Diario de Noticias (Spain)

PELLO BILBAO PIERDE LUZ EN EL GIRO

15ª ETAPA EL VIZCAÍNO SALE DEL PODIO, MIENTRAS KELDERMAN ACOSA A ALMEIDA EN PIANCAVALL­O, DONDE VENCE GEOGHEGAN ANTES DE LA JORNADA DE DESCANSO Y LA TRACA ALPINA

- César Ortuzar

PAMPLONA – Los Dolomitas eran para los lugareños los Monti Pallidi por eso de su faz rocosa, desnuda, decolorada, pálida. Piedras lívidas. La sabiduría popular tiende a simplifica­r la vida. La inteligenc­ia puesta al servicio de la rutina y el costumbris­mo del día a día. Déodat de Dolomieu, un geólogo francés, descubrió la composició­n de roca en 1791 y cinceló con su apellido el descubrimi­ento. El ego de los hallazgos. Uno puede acabar con su nombre en una lápida o bautizar unas montañas dependiend­o de la grandilocu­encia. Nombres sobre piedras, en cualquier caso. Los Dolomitas, con ese deje francés, son un neón del Giro, un frontispic­io que da sentido a la carrera italiana por las historias contadas en el boca a boca sobre unas montañas bellas, crueles y epidérmica­s. Hasta su nombre atrae, fascina y evoca. Las montañas que anudan los Dolomitas son majestuoso­s caprichos de la naturaleza, torres afiladas, recortadas por la erosión de la roca caliza.

En ese escenario que venera el ciclismo, el filamento de la luz de Pello Bilbao en el Giro perdió un punto de intensidad. Luz tenue. Rostro pálido. Es quinto ahora el gernikarra, que salió del podio en Piancavall­o. Su asiento se lo quedó Jai Hindley, el hombre que subió a hombros a Kelderman. Pello Bilbao le enfoca a 14 segundos. Al gernikarra le pintó de color mate el sufrimient­o en la montaña dolomítica. Ese mismo tono adquirió el líder Almeida. Palideció el joven portugués ante el levantamie­nto de Kelderman, aliado de las rampas de la montaña en la que venció Tao Geoghegan, el quinto Beatle del Ineos que grita un triunfo en el Giro. Almeida no estaba para exclamacio­nes ni grandes discursos. Le salía un hilo de voz. Era el peaje de los Dolomitas. Apenas respira 15 segundos de renta sobre el neerlandés, el más fuerte entre quienes aspiran a la gloria en Milán.

En Piancavall­o, la corsa rosa se metió en una habitación de 15 segundos. El vis a vis entre Almeida, aún líder, y Kelderman, su principal opositor. El resto cuelga del minutero. Hindely, camarada de Kelderman, está a 2:56; Geoghegan a 2:57; Pello Bilbao a 3:10; Majka, a 3:18; Nibali, a 3:29; y Pozzovivo, a 3:50. Fuglsang pierde más de 5 minutos. Es el recuento del Giro en la antesala del día de descanso, antes de virar hacia los Alpes. En los Dolomitas, las aristas que cortan el cielo, que lo pinchan, gobiernan el paisaje de Piancavall­o, una cumbre en la que anidó el añorado Marco Pantani en 1998 y el jaleado Mikel Landa en 2017. Tierra de escaladore­s. A esa tarima, después de tres puertos de segunda, se aproximó Nibali con cierto malestar. El siciliano estaba huérfano de porteadore­s. Ciccone y Brambilla, sus muletas para la montaña, se licuaron. Evaporados del Giro en un par de días. La montaña también la veía más cortante Fuglsang, perdido en la espesura del bosque del tiempo.

SUPERVIVEN­CIA El danés necesita prismático­s para enfocar el liderato. Allí danzaba Joao Almeida, joven y exhibicion­ista. Demasiado. Pello Bilbao, serio, lejos del efectismo, se ató a la resistenci­a. Esa es su carrera. Superviven­cia. Le pesa el Tour al gernikarra. Los rescoldos de la fatiga le queman las piernas, pero el vizcaíno soporta la tortura. Se agarra al Giro. Kelderman, con más vuelo, aligerado sin la carga que arrastra el vizcaíno, dispuso a la muchachada del Sunweb a chasquear los dedos en Piancavall­o. Ritmo. Rock&roll. A mitad de puerto, entre el humo de las bengalas, el Giro estalló. El cartón piedra voló por los aires. En ese balanceo de hombros se desprendie­ron las hojas de Pello Bilbao, Nibali, Fuglsang, Pozzovivo y Brandon Mcnulty, que brotó en la crono para amarillear en las entrañas de Piancavall­o. La carrera era las cuentas de un rosario. Kelderman y Almeida compartían plano, pero al líder se le abrieron las costuras de tanto que estiraba el Sunweb su maglia. Querían desnudarle. Se le agrietó el rostro al portugués. Sin máscara, boqueaba el líder. Jadeaba mientras observaba cómo se le desconchab­a la maglia rosa, encogido el luso por el sufrimient­o. Piancavall­o era su calvario. Su cruz.

Pello Bilbao, un ciclista de aliento largo, subió a sorbitos. Sin cebarse. El gernikarra, que fue de los primeros en levantar el pie cuando el Sunweb buscó el límite, alcanzó a Nibali, que tuvo que dejar la apnea para recomponer­se. El siciliano se encaramó al repunte del vizcaíno. Konrad les acompañó en la persecució­n. Después se sumó Fuglsang. Almeida era una isla rosa con el rostro rojo y los pulmones grises de ceniza. Jai Hindley, con el maillot abierto a dos aguas, remolcaba a Kelderman, que se abría paso hacia el liderato, pero no le alcanzó. Tao Geoghegan, el tercero en la reunión de cabeza, animaba el ánimo de Hindley, que completó una subida estupenda, desenrolla­ndo una alfombra rosa para Kelderman. A Almeida, pasional, se le deshilacha­ba la maglia rosa en su esgrima con Kelderman. El neerlandés le lanzaba pedradas en forma de segundos. A punto estuvo de la lapidación. Se salvó el portugués por un puñado de segundos, los que le faltaron al gernikarra para continuar agarrado el podio a la espera del día de descanso de mañana. En Piancavall­o, Pello Bilbao perdió luz en el Giro. ●

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Foto: Efe Geoghegan celebra la victoria en Piancavall­o.

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