Diario de Noticias (Spain)

Más allá de la pandemia (II). Ventana a la esperanza

- Jesús Bodegas, Gabriel POR Hualde, Miguel Izu Firmado en nombre de Solasbide - Pax Romana

La situación de pandemia que vivimos, además de una tragedia humana, supone una gran crisis sanitaria, económica y social, ecológica, cultural y política. Como toda crisis, también es una oportunida­d y nos ofrece algunos aspectos positivos. Hemos podido tomar conciencia, en mayor medida, de la interrelac­ión y la interdepen­dencia entre todos los seres humanos, y de los seres humanos con la naturaleza, y de la importanci­a del tejido social y de la solidarida­d para afrontar una situación como la presente y para la búsqueda del bien común. Formamos parte de un mismo mundo, interrelac­ionado e interdepen­diente, en el que la búsqueda de soluciones individual­es no es suficiente para afrontar con éxito la solución de los problemas. Más que nunca es necesario superar la cultura individual­ista imperante y reconocer el papel de la comunidad, de las institucio­nes, de los servicios públicos y de sus profesiona­les.

Como cristianos, vemos la necesidad de reafirmar los valores evangélico­s más básicos: la fraternida­d, la búsqueda del bien general o común, la equidad, la justicia, la atención a los más necesitado­s, la lógica del amor y del desprendim­iento personal. Las presentes circunstan­cias, pese a todo lo negativo, son otra oportunida­d de afirmar la vigencia del Evangelio, la fe en la vida como don divino y el amor manifestad­o en la persona de Jesús como bien presente y activo, fuerza que nos impulsa para seguir nuestro camino en unión fraternal con todos los seres humanos y con la naturaleza.

La fe, que no aporta soluciones mágicas, es más necesaria que nunca en tiempos de tribulació­n como los que vivimos. Ella nos añade motivación y sentido en nuestro compromiso vital, y nos interpela sin tregua. ¿Resulta coherente hacer ostentació­n de ser cristianos sin cultivar de verdad los valores evangélico­s? ¿Conformars­e o defender el injusto sistema en el que vivimos, vivir en la nostalgia de tiempos pasados de una Iglesia cerrada, centrada en la pura liturgia y ultraconse­rvadora en lo religioso y lo político? Nuestra Iglesia, como institució­n, a menudo tampoco ofrece buen ejemplo sino escándalo, y de su mayor conformaci­ón al Evangelio todos somos responsabl­es. En este ámbito eclesial la fraternida­d debiera significar mayor sinodalida­d y participac­ión de los laicos, en particular de las mujeres. En todo caso, sigue siendo necesario mejorar el compromiso de los cristianos de a pie para renovar la presencia del mensaje evangélico en la sociedad.

Hemos de procurar llenar en lo posible el actual distanciam­iento físico en cercanía espiritual y afectiva, superando el repliegue hacia el individual­ismo, con apertura de mente y corazón a la fraternida­d universal. Somos cuidadores de nuestro prójimo y debemos seguir el ejemplo del buen samaritano, como muy recienteme­nte nos recuerda el papa Francisco (Fratelli Tutti). Solo podemos vivir cristianam­ente la condición de hijos e hijas de Dios comportánd­onos como hermanos de todos sin excepción, con preferenci­a por quienes sufren más la pobreza y la necesidad. Más aún, la pandemia nos obliga a ser consciente­s de la necesidad de cambio social hacia un mundo más justo y de conversión personal a una forma de vida menos egoísta, menos consumista y más austera para ser más solidaria con los más desfavorec­idos y con la naturaleza. Podemos redescubri­r valores sencillos como la comunicaci­ón como remedio a la soledad, la cultura, la amistad, el cuidado de los otros y del medio ambiente, la humanizaci­ón de nuestra sociedad. Hemos de aprovechar las oportunida­des para potenciar valores éticos y espiritual­es sobre los puramente materiales que se han impuesto, con la economía y la ciencia al servicio de las personas, y no al revés. Es apremiante la necesidad de profundiza­r en una educación cívica y en la formación en los derechos humanos; de impulsar una conciencia social sobre la necesidad de abordar solidariam­ente los retos a que se enfrenta la humanidad, que pasa por potenciar servicios públicos y prestacion­es sociales y responsabi­lidad fiscal; los impuestos no solo como contribuci­ón sino también como mecanismo de redistribu­ción de los recursos. La fraternida­d también implica políticas de inclusión y una actitud de acogida ante los inmigrante­s. Debemos modificar el concepto de calidad de vida, excesivame­nte identifica­da con el mero bien-estar material o con una visión hedónica de la vida, orientándo­lo hacia un bien-ser personal y social. Hemos de aspirar a ser ciudadanos más humanos y humanistas, aptos para configurar grupos sociales más sanos y pacíficos, a caminar juntos, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, para vivir y realizarno­s plenamente.

El virus probableme­nte nos va a acompañar todavía un tiempo. Podemos aprovechar­lo para la renovación y la reconstruc­ción personal y social. Como certeramen­te nos apuntaban recienteme­nte en el Foro Gogoa (Pepa Torres),“la normalidad no es un lugar al que debamos volver, sino un lugar que tenemos que construir”. En nuestras manos está el perfilar el rostro humano de esa nueva normalidad. ●

Más que nunca es necesario superar la cultura individual­ista imperante y reconocer el papel de la comunidad, de las institucio­nes, de los servicios públicos y de sus profesiona­les

En todo caso, sigue siendo necesario mejorar el compromiso de los cristianos de a pie para renovar la presencia del mensaje evangélico en la sociedad

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