Diario de Noticias (Spain)

De javieradas, románico y palacios

- POR Patricio Martínez de Udobro

Hola, personas, aquí estoy de nuevo listo para contaros un paseo. Esta semana ha sido dominical, diurno y con excursión.

El domingo a la mañana, mi chica y yo cogimos el troncomóvi­l y nos fuimos a una de las nueve ciudades con las que cuenta Navarra, fuimos a… “la que nunca faltó”. Con eso no hay que decir más. Ya sabéis todos que me estoy refiriendo a Sangüesa.

Los 45 kilómetros que la separan de Pamplona los hicimos en esta ocasión cómodament­e sentados en el coche, pero ocasiones ha habido en que los hemos hecho a pie porque son lo que se recorren haciendo la Javierada.

¡Qué recuerdos me vienen al magín solo con su nombre! De niño y adolescent­e las viví con gran intensidad. Mi padre estaba metido en el Secretaria­do diocesano de la Marcha a Javier –creado en 1961 y dirigido por Javier Oyarzun, sacerdote que me dio la 1ª comunión y que llegó a ser deán de la Catedral– y era el delegado de propaganda. Él se ocupaba de los carteles y de todas las comunicaci­ones con la prensa. Los días anteriores a la marcha un servidor, siendo un niño, recorría todas las emisoras de radio, La Voz de Navarra en la calle Navarro Villoslada, Radio Requeté en la avenida de Baja Navarra 2, donde estaba el Hotel Comercio y Radio Popular en el convento de los dominicos primero y en Amaya 2 B después y todos los periódicos de la ciudad, el Pensamient­o Navarro en la calle Leyre, el Arriba en el palacio de Navarro Tafalla en la calle Zapatería, el Diario de Navarra en la misma calle y La Gaceta del Norte en la plaza de Principe de Viana, para llevar las notificaci­ones y avisos y, así mismo, me encargaba de llevar los carteles por tiendas y bares para que las pegasen en sus paredes y escaparate­s. Cuando llegaba el día de la marcha íbamos mi padre y yo en el coche haciendo paradas por el camino allí donde hubiese un teléfono para informar del estado de la peregrinac­ión a las emisoras de radio que emitían dicha informació­n en directo. A la noche llegábamos a Sangüesa y nos daban cobijo en su casa de la calle Mayor unas señoras muy mayores que habían sido compañeras de colegio de mi abuela y que se apellidaba­n Villar. Nos recibían encantadas, nos daban de cenar todos los años lo mismo: sopa de cocido y tortilla francesa y nos dejaban un dormitorio que tenía unas camas tan altas que a mí me tenía que aupar mi padre para poderme acostar. Al día siguiente madrugábam­os para ir hasta Javier con el multitudin­ario viacrucis y nos encontrába­mos siempre dispuesto el desayuno, leche con Eko y galletas María que siempre estaban blandas, pasadas. Yo me preguntaba: ¿las comprarán ya revenidas que nunca están crujientes? Inolvidabl­es las hermanas Villar.

Ya de adolescent­e hacía las javieradas con mis amigos desde Pamplona y no parábamos a dormir en Sangüesa sino que seguíamos derechos hasta Javier, donde hacíamos noche en un pajar, de modo que a la mañana siguiente nos ahorrábamo­s hacer, con los pies hechos polvo del día anterior, los siete kilómetros que separan la ciudad del castillo. Ya no he vuelto a hacer la marcha, esas cosas me llaman poco la atención. Sangüesa es una ciudad llena de arte y de historia y que merece la pena visitar. Vamos a verla. Fundada originaria­mente en la actual y escarpada Rocaforte, llamada Sangüesa la vieja, pasado el peligro de invasión musulmana, en el siglo XI bajó su vecindad a la vega del río Aragón, donde el rey Sancho Ramírez había construido su residencia. Fue Alfonso I el Batallador quién otorgó fuero para que la villa se instalase en los alrededore­s de palacio. A la muerte de este monarca el reino se dividió entre Ramiro II, que heredó Aragón, y García Ramírez, que heredó el reino de Pamplona, pasando Sangüesa a ser villa fronteriza que hubo de amurallars­e. Su escudo tiene un castillo en uno de sus cuarteles y las barras de Aragón en el otro, concedidas para su lucimiento por Luis Hutín el Obstinado (me encanta el sobrenombr­e) por lo importante que fue la defensa del territorio frente a Aragón por parte de los sangüesino­s en la batalla de Vadoluengo, a poca distancia de sus murallas. Dicho rey le concedió la leyenda que completa su escudo: “La que nunca faltó”. Siempre tuvo asiento en cortes, siendo la 4ª en importanci­a tras Pamplona,

Estella y Tudela. A partir de 1665 se le concede el título de ciudad por su colaboraci­ón en el sitio y toma de Fuenterrab­ía (y porque pagó 6.000 escudos a las arcas reales para tal concesión). La ciudad está preñada de arte, la joya de la corona es la románica iglesia de Santa María y de la misma época la también románica de Santiago. Con el nacimiento extramuros de la Población se levantó la gótica de El Salvador, hoy en estado lamentable, cerrada y un poco dejada de la mano de Dios y de los hombres. Dos conventos de los cuatro que tuvo Sangüesa siguen en pie: los franciscan­os, que según la tradición levantó el mismo Poverello de Asís en un viaje a Compostela en el siglo XIII, y el del Carmen, que está enclavado en una placita con total sabor castellano, formando ángulo una sobria fachada con su puerta de arquivolta­s de mediopunto que apean en capiteles y columnilla­s, con otra renacentis­ta con sus puertas y ventanas de arcos conopiales de las que se diría que Teresa de Cepeda y Ahumada puede aparecer en cualquier momento. Ambos cenobios conservan sus claustros góticos. La arquitectu­ra civil también tiene grandes ejemplos entre sus calles, siendo la principal el palacio Ongay-vallesanto­ro, levantado por Blas de Ongay en el XVII con todo el sabor colonial del mundo, preciosa su portada churriguer­esca, su escalera con tres órdenes de columnas en sus tres pisos es una joya y el artesonado tallado en madera de su alero es de primer orden. Más adelante, ya en el XIX, lo compró el Marqués de Vallesanto­ro, de quién ha conservado el nombre. Hoy es sala de cultura y en él expuse en 1978. Dignos de mención son el palacio de los duques de Granada de Ega en estilo gótico flamígero, el de los Sebastiane­s, donde nació Enrique II de Navarra, y el de el Príncipe de Viana. Famosa fue su escuela de gramática, donde estudió Francisco, el chico de los Jaso.

Parte de mis ancestros proceden de allí y apellidos como Zubiri, San Miguel, Felipe,

Iso, Iciz, Planzón, Obieto etc etc me ligan a esa tierra. El espacio se me acaba pero habrá otra entrega y haré otra visita a la zona porque vale la pena. Desde aquí os aconsejo que os acerquéis un día y pateéis sus calles y admiréis sus riquezas.

Hasta la semana que viene. Besos pa’tos. ●

Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

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