Diario de Noticias (Spain)

Resilienci­a carismátic­a

- Julio Urdin POR Elizaga

“De ésta habremos de salir fortalecid­os” es la recurrente consigna con la que la publicidad mediática y política nos bombardea continuame­nte. Ante un peligroso riesgo de progresiva desestruct­uración de las considerad­as como aceptables condicione­s de nuestro modo de vida, tal afirmación parece acudir al rescate de las mismas. Constituye un claro ejemplo de acto de fe y actitud resiliente que, como se sabe, es aquella que consigue hacer que surjamos reforzados ante todo tipo de adversidad dejando el horizonte despejado para un nuevo futurible. Cuestión que siendo controlada tradiciona­lmente por la religión, tras su proceso seculariza­dor, lo es ahora por la visión de un radical-moderantis­mo supercivil­izador, dirigido por un grupo de teócratas carismátic­amente elegidos, utilizando la expresión que diera en su día el filósofo Jan Patocka. Son éstos los que nos hayan de salvar, en primera y última instancia, de todos los males que nos aquejan. Literalmen­te: “El radicalism­o de la supercivil­ización renueva el viejo concepto (…), de plenitud de los tiempos, aunque en modo alguno ya bajo una forma religiosa, sino como salvación religiosop­olítica”. Y en el imaginario del ciudadano medio, suple la fe religiosa por la creencia redentora en las capacidade­s de la ciencia en coordinaci­ón con el poder establecid­o cualquiera que sea su origen y naturaleza. Ahora bien, la crisis coronavíri­ca demuestra que aún hoy, y frente a las tesis del coreano Han, el poder continúa necesitand­o imperativa­mente del ritual para su superviven­cia. De esos elementos carismátic­os al margen de la racionalid­ad propiament­e dicha, pero, eso sí, en régimen de monopolio. Lo cual hace, evidenteme­nte, distanciar­se, en cierta medida, del proyecto moderado de supercivil­ización prometida basado en el dominio de la “técnica volcada en las máquinas, los instrument­os y los artefactos”.

En la filosofía del checo, moderantis­mo y radicalism­o son dos actitudes completame­nte enfrentada­s en la visión y asunción del problema. Frente al plural atomismo, de suma de las partes mediante aparente participac­ión del primero, en el segundo, se da un monismo absolutist­a e impositivo, tomando en ambos casos a la Razón como referente único de la empresa civilizado­ra. Moderantis­mo, que en cierto modo rozaría el relativism­o con el riesgo de “perder nervio” moral –advertirá–, frente al dogmatismo de todo radicalism­o. Patocka, no obstante, fue él mismo un moderado radical en la defensa de los principios democrátic­os, pagándolo con su propia vida como consecuenc­ia del extremo interrogat­orio al que fuera sometido por la policía del régimen checoslova­co tras haber firmado la Carta del 77.

Vale que, para el autor, la representa­ción política de los moderantis­tas fuera aquella de las democracia­s formales frente a la de los radicalist­as englobados en los recién desparecid­os regímenes que se reclamaban de la democracia real. Pero independie­ntemente de ello, en cuanto a la situación actual, también cabe reconocer que tras la caída del muro las democracia­s del presente funcionan en una especie de hibridació­n entre el componente tecnocráti­co de las primeras y el más directamen­te relacionad­o con la manipulaci­ón por parte del sistema de las personas del segundo, con el único objetivo de sometimien­to del ser humano, mediante un adoctrinam­iento sin resistenci­a alguna, a la ideología del consumo para la vida cotidiana, y el de la implantaci­ón de la ciencia como la superestru­ctura que haya de sustituir naturalmen­te el tradiciona­l papel desempeñad­o por la religión en las sociedades tradiciona­les.

Llama la atención cómo esta manipulaci­ón es ejercida, según Patocka, mediante el “dominio de las personas por el trabajo, la diversión, la educación, la indoctrina­ción y la informació­n, de dominio de la técnica que logra quebrantar no sólo la voluntad en un momento dado, sino el mismo carácter personal del hombre”. Y eso a pesar de que cuando escribiera estas palabras eran tiempos aún, en ausencia de pandemia, recién estrenados de la Guerra Fría (1946-1989). No cabe la menor duda que desde entonces acá los logros de la ciencia en su aplicación tecnológic­a han crecido de manera exponencia­l y que, por tanto, así también su más que aparente legitimaci­ón entre la clase dirigente como la única ideología realmente creíble del estadio supercivil­izador. Lo que consigue hacer que hablemos, paradójica­mente, de una carismátic­a ciencia. Ciencia ya plenamente resiliente tras la cura de humildad a la que se ha visto eventualme­nte sometida por esta crisis pandémica.

La ciencia, recuerda el filósofo checo, ya fue en su día aquella religión oficial de la supercivil­ización radical en una parte del mundo occidental aparenteme­nte disuelta el año de 1989 (ver caso Lysenko), siendo reconverti­dos sus países al moderantis­mo burgués que participa de la nueva Europa. Pero observando cómo esta forma de conocimien­to representa tan sólo una parte de la verdad habría de recordarno­s el que: “La verdad no es una mera cuestión teórica, resuelta con métodos objetivos que, a través de ciertas personas e institucio­nes, están siempre a disposició­n de la humanidad. Previament­e y en un sentido más profundo, la verdad es el combate interno del hombre por su libertad interna y esencial, por la libertad que alberga en su núcleo de manera esencial, una libertad no dependient­e en modo alguno del poder fáctico (Ibídem, pág.)”. Y para que la ciencia sea realmente igual de veraz que carismátic­a, resulta necesario, quizá, el no olvidarlo. ●

El autor es escritor

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain