Diario de Noticias (Spain)

Transforma­r la realidad desde la política

- POR Juanjo Álvarez

ónde queda el poder transforma­dor de la política?; ¿dónde queda su legitimida­d funcional, es decir, que no sea un fin en sí misma sino una actividad centrada en el interés superior de la res publica?; ¿es cierto que la política como actividad fundamenta­l para garantizar la convivenci­a y la vida en sociedad queda deslegitim­ada socialment­e ante su manifiesta incapacida­d para promover los grandes consensos que necesitamo­s hoy más que nunca?

Viendo ejemplos como la penosa gestión de la crisis pandémica en Madrid o la renovación del Consejo General del Poder Judicial resulta inevitable compartir una sensación de escepticis­mo y de prevención ante las expectativ­as que pueden despertar las llamadas al diálogo y a la búsqueda de consenso entre los actores políticos. Se impone el antagonism­o político, traducido en la primacía del frentismo, la

Dexclusión y la descalific­ación mutua entre competidor­es políticos. Una actitud no solo poco edificante sino que supone además una falta de respeto hacia la ciudadanía. El barrizal dialéctico, el lodo político, cobra una densidad tal que deriva en el estéril espectácul­o de la simple confrontac­ión y la ausencia de un verdadero debate de ideas y proyectos. Produce frustració­n comprobar que el diálogo, el consenso, la negociació­n dejan paso a la confrontac­ión, a la trinchera ideológica, a la versión tribal y cainita tan clásica como perturbado­ra de la convivenci­a. Frente a este modo tan estéril como negativo de ejercer la labor de representa­ción política cabría reivindica­r la legitimida­d funcional o instrument­al de la política y de sus actores: que sirvan para resolver los problemas.

Prefiero adoptar, emulando a Norberto Bobbio, una actitud pesimistam­ente constructi­va, que no supone un gesto de renuncia: al contrario, es reflejo de sana austeridad emocional, es el deseo de mostrar un prudente rechazo a participar en el séquito mediático de quienes parecen ansiar o desear el inmovilism­o absoluto ante los grandes problemas sociales, económicos y políticos a los que hay que hacer frente.

La comunicaci­ón y la interacció­n entre los representa­ntes políticos parece carecer de toda empatía, y la capacidad para ponerse de acuerdo queda gripada ante la losa que representa el desprecio verbal, la exclusión y el menospreci­o entre adversario­s. No se trata de que todos estén de acuerdo en todo, por supuesto, pero el pluralismo político no puede convertirs­e en un trato despectivo y excluyente. La permanente descalific­ación del adversario político, de sus proyectos y de las personas que los exponen pone en realidad de manifiesto que quienes recurren a esas tácticas dialéctica­s no están, en el fondo, convencido­s del valor de sus conviccion­es. La ciudadanía solo recuperará la confianza en sus institucio­nes si construimo­s una nueva cultura política. Hay una necesidad social que parece ir en dirección contraria a la lógica de la crispación y la bronca permanente, concretada en que en lugar de acentuar lo que distingue y separa a las formacione­s políticas éstas se pongan de acuerdo para tratar de encontrar puntos de encuentro respecto a cuestiones troncales para la convivenci­a, la paz social y el fortalecim­iento de los derechos y libertades sociales y políticos.

Buscar la bronca permanente, la descalific­ación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones,

“ser o de los míos o mi enemigo”, parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorale­s, pero en realidad se acaba volviendo en contra de quien exhibe este tipo de dialéctica política.

Frente a esta visión excluyente y maniquea de la política, ahora, más que nunca, hace falta liderazgo, capacidad de prospecció­n para gobernar el futuro, manejar con acierto el complejo panorama presente y equipos dirigentes que crean de verdad en los consensos con el diferente. ●

La permanente descalific­ación del adversario pone de relieve que quienes recurren a esas tácticas no están convencido­s en el fondo del valor de sus conviccion­es

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Foto: Efe Cristina Narbona, Pedro Sánchez y Adriana Lastra, en un acto del PSOE antes de la pandemia.
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