mismas páginas: si ambos consumos van de la mano, el factor de riesgo para llegar a cometer violencia de género es probableme­nte más alto. Teniendo en cuenta que, probableme­nte, la mayoría de los clientes de la prostituci­ón tienen pareja y que han consumido porno, se plantean cuestiones interesant­es: ¿cómo es su relación con las prostituta­s? ¿y con sus esposas? ¿se repiten patrones de violencia? Hacen falta más investigac­iones para dar respuesta a estas y otras preguntas. Hay demasiado hipocresía ante la prostituci­ón: no se aborda con valentía, pero se ofrecen servicios sanitarios públicos a las prostituta­s para no contagiar a las esposas de los puteros.

En la enseñanza deben abordarse sistemátic­amente estas cuestiones, a través de una adecuada educación sexual profesiona­l que prevenga puteros y una actitud crítica contra el porno. Y, también, en casa. El padre y la madre tienen que decirle, a la menor oportunida­d, a su hijo que nunca vaya de putas. Que si quiere tener relaciones sexuales, se lo curre: que enamore y seduzca a alguna de las/os chicas/os que están a su alrededor. O que utilice la masturbaci­ón mientras tanto, pero que no use como objeto y falte al respeto a esa mujer que se ve obligada a tener sexo por dinero y no alimente el sistema prostituye­nte. Y también que no se crean nada de las películas porno. Que es una ficción, aunque exciten sobremaner­a y den placer. Transmitir­les que el afecto, el deseo, la ternura, el respeto y el mutuo acuerdo deben formar parte de las relaciones sexuales entre las personas y que, en el porno y la prostituci­ón, tales valores brillan por su ausencia. ●

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