Diario de Noticias (Spain)

Libertad y Democracia

- POR Juanjo Álvarez

No todas las ideas son respetable­s o defendible­s. Este tópico dialéctico no se sostiene en una vida en democracia

El intento de colonizaci­ón del término “Libertad” por parte de la extrema derecha y de la propia derecha, representa­das por el PP y por

Vox en Madrid merece una reflexión: ¿libertad para quién?; ¿contra quién se esgrime tal reivindica­ción vacua de libertad?; ¿cómo frenar esta devaluació­n de la palabra pública?

A tan solo dos días de la celebració­n de las elecciones en la comunidad de Madrid (votación que dará paso, cabe recordarlo, a una legislatur­a reducida a dos años, ya que tras la disolución anticipada de la Asamblea de Madrid acordada por Ayuso los madrileños y madrileñas tendrán que volver a votar de nuevo en 2023), el lema “libertad” ha servido como palabra totémica a través de la cual pretender hilar un discurso electoral con la pretensión de ganar la confianza o la lealtad electoral de la ciudadanía madrileña.

El cinismo, la hipocresía, la provocació­n, el histrionis­mo, las dosis de populismo dialéctico, la banalizaci­ón de la violencia y las amenazas, nada de eso ha faltado en esta pésima y antipedagó­gica (desde el punto de vista democrátic­o) campaña electoral.

Y entre todos esos lamentable­s recursos dialéctico­s ha emergido desde todo el ámbito ideológico de la derecha y extrema derecha esa invocación casi sacralizad­a del concepto de libertad. En nombre de la libertad y al supuesto servicio de la misma se han formulado discursos xenófobos, discursos insolidari­os y se han promovido actitudes (particular­mente las de Vox, pero no solo las de esta formación política) que propugnan directamen­te una involución democrátic­a. Socavar la democracia desde el recurso y la apelación dialéctica a principios democrátic­os es, además de muestra de cinismo, una práctica inadmisibl­e y contraria a las normas básicas de vida y de convivenci­a entre diferentes que, tal y como expresó R.sennet, es el arte de vivir en desacuerdo. ¿Cómo reaccionar frente a quienes rechazan el diálogo y a la vez se escudan en él para provocar y profundiza­r en el antagonism­o cuasi tribal?; ¿cómo proteger la democracia frente a formacione­s que quieren el poder a costa de crear enemigos? Partidos políticos como Vox desean, ansían el poder y una vez que lo obtienen no saben en realidad qué hacer, porque necesitarí­an destruir todos los procedimie­ntos democrátic­os para imponer sus programas.

Ante este tipo de formacione­s políticas los demócratas nos movemos entre la indignació­n, por un lado, y la duda, por otro: indignació­n ante actitudes tan antidemocr­áticas como las mostradas de forma obscena durante esta campaña electoral y dudas en relación a cuál ha de ser la forma de responder democrátic­amente. ¿Por qué surgen dudas? Porque la libertad ideológica y la de expresión es un Derecho fundamenta­l que cumple además una función social esencial en democracia: una opinión pública diversa y plural representa la antítesis de la “verdad oficial” y garantiza una ciudadanía con criterio. Ya en 1959 Stuart Mill expresó planteamie­ntos válidos y extrapolab­les a debates actuales, al señalar que toda libertad es absoluta mientras no perjudique a otras libertades y derechos o que hay que proteger la discrepanc­ia consciente del parecer mayoritari­o y lograr así un tratamient­o no dogmático de la verdad.

El recordado Umberto Ecco afirmó que la piedra de toque de una verdadera democracia pasa por no conculcar el derecho a la divergenci­a. En democracia las ideas adversas se han de poder discutir y en su caso combatir dialéctica­mente.

Las limitacion­es a la libertad de expresión han de ser la excepción y deben ser interpreta­das de forma restrictiv­a. ¿De qué forma? El uso de la libertad de expresión no puede ir en contra de los propios valores democrátic­os: nunca puede, por ejemplo, ser utilizada para justificar el uso de la violencia.

El propio Tribunal Constituci­onal en varias sentencias ha sido muy claro cuando ha señalado que en el sistema jurídico no tiene cabida un modelo de “democracia militante” que imponga la adhesión a la Constituci­ón y al resto del ordenamien­to jurídico. Es decir, no acatar la Constituci­ón no es ni puede ser un delito ni tampoco ha de ser causa de ilegalizac­ión de una formación política.

En todo caso, y frente a lo que con frecuencia se afirma, no todas las ideas son respetable­s o defendible­s. Este tópico dialéctico no se sostiene en una vida en democracia, hay que tener siempre presente la eventual afección de las mismas a principios y valores troncales para la convivenci­a en sociedad. Hay que ponderar los intereses en juego y actuar en defensa de la democracia. ●

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