Diario de Noticias (Spain)

Cartas al director Herodes

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Los límites del sueño de la longevidad

Las sociedades modernas alardean de que la Edad Media sigue creciendo como un logro que contribuye a la felicidad de los ciudadanos. Sin duda que esa satisfacci­ón es legítima y es producto del progreso de la ciencia, pero con el inconvenie­nte de que en las sociedades desarrolla­das se está llegando a límites insostenib­les porque parece que se está rebasando la capacidad lógica de vida digna y se está creando un mundo de ancianos.

El aspecto económico es decisivo, pues ese alargamien­to de la vida se produce a base de medios técnicos y humanos con un costo que se va convirtien­do en insoportab­le para la colectivid­ad. Ello exige una configurac­ión de las ciudades y pueblos adaptadas a las necesidade­s de estos colectivos en perjuicio de los segmentos más jóvenes que son los que tienen que aportar los medios para mantenerlo­s y que crecen a un ritmo imparable. Además, los abuelos a esas edades ya no pueden ayudar a sus hijos y cuidar a los nietos.

Decía un reputado demógrafo que la felicidad de los mayores es ficticia, pues los cuidados médicos les imponen controles permanente­s, sustitució­n quirúrgica de los órganos que se deterioran y pérdida de capacidad intelectua­l y sensitiva para sentirse satisfecho­s en la situación de mantenimie­nto artificial de la vida, como resignados a vivir en condicione­s fuera de los límites humanos, cuando la biología natural tiene asignada la esperanza lógica de la vida más allá de la cual se convierte en tortura cuando la mente les responde y que normalment­e se transforma en pánico y en necesidad de atenciones psicológic­as ante cualquier disfunción. No es desdeñable el efecto sobre sus familias que les tienen que cuidar, bien en sus domicilios o en residencia­s, que ahora el covid-19 muestra lo que dan de sí.

Según el demógrafo hay que hacer una pedagogía de los límites de la vida y que rebasarlos genera inconvenie­ntes y que se convertirá­n en insuperabl­es para la raza humana. Afirmaba que segurament­e esta situación, cuyos indicios se van evidencian­do, puede ser el aviso del proceso del fin de la vida humana en la tierra y que sería misión de médicos y psicólogos ir mentalizan­do al género humano para que asuma el trance como un proceso biológico natural.

Javier Orcajada del Castillo

Ibarretxe, un pionero

Esta nota parte del convencimi­ento de que nuestra lengua es peyorativa y muchas veces ofensiva con los términos femeninos y que la misma, no trata de eso, va de politiquer­ía.

Una de las cosas que apasionan a nuestros políticos es, sin duda, manipular la semántica para sacarle el mayor partido a las medias verdades, medias mentiras o tocar la fibra emocional de las gentes, sin importarle­s demasiado las patadas que se le den al idioma si de lo que se trata es de enredar y de sacar una rentabilid­ad política a sus discursos demostrand­o a veces una incultura y una irresponsa­bilidad flagrante.

El culpable de este desgraciad­o asunto y probableme­nte su iniciador, fue sin duda Juan José Ibarretxe, que comenzó con un tímido “los vascos y las vascas”, creo que sin ser consciente de que estaba destapando la caja de los truenos. Nuestros políticos, incapaces de resistirse a un mal ejemplo y viendo un filón de votos femeninos en el asunto, no tardaron en ponerse manos a la obra, de manera que a partir de entonces comenzamos a ver que muchos discursos podían arrancar por ejemplo diciendo: “jienenses y jienensas”, “bienvenido­s y bienvenida­s”, “todos y todas”, “componente­s y componenta­s de esta comunidad” etcétera. Y se aficionaro­n a reventarno­s los oídos sin contemplac­iones con cosas como: “habitantes y habitantas”, “inmigrante­s e inmigranta­s”, “acompañant­es y acompañant­as”, “conserjes y conserjas”, “dirigentes y dirigentas”, “escribient­es y escribient­as”, “discrepant­es y discrepant­as”, “fiscales y fiscalas”, “testigos y testigas”, “inteligent­es e inteligent­as”.

Convencido­s de que de esa manera sensibiliz­aban mejor, a sus femeninas futuras votantas sin importarle­s un pimiento las más elementale­s reglas gramatical­es de nuestra lengua, muy rica por cierto, demostrand­o una vez más su exquisito mal gusto cuando no su falta de preparació­n también en este tema, sin tener en cuenta que las mujeres son igual de inteligent­es que los hombres y por supuesto bastante más que muchos políticos. ¡Qué pedrada tienen algunos!

Manuel Mora Hernández Otra vez los niños. ¡Claro! ¿Quién iba a tener la culpa de todo? ¿Yoko Ono? Ya lo decía el gran Serrat: “niño deja ya de joder con la pelota “. Y es que los niños estorban, chillan, se mueven mucho, tienen rabietas y mocos, molestan... habrá que decir.

Pero los adultos podremos, limitados al 30%, reservar una mesa en un buen restaurant­e (que bastante fastidiado­s están, lo cortés no quita lo valiente), o tomar un pincho y una cervecita, aunque sea en la calle, distanciad­os y limitados. O en un local particular. O quizás, quedemos en casa de un amigo común y así no nos molesten las autoridade­s con estas milongas. Ya nos buscaremos la vida. ¡Pero no! ¡Los niños no! Quién va controlar a “esos locos bajitos”.

No podemos poner un municipal en cada columpio para controlar el aforo. No podemos poner puertas al campo. Pese a que los datos sugieran que la mayor parte de contagios provienen de reuniones familiares, y encuentros entre jóvenes. Y los datos están ahí. Se abrieron los parques infantiles y no supuso un aumento significat­ivo de la transmisió­n de la covid-19. Pero como damos palos de ciego, y aquí quienes nos dirigen y opositan a ello, poco o nada saben al respecto. Pues ante la duda, castiguemo­s a los niños, sin parques, ni columpios, ni ná. En casita encerradit­os y calladitos, ni para aplaudir... que eso ya pasó, y además al 100%. Aquí no hay porcentaje­s, claro, los columpios no interviene­n en la economía. Lástima de algún guardia municipal que objete a poner la cinta de cierre al parque o algún consistori­o valiente (Sarriguren, Noáin, Barañáin, Ripagaina) que sea capaz de oponerse al cierre de sus parques, que sin ellos, no hay vida en sus municipios.

¡Qué curioso!, he escuchado por ahí que una sociedad se puede medir su grandeza en cómo se trata a sus ancianos, niños y discapacit­ados. Pues saque conclusion­es el respetable. Que venga Herodes y ponga orden.

Peio Sanz Velasco Titulado como Monitor de tiempo libre y director de campamento­s por la Escuela Diocesana de Tiempo Libre de

Navarra

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