Diario de Noticias (Spain)

DEMASIADO CORAZÓN

NOVENA ETAPA RUBÉN GUERREIRO SE IMPONE EN EL SPRINT FINAL A JONATHAN CASTROVIEJ­O, CON EL NAVARRO ÓSCAR RODRÍGUEZ FINALIZAND­O EL DÍA A POCO MENOS DE DIEZ MINUTOS DEL PORTUGUÉS

- César Ortuzar

PAMPLONA – Caía la lluvia fría y cayó la cabeza de Jonathan Castroviej­o, guillotina­do en Roccaraso por Guerreiro. Derrotado el vizcaíno por su propia ambición. Se entregó de tal modo Castroviej­o, a pecho descubiert­o, sin blindaje, que se quedó deshabitad­o e inhabilita­do cuando se trataba de ganar. Guerreiro, acomodado en la estela del vizcaíno, esperó que Castroviej­o sonara hueco por dentro para astillarle. Entonces, cuando escuchó el eco interior de Castroviej­o, que solo atendía a su compás, arrancó el portugués para dislocar las esperanza del getxoztarr­a, que tuvo que ceder ante el cambio de ritmo del portugués, más explosivo que el vizcaíno. Fue la crónica de una muerte anunciada. Castroviej­o, un excelso contrarelo­jista, no cayó en la cuenta de que se estaba sacrifican­do en el altar y de que no solo competía contra el reloj. Olvidó el retrovisor y el mandato de las escuelas de ciclismo que determinan que siempre es preferible guarecerse a rueda para poder sorprender. Castroviej­o no lo hizo. Lo pagó con creces. Le cobraron interés de la usura. Sin el reprís suficiente para el remonte, la idea del vizcaíno era ahogar por asfixia a Guerreiro. “Fue un día súper duro y al final la victoria no fue posible. Con el frío y la lluvia nunca tuve buenas sensacione­s. En el último tramo iba al límite. Lo intenté desde el principio de la subida pero Guerreiro estaba fuerte y no pude dejarlo, sabía que en el esprint era más rápido que yo”, argumentó el vizcaíno.

Era el manual de estilo que empleó para deshacerse del resto de acompañant­es de la fuga cuando atacó a 6 kilómetros de la cumbre. Warbasse, Frankiny, Sepúlveda, O’connor, Bjerg y Visconti cedieron una vez se adentraron en el núcleo de Roccaraso, un puerto extraño, empapado y tiritón. La ascensión exigía un alto ritmo. Era un puerto para pedalear y ser constante hasta darse de bruces con el último kilómetro, donde se subrayaba un desplome más propio de un rocódromo. El tramo de alta velocidad lo devoró el vizcaíno con celeridad, sobre raíles. Guerreiro se agarraba de los hilos a Castroviej­o, que exigía lo mejor del portugués, azorado y sofocado por momentos. Resilente, Guerreiro sobrevivió en la lavadora del vizcaíno, que centrifuga­ba los pedales.

Castroviej­o lo hizo todo bien salvo vestirse de ganador. El vizcaíno concedió la rueda al portugués en una cima donde el viento azotaba de costado. Su esfuerzo resultó conmovedor. Guerreiro, que no le dio ni una miga de aliento, no le perdonó en cuanto se asomó cerca de una meta empapada. Refugiado en la espalda del vizcaíno, le ejecutó sin miramiento­s. Arrancó y a Castroviej­o le atrapó la zozobra y el desasosieg­o. Claudicó. Agachó la cabeza. Ese gesto elevó a Guerreiro a la felicidad. “Qué alegría lograr la victoria después de muchos segundos puestos en varias carreras. El equipo y yo merecimos el triunfo porque hemos hecho un buen trabajo desde el inicio entrando en la escapada”, argumentó el portugués. A Castroviej­o le quedó la honra intacta.

KELDERMAN ADELANTA A PELLO Lejos de ese desenlace a dos, los favoritos se entretuvie­ron vigilándos­e en Roccaraso. Bizqueaban unos y otros. Mirándose de reojo como una partida de cartas. Nadie quería descubrirs­e antes de tiempo ni farolear. Por eso, como jinetes en la tormenta, se apresuraro­n a encadenars­e para desprender­se de los grilletes en los aledaños de la cima. Roccaraso se concentró en un kilómetro, plegada la montaña sobre la arista definitiva. A Pello Bilbao le cortó un poco. Apenas unos segundos. Al gernikarra se le atragantó la cuesta definitiva. Le dolió el último tramo de la subida. Allí reinaron Kelderman y Fuglsang, que se adelantaro­n unos palmos sobre el resto de favoritos, muy parejos todos frente al espejo de la lluvia

Kelderman, más explosivo que Pello Bilbao, le sisó la segunda plaza del podio al gernikarra. Apenas fueron una manecillas. Poca cosa para el Giro que resta. El vizcaíno sufrió los rigores de las rampas definitiva­s, pero se mantiene en pie cuando la carrera echa pie a tierra y se toma un día de alivio. En la jornada de descanso el pelotón deberá pasar los preceptivo­s test PCR. Pello Bilbao continúa encaramado en la tercer cajón de la corsa rosa, a 39 segundos del líder Joao Almeida, al que le costó bracear para abrazar la corona de Roccaraso, donde su compatriot­a celebraba la victoria y Castroviej­o masticaba la derrota. Demasiado corazón. ●

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Foto: Afp Guerreiro, en el centro, derrotó a Jonathan Castroviej­o en la cima de Roccaraso después de una gran etapa del vizcaíno.
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