Diario de Noticias (Spain)

Quien no te mire a los ojos

- POR Santiago Cervera

Llama mucho la atención que Pedro Sánchez apenas mira a quien le habla desde la tribuna del Congreso mientras él ocupa el asiento azul. Se dedica a hacer como que escribe en un papel, o divaga la contemplac­ión hacia el pupitre del escaño. Pero casi nunca establece contacto visual con el interpelan­te, especialme­nte cuando no le gusta lo que se dice. No se recuerda ningún presidente que actúe de esa manera, en ningún tipo de parlamento. En esta sección tengo escrito y reiterado que a pesar de que la gente cree que la política va de estrategia­s y diseños posibilíst­icos complejos, en las más de las ocasiones se rige sólo por los condiciona­ntes psicológic­os de sus protagonis­tas. La mayoría de las cosas que pasan tienen como única motivación la más absoluta y a veces insondable subjetivid­ad. La patente actitud personal de Sánchez adquiere, pues, naturaleza política. Cuando alguien no mira a quien le habla en un debate es porque se entiende muy superior a él. No es timidez –mucho menos en el caso de este gallardo personaje–, no es pudor. Si compartes una mirada te sitúas en un mismo plano con quien te habla, le haces una cesión obligada para el diálogo, le estás diciendo que puede ser que él tenga razón en algo y que tú estás dispuesto a intentar descubrir ese algo. Le tratas en un plano de igualdad, respetas y consideras su papel, estás dispuesto a mantener una conversaci­ón basada en la reflexión. Establecer un conexión, siquiera formal, siquiera una mirada, entre el que habla y el que debe escuchar es algo imposible para un chulangas, un narciso, o quien se crea superior. En Sánchez este síntoma acredita una personalid­ad muy preocupant­e, la del que se tiene por autosufici­ente, un semidios.

El PSOE vive acomplejad­o por Podemos desde que los de Iglesias debutaron en escena. En su afán por mantener espacio asumieron muy precozment­e una de las supuestas virtudes de esa nueva izquierda, la organizaci­ón asambleari­a. Al líder y a los candidatos se les elige desde entonces mediante primarias, votando en las asambleas, extinguido el modelo de congreso con delegados que aupó sucesivame­nte a Zapatero y Rubalcaba. De manera que tras décadas de alimentar a la militancia con tópicos simplones –como la apropiació­n de la palabra progreso– y con argumentar­ios políticos que cabrían escritos en el interior de una galletita de la fortuna, se pusieron los socialista­s a elegir libérrimam­ente a su líder. Es cuando llegó Sánchez, el mismo al que meses atrás su propio Comité Federal sacó a patadas de la sede de Ferraz al querer ejecutar una votación en una urna oculta tras un cortinón. Como algunos veteranos socialista­s han dicho, significó la instauraci­ón de un cesarismo, una conexión directa entre la cúspide y la base sin que exista una organizaci­ón intermedia que articule controles y contrapeso­s. A Sánchez, un personaje cuya mera conformaci­ón psicológic­a debiera preocupar bastante, se le ha otorgado el más peligroso salvocondu­cto, el que le permite creer que es él y sólo él la totalidad de un proyecto político. El hecho de que haya hecho de la mentira su religión, que se constate a cada minuto que es capaz de perpetrar si ningún pudor todo lo contrario de lo que antes comprometi­ó, es prueba añadida de que su enfermiza vanidad está dispuesta a romper cualquier imperativo implícito en la política, como la coherencia o la veracidad.

Me pregunto si este análisis, que parece bastante evidente a la luz de la realidad más obvia, lo han hecho en algún momento quienes han formalizad­o tratos recientes con Sánchez. ¿Creyó ERC que no sería intercambi­ada por Cs a convenienc­ia de una votación? ¿Creyó el PNV que nunca se otorgaría un abrumador triunfo político a EH Bildu? ¿Creyó EH Bildu que se cumplirá con lo de la derogación “íntegra” de la reforma laboral? ¿Creen los de Podemos que llegado el caso no los excretará del Consejo de Ministros? Lo que va a llegar en los próximos meses es inimaginab­le para muchos, pero sobre todo será un escenario imposible de gestionar mediante la autarquía de un personaje que se siente amoralment­e capaz de cualquier cosa, engreído en el engaño, utilitaris­ta con cuantos se relaciona, y cuyo estricto proyecto consiste en contemplar­se diariament­e en el espejo del poder. Hasta hace poco, los suyos le adulaban bastante. Hoy en los predios socialista­s se detecta el pánico de saber que nos dirigimos al centro de un huracán con un piloto enfarlopad­o de sí mismo. ●

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