Atrás la penitencia
Quisiéramos muchos movernos, pero encadenados nos vemos y no por nuestros delitos sino por los representantes que hemos escogido en los gobiernos. ¡Cuántos impedimentos ahora! Muchas libertades fundamentales nos han sido arrebatadas y habitamos una especie de extraño fascismo, el derivado de la pandemia y de las actuaciones de nuestras autoridades, a menudo estúpidas y contradictorias. Dura penitencia que demasiado dura hemos de asumir, con rabietas o sin ellas. También Jesús sufría los latigazos ordenados por malvados e ineptos. La Semana Santa no solo nos muestra la bondad del cordero, al nazareno que se deja sacrificar entre tormentos, derrochando amor cuando otros destilarían comprensible odio. Ser castigado injustamente provoca natural repulsa. También narran los Evangelios la tiranía de los poderes de este mundo y sus pérfidos usos; los vemos también en nuestra imperfecta y torpe democracia. El cristiano intenta cumplir las leyes justas, pero desconfía del poder, de sus abusos, los del diablo y su mundo inmundo.
Y, por otra parte, el dolor de mirar hacia los fallecidos, quienes sufrieron el virus y siguen padeciendo consecuencias penosas por culpa del horrendo bicho. Casi todos conocemos a varios que lo han sufrido. La necesidad de tomar precauciones, de evitar traspasar el mal a otros, pues no es bueno quien se despreocupa de lo que pueda pasar a los demás.
Mirar las cifras oficiales, pese a las mentiras y ocultaciones, pese a los suicidios acallados, pese a las depresiones masivas de parte de la población, puede darnos una idea. De los infectados, mueren fundamentalmente ancianos o quienes tenían otros problemas de salud..., y muchos países se están arruinando... En España han hundido el comercio y solo se salva algo Madrid. No es un problema solo de los ineptos hispánicos que llegan a puestos de mando sin saber actuar,