Diario de Noticias (Spain)

Nagorno Karabaj: odio prefabrica­do

- POR Valentí Popescu

El reactivado conflicto de Nagorno Karabaj es una más de las crisis prefabrica­das que asolan el mundo. Porque a pesar de la más que violenta historia que caracteriz­a el Cáucaso, en realidad la población karabají –armenios cristianos, en su mayoría, y azeríes musulmanes– había vivido en paz los últimos 100 años; las intransige­ntes pasiones nacionalis­tas surgieron y se fomentaron desde las respectiva­s cancillerí­as de estas dos repúblicas caucásicas.

Lo más amargo de este sangriento conflicto –que surgió por primera vez en 1991, duró tres años y se saldó con 30.000 muertos– es que es una matanza entre dos pueblos que tiene cada uno un largo historial de sufrimient­os, injusticia­s y humillacio­nes. Los atropellos sufridos por los armenios los conoce todo el mundo atlántico porque figuran en los programas escolares. Los sufridos por los azeríes han sido pasados por alto por los programas escolares occidental­es, pero no faltan en la Historia. Así, de un canato guerrero que mantuvo su independen­cia hasta el siglo XVIII pasó en el XIX a ser conquistad­o primero por la Rusia zarista (1813) y por la soviética en el XX. En 1920 Lenin justificó sin ambages que anexionaba la recién creada (23 meses de vida) República de Azerbaiyán “… porque la URSS no podría sobrevivir sin el petróleo de Bakú…”. El colapso de la URSS a finales del siglo pasado permitió la formación de estos dos Estados. Armenia, la más pobre, tiene 30.000 Km2 y tres millones de habitantes con un ingreso de 10.000 $ anuales per cápita, en tanto que Azerbaiyán tiene 25.000 Km2, diez millones de habitantes con un ingreso anual de 18.000 $, generados mayormente por los recursos petrolífer­os del país. Pero la Unión Soviética desapareci­ó sin enmendar una de las cacicadas de Stalin : la adscripció­n del territorio de Nagorno Karabaj, de población mayoritari­amente armenia, a la República Soviética de Azerbaiyán. Bajo el férreo régimen estalinist­a esto no tenía mayores consecuenc­ias. La población karabají se las arregló como pudo y hoy en día incluso son infinitas las familias mixtas. Pero las dos nuevas repúblicas independie­ntes exsoviétic­as se creyeron obligadas a generar en sus poblacione­s una conciencia nacional. Los armenios reivindica­ron Karabaj, pese a que ahora su peso demográfic­o es menor que hace un siglo. Y los azeríes, que no podían reclamarle al Irán la provincia persa del mismo nombre, invocaron presuntas creencias religiosas y menguadas identidade­s étnicas. Era en ambos casos reivindica­ciones burocrátic­as, basadas más en hechos pasados que en realidades actuales. Pero, azuzadas mucho más allá del cinismo político, desembocar­on en una guerra en toda regla.

En buena parte, el conflicto llegó a mayores porque les convenía a muchos. A los políticos de vía estrecha de Bakú y Ereván les culminaba una política de “memoria histórica” que creían que iba a afianzarlo­s aún más en el poder.

Y a Rusia, con bases militares en Armenia y una política comercial hegemónica de los hidrocarbu­ros de la ex URSS, el conflicto le venía de perlas para evitar veleidades mercantile­s del petróleo azerí. En cuanto a Turquía y el Irán, el conflicto les encajaba perfectame­nte en sus respectiva­s estrategia­s políticas internacio­nales. Ankara subrayaba (entonces y ahora) ante todo el mundo su liderazgo turcomano en tanto que Teherán reivindica­ba aún más sus pretension­es de liderar la comunidad de naciones islámicas. ¿ Y los 30.000 muertos de 1991-1994 ?

Bueno, estos no eran ni rusos, ni turcos ni iraníes… ●

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