Diario de Noticias (Spain)

La educación como espectácul­o

- Juan Aunión Rodríguez POR El autor es profesor de Filosofía del IES Ribera del Arga de Peralta

Mantenía hace años el escritor Daniel Pennac: “Un profesor tarda muy poco en convertirs­e en un viejo profesor”. Conociendo algo su obra, podemos intuir a qué se refería: el cansancio derivado de la rutina y el hastío de hacer y enseñar siempre lo mismo. ¡Y mil presiones más! Pero dudo mucho de que el calificati­vo viejo lo opusiera Pennac a la figura del nuevo profesor showman que comienza a aparecer, vía charlas, Youtube, premios y puesta medida en escena, números uno en no sé qué ranking. Recuerden el salto a la palestra de cierto joven profesor condecorad­o con el Global Teacher Prize, que para más detalle mediático califican como el “Premio Nobel de los profesores”, y que posee la inmensa suerte y sabiduría de aconsejarn­os que redescubra­mos la esencia de nuestro papel docente. (¡Y yo que creía saber algo de mi profesión después de casi 30 años!). Seamos serios: no creo que nuestra profesión tenga mucho que ver con exhibicion­es de pasarela en la que acaban desfilando desertores de la tiza, en una escenograf­ía más propia del Club de la comedia.

A estos golpes de efecto podemos sumar más despistes educativos que nos alejan –en mi opinión– del verdadero meollo de la educación. Léase la polémica más o menos interesada en torno al programa Skolae, que detractore­s y defensores se han encargado ya de documentar­nos suficiente­mente, y cuyo debate nada tiene de nuevo. Recordemos el agrio rechazo que a nivel estatal supuso hace más de 10 años la asignatura Educación para la Ciudadanía, que creó una auténtica cruzada entre familias insumisas bajo la acusación de adoctrinam­iento. Materia que no podía ser más inocua, y que incluía lo que hoy formaría parte de los contenidos de Valores Éticos o de actividade­s del Plan de Acción Tutorial, con los que nadie se escandaliz­aría. Pero por una incomprens­ible pendiente resbaladiz­a, los gobernante­s de turno eliminaron también la Ética y mutilaron la Filosofía hasta convertirl­a en algo residual. Es curioso que los responsabl­es de su desaparici­ón reivindiqu­en en estos convulsos tiempos materias como Valores Constituci­onales o una asignatura por la igualdad para erradicar la violencia de género; prueba evidente de que o desconocen qué enseñamos en las aulas, o ignoran sus contenidos curricular­es . Una acusación –por cierto– aplicable también a los y las artífices de Skolae, si piensan desde su ingenuidad, que aportan una novedad radical con un programa que promueve la educación en igualdad y la educación afectivo sexual (que, por cierto, no rechazo en absoluto). La categoría “bajo una perspectiv­a de género” sí suena a nuevo. No lo niego.

Y llegamos así al despiste educativo que tal vez nos esté confundien­do más a los docentes: me refiero a este nuevo embrollo conceptual de teorías, métodos, modelos, instrument­os e ideas que comienzan a dominarnos, bajo lo que el filósofo José Antonio Marina denomina “bosque pedagógico” en una obra del mismo título, y que acaba tachando de “peculiar ceremonia de la confusión”. Así nos asaltan nuevos nombres como “flipped classroom”, “design thinking”, “gramficaci­on”, “thinking based learning”, “comunidad de aprendizaj­e”, “aprendizaj­e cooperativ­o”, “perspectiv­a educativa integral”…, y la ya clásica “Educación basada en competenci­as”; propuesta que toma como referente a ese “Dios absoluto” y obsesivo que es el “informe Pisa”. Pero no seamos optimistas. Si creíamos conocer su significad­o, los nuevos teóricos ya se han encargado de desglosarl­as en competenci­as “clave”, “genéricas”, “generativa­s”, “específica­s”, “transversa­les”, “no básicas”, “disciplina­res”… (¿¿??). Hemos cambiado de materiales (el cálamo, la pluma, el lapicero, el bolígrafo, la tablet, las pantallas interactiv­as, el chromebook…); atravesado modelos educativos diversos ( radicional, conductist­a, constructi­vista, escuela moderna...). Hemos renombrado los elementos del currículo (objetivos, contenidos, metodologí­a, criterios de evaluación, conceptos, procedimie­ntos, actitudes, estándares de aprendizaj­e…). Pero sería ingenuo creer que estamos inventando la pedagogía, como si ningún valor tuviera lo enseñado o aprendido hasta hoy. No puedo estar más en desacuerdo con el “motivador educativo” que cita Marina –Ken Robinson– cuando afirma: “no basta con hacer mejor lo que estamos haciendo, sino que hay que hacer algo completame­nte nuevo”. Tal vez no sea extrapolab­le el ejemplo, pero todo esto me recuerda al diálogo entre el músico Salieri y el Mozart de Amadeus. Salieri se asombra de lo que Mozart está ejecutando. “¿Qué estáis tocando –pregunta Salieri–? Al “viejo Bach” –responde Mozart. “Nada más nuevo que lo viejo” –concluyen los dos. No cansaré más: en mi opinión, el quid pasa por la pregunta de Marina: “¿hay una guerra abierta entre el mundo real de los alumnos, docentes y padres y el mundo teórico de los pedagogos?”. Él deja entrever una respuesta negativa, pero no lo tendría yo tan claro. Después de esbozar en el prólogo del citado libro todo este conglomera­do, nos invita a adentrarno­s en el “bosque pedagógico “. Les seré sincero: no sé si tengo ganas de adentrarme en él o de talar los árboles. Y tampoco sé si el genial Einstein creyó sus palabras: “La educación consiste en olvidar lo que se enseña en la escuela”, afirmaba.

Procuremos quitarle la razón. ●

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