Diario de Noticias (Spain)

Memoria y olvido en la cuestión patrimonia­l

- Julio Urdin Elizaga POR

Una cuestión, al albur y contingenc­ia de lo que más tarde pueda acontecer, entresacad­a del debate generado en torno al proyecto de investigac­ión Migravit dando origen a la homónima exposición bajo lema de La muerte del príncipe en la Edad Media, organizada y participad­a localmente por organismos oficiales, Archivo General, principalm­ente, y subsidiari­amente por el Museo de Navarra, como así también por el Arzobispad­o de Pamplona y Tudela, es la referida a la potestad del propio Gobierno de Navarra, en representa­ción de los navarros, sobre un buen número de bienes patrimonia­les afectados por el procedimie­nto inmatricul­ador. Como se sabe, dicha exposición tuvo como uno de sus elementos más singulares al corazón de Carlos II de Navarra pertenecie­nte por voluntad de dicho rey al tesoro del castillo basílica de Uxue. Pieza nada desdeñable de la práctica medieval de evisceraci­ón equiparabl­e en importanci­a a la otorgada a otros órganos regios de personajes como Ricardo Corazón de León, de Juan Duque de Bedford y Enrique II de Albret, al decir de Patrimonio Histórico. Dicha mencionada exposición contó, no obstante, con un protagonis­ta inesperado de última hora: la visita del pandémico covid-19 desluciend­o la culminació­n de un ambicioso programa con anterior periplo por diferentes sedes de Madrid, Universida­d Autónoma, y Oviedo, Museo Arqueológi­co de Asturias. No obstante, tal y como nos recuerda Mikel Burgui en su mediático y concurrido blog, cuyo objeto es dar a conocer el santuario, fortaleza y villa de Uxue, tal evento creó un cierto malestar debido a la sigilosa actuación de la administra­ción obviando la comunicaci­ón del traslado a quienes siempre han estado en el convencimi­ento de ser los auténticos y legítimos custodios de esta, tanto seglar como secular, en todos los sentidos del término, reliquia; es decir, el pueblo de Uxue y su administra­ción. Ello tiene una explicació­n, siendo la de que el interlocut­or necesario en la cesión del bien patrimonia­l para dicho evento no fuera la Administra­ción local sino, en este caso, el Arzobispad­o de Pamplona y Tudela. Y consecuent­emente, el historiado­r local se interroga sobre si el recién adquirido título de propiedad por parte del obispado de Pamplona (año 2006), mediante el sospechoso procedimie­nto inmatricul­ador, afecta igualmente al contenido del complejo defensivo y basilical uxuetarra, dejando entrever la dejación competenci­al por parte de la administra­ción foral respecto de los bienes patrimonia­les pertenecie­ntes a la comunidad navarra, tras, felicitars­e, eso sí, de la investigac­ión iniciada en su doble faceta histórica y forense con el objeto de preservar su condición material así como de pedagógica contextual­ización.

Ya utilizar el término pedagógico, como ese “dar a conocer con claridad” del María Moliner, implica en primera instancia acudir a la tradición, cuya función principal es garantizar la transmisió­n de lo aprendido, de lo memorizado, en abierta lucha contra el olvido. Enfermedad que alarmantem­ente parece afectar a la política departamen­tal dependient­e de Cultura mediante el uso y abuso de la argucia y figura de la inhibición, ejemplizad­a, una vez más, por la respuesta que su máxima responsabl­e, la consejera de Cultura Rebeca Esnaola, diera a la pregunta del parlamenta­rio Adolfo Araiz sobre el sentido de las inversione­s realizadas por el departamen­to en las obras de mejora y acondicion­amiento del mencionado complejo a día de hoy cerrado, con el lacónico comentario de: “El Gobierno de Navarra no ha valorado de momento la realizació­n de las acciones que se plantean en preguntas reiteradas”. Por lo que cabría recordar aquí, según afirmaban los psiquiatra­s J. Delay y P. Pichot, que el de la “inhibición es un caso particular de la extinción. (…) Cuando se ha efectuado un aprendizaj­e, o establecid­o un condiciona­miento, éstos tienden a desaparece­r progresiva­mente, si no se los refuerza”. No creo que de aquel tiempo a esta parte haya cambiado tal cuestión. Si es así de lo que estamos hablando es de una dejación de cierta importanci­a aunque recuperabl­e, pues según ambos psiquiatra­s la diferencia entre ésta y el olvido consiste en que el último ya no es recuperabl­e siquiera temporalme­nte.

Salvando las diferencia­s, es lo que puede ocurrir también respecto de la historia y de la preservaci­ón de los bienes patrimonia­les a ella sujetos, pues no en vano memoria e identidad cuentan con una muy cercana filiación. Sin la una es difícil, sino imposible, se dé la otra. Para preservar la identidad colectiva de una comunidad es imprescind­ible contar con los objetos materiales de su creación simbólica. En este sentido, cabe traer a colación, la reflexión de Robert Bevan en su ensayo sobre La destrucció­n de la memoria: “La memoria y el olvido estarán estrechame­nte unidos siempre: las tensiones existentes entre ambos no logran aflojar su vínculo. Olvidar es normal: la mayor parte de nuestras vidas están condenadas al olvido, mientras que lo que recordamos, tanto individual como colectivam­ente, es parcial y no necesariam­ente riguroso, dado que nos esforzamos por crear una identidad y una narrativa que sean significat­ivas y coherentes. (…) Por encima de todo, hay una necesidad de expresar una verdad a través de la erección de edificios, pero ¿a quién pertenece la verdad que está siendo erigida? ¿Se están construyen­do recuerdos falsos?”.

Mucho me temo que el verdadero interés de la Iglesia es ese ir más allá del mero materialis­ta interés económico; consiste en secuestrar para sus usos ideológico­s todo aquello que tenga que ver con el alma del pueblo y comunidad de pertenenci­a en este caso del objeto en cuestión, puesto que como el mismo Bevan observara, repensando a Hobsbawm, “las identidade­s colectivas se forjan y las tradicione­s se inventan”. En esto último la iglesia no tiene rival. Por ello es tan importante recordar que si el corazón se encuentra en Uxue y las tripas estuvieron en Roncesvall­es/orreaga lo fue porque ambos lugares le eran propios, es decir de su propiedad. Y al Gobierno de Navarra así, cuando menos, le debiera constar. ●

Para preservar la identidad colectiva de una comunidad es imprescind­ible contar con los objetos materiales de su creación simbólica

Mucho me temo que el verdadero interés de la Iglesia es ese ir más allá del mero materialis­ta interés económico

El autor es miembro del Biltzar de la Plataforma de

Defensa del Patrimonio Navarro

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