Erc-junts: contar la verdad para seguir vivos
Las disputas entre las dos grandes fuerzas independentistas han marcado y hecho peligrar el ‘procès’ desde aquel octubre de 2017 hasta la actual negociación para formar Govern. Un relato de egos y cuentas pendientes propio de un ‘docushow’
día de la declaración unilateral en que el portavoz republicano en el Congreso, Gabriel Rufián, insinuó que Carles Puigdemont iba a traicionarles. “155 monedas de plata”, escribió en su Twitter. Aún no se habían producido ni los comicios del 21-D, ni el cambio de acera de los republicanos hacia el posibilismo, pero ya se había acuñado la necesidad de implementar el mandato del 1-O, varios dirigentes, incluido el president, ya estaban en el exilio y otros pisarían la cárcel donde aún se hallan presos por la causa que les condenó por sedición. La primera gran crisis llegó en enero de 2018, cuando Roger Torrent se negó a investir telemáticamente a Puigdemont. Las advertencias del Tribunal Constitucional llevaron al presidente del Parlament a desconvocar el pleno de investidura previsto para esa fecha, germen de las posteriores desavenencias entre los socios y que se extendió también a las cuitas que tuvo el republicano con varios miembros de Jxcat durante su periplo en la Cámara, por ejemplo, con el entonces vicepresident de esa institución, Josep Costa.
Tras los fallidos intentos de investir a Jordi Sànchez y Jordi Turull, Quim Torra acabaría al frente de la Generalitat en mayo de 2018, alumbrando el bipartito. Solo cuatro meses después se produjo otra quiebra con la suspensión como diputado del exiliado en Waterloo por orden del Supremo. La situación se recondujo acordando mantener viva la legislatura hasta la sentencia del 1-O. El fallo, publicado un año después, produjo otra sima. Esquerra se pasó meses sugiriendo que la mejor reacción pasaba por ir a elecciones ante su ventaja en los sondeos y después no dudó en debilitar al president afeando la actuación de los Mossos por las cargas en las protestas contra la Justicia.
El seísmo definitivo tuvo lugar en enero de 2020, cuando Torrent acató la orden de la Junta Electoral Central de retirar el escaño a Torra por no descolgar en campaña los lazos amarillos de las instituciones públicas. De nada sirvió que ERC ofreciera al president continuar votando simbólicamente y blindar su condición de jefe
del Ejecutivo hasta que el Supremo resolviese su recurso y determinara si la inhabilitación era firme, como así ocurrió el pasado septiembre. La pandemia que ha devastado Catalunya mantuvo el conflicto entre ambas formaciones arrinconado, pero la lucha entre los departamentos, incluido el de Salud, con el timón de la republicana Alba Vergès, también contribuyó a dejar encendida la llama de la discordia durante los meses de stand by después de que Torra convocara comicios ante la “falta de lealtad” del partido de Oriol Junqueras, que siempre ha manejado sus riendas desde la sombra, en prisión, como Puigdemont sus filas desde tierras belgas.
Y finalmente llegó el 14-F. Esquerra, que ha abogado por un nuevo marco de relaciones que evite airear en público las disputas, se impuso esta vez en el bloque independentista pero por solo un escaño de diferencia (33-32) y 35.600 votos, cuando antes Junts lo había hecho por dos asientos y unos 12.000 apoyos. Empate técnico que daba la vuelta al tablero del liderazgo pero obligaba a un nuevo Ejecutivo de fuerzas paritarias. El mayor respaldo nunca antes obtenido por el soberanismo, 52% de papeletas y una mayoría absoluta más amplia (74 escaños, incluidos los 9 de la CUP) no daba opción a la alternativa constitucionalista del socialista Salvador Illa, ni ERC
● Jordi Sànchez. Sectores del partido han puesto en cuestión su labor como máximo responsable de Junts en las negociaciones.
Fue él quien dijo que el pacto estaba cercano o que cederían cuatro votos a ERC antes de tener que volver a las urnas. Discurso que fue luego corregido.