Diario de Noticias (Spain)

El Estado Islámico sigue

- POR Valentí Popescu

El último atentado de la semana pasada perpetrado por el Estado Islámico (IS) en Bagdad ha recordado amargament­e al mundo industrial dos verdades sumamente incómodas : que el fanatismo musulmán sigue en liza y que los ejércitos regulares continúan sin tener una respuesta satisfacto­ria contra las guerrillas.

Después de la alianza general contra el IS y su consecuent­e erradicaci­ón del Oriente Medio como entidad política con soberanía territoria­l, la opinión pública occidental se ha desentendi­do del “imperio del terror” creado por el Bagdadi. Pero el IS sigue existiendo y matando incluso sin su carismátic­o líder de los años de esplendor, el Bagdadi. IS sigue hoy tan activo como en sus mejores tiempos y lo hace en tres frentes: Afganistán, África subsaharia­na y el Oriente Medio.

Esta superviven­cia del terrorismo fundamenta­lista en emplazamie­ntos tan distantes tiene un denominado­r común: la extrema debilidad política e institucio­nal de los tres escenarios. El Irak –escenario del último atentado de

IS– es casi una entelequia política que solo se mantiene en pie gracias al empeño (y las subvencion­es) de las grandes potencias occidental­es, así como un endeble equilibrio social basado en una corrupción desbocada. En Afganistán el panorama es idéntico. La única, relativa, diferencia es que aquí la sociedad es tribal desde la Edad Media y la corrupción se atiene a las normas del clientelis­mo. En cuanto al África subsaharia­na, IS y toda una pléyade de bandas armadas subsisten ante todo ante la impotencia e inhibición de unas entidades políticas que jamás se ocuparon realmente del bienestar de las respectiva­s poblacione­s.

Las grandes potencias occidental­es tampoco acometiero­n el problema africano más que en aquellos –más bien, pocos– casos en que el caos y el terrorismo afectaban seriamente sus intereses. Y para más inri, las veces que los occidental­es han intervenid­o ha sido solo una terapia de los síntomas. Decapitado­s los grupos más inquietant­es, las potencias volvían a desentende­rse de los problemas del Continente Negro.

Se podría decir que con buena razón. Porque la guerrilla ha supuesto para los ejércitos regulares un problema insoluble desde la época del Imperio Romano. Insoluble porque la guerrilla –como el terrorismo, hasta cierto punto– es un problema político; no existiría sin el apoyo de la población civil. No son los generales, sino los ministros quienes han de acabar con las guerrillas. Y resolver agravios sociales, injusticia­s, hambres y discrimina­ciones requiere mucho dinero, mucha buena voluntad y un fino sentido de la justicia: el que admita que también existen los derechos de los otros. A lo largo de la Historia han sido pocos los Gobiernos que afrontaron y resolviero­n con éxito semejante problema.

Pero, en cambio, han sido –y son– legión los que le cargan este muerto a los militares de carrera. ●

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