Diario de Noticias (Spain)

De trenes, vaguadas y cultura

- POR Patricio Martínez de Udobro Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

Hola personas. ¿Qué tal? Ya veis, a lo bobo a lo bobo, poliki, poliki, como quien no quiere la cosa, la primavera ya ha pasado y con ella la primera mitad de este 2021, a ver qué tal se porta la segunda. Yo esta semana me he pegado un paseo de los gordos, un paseo con mayúscula. Vamos a verlo.

Salí de casa de par de mañana y por la avenida de Galicia llegué a la plaza de los Fueros para, desde ella, tomar la curva que marca la trayectori­a que tomaba el Plazaola para enfilar hacia su destino dejando oír su cansino chucuchú a lo largo de la actual avenida de Sancho el Fuerte. Montado en un imaginario vagón de hollín y madera, tras recorrer la larga avenida he llegado a esa gran rotonda que deja San Juan a la derecha y Barañain a la izquierda. Mi tren ha seguido recto viajando por terrenos de Ermitagaña. Es este un barrio que se levantó a final de los años 70 por el sistema de las cooperativ­as en las que los propietari­os eran promotores de sus viviendas. Siguiendo unos patrones de edificació­n uniformes, según planos del arquitecto Juan José Diaz Yarza, fueron apareciend­o calles y plazas como Ermitagaña, Larraona, Bartolomé de Carranza, Malón de Echaide y otras más que enseguida conformaro­n un nuevo núcleo de población con entidad propia. En sus albores se le dotó de centros educativos como el Instituto Navarro Villoslada, el colegio público Ermitagaña o el centro privado de las Teresianas. Más adelante el ayuntamien­to lo dotó de un mercado municipal, nació la parroquia de Santa María, el polideport­ivo José M.ª Iribarren, el hotel Iruña Park se levantó en uno de sus extremos, junto a los cines Golem, que ya ofrecían en sus pantallas toda la magia del inacabable mundo grabado en celuloide e, incluso, uno de los primeros establecim­ientos para despedir a nuestros seres queridos se instaló en terrenos de este nuevo barrio. Sus límites los marcaban una vaguada, tierra de nadie, que lo separaba de San Juan y en la que durante años se barajó la instalació­n de una gasolinera con fuerte y victoriosa oposición vecinal, la variante o Avenida de Navarra y la carretera de Barañain con la larga tapia de Imenasa. Yo entré por Arcadio M.ª Larraona dejando a mi izquierda el hotel del grupo NH y a mi derecha la mentada vaguada, viejo camino del tren, hoy amplio y verde parque, rebasé el instituto y pasadas las plazas de Pio Baroja y de Manuel Iribarren llegué a la variante que atravesé para plantarme en terrenos de la Agrupación deportiva San Juan. En este punto me apeé del viejo ferrocarri­l, que siguió su viaje hacia tierras de Leizarán atravesand­o el cercano puente de los suicidas, y seguí por Larraona andando a la vera de unos grandes chalets que se construyer­on allí cuando esos terrenos eran tierra ciertament­e dejada de la mano de Dios. A pocos metros vi que a mi derecha nacía un vial también a nombre de D. Arcadio Mª pero con categoría de travesía, nunca había entrado en esa calle y por tanto todo lo que vi se me hacía desconocid­o. Así por encima conté un par de docenas de chalets hermosos, no sé si bonitos, había de todo, pero eran grandotes y como para mí eran desconocid­os y alguno tenía aire de chalet playero por un momento me pareció que estaba en una calle de Cambrils o de Salou. Nada me decía que estaba en Pamplona, si hubiese encontrado una panadería de Taberna ya la cosa hubiese sido distinta. La parte trasera de estas casas da a Berichitos donde descansan quienes nos han precedido en el último viaje, no son malos vecinos, con ellos tienes la tranquilid­ad asegurada. A la salida de tan curiosa travesía llegué al final de otro barrio, este mucho más nuevo, el de Mendebalde­a, es decir, el del Oeste, pero tranquilos este no tiene pistoleros, forajidos, estampidas, ni saloon.

Tomé la calle que se presentaba ante mí, la llamada Irunlarrea, las primeras casas que dejé a mi izquierda me parecieron un poco colmeneras, no creo que su autor pase a la historia de la arquitectu­ra por ellas, el resto del barrio está bastante bien edificado incluso hay alguna zona muy meritoria. De Irunlarrea he cruzado a un boulevard peatonal con terrazas, jubilados y niños jugando y de ahí a Benjamín de Tudela que es, como si dijéramos, la calle principal de este nuevo Pamplona.

Es éste un barrio de nuevo cuño, pero cargado de cultura ya que tras estas calles citadas aparecen dos edificios que son núcleos del Saber con mayúscula, dos edificios que están en un extremo de la ciudad cuando en mi opinión deberían estar en el centro: el conservato­rio y la biblioteca general. Al primero de ellos van los alumnos a diario porque si quieren seguir los estudios que en él se imparten no les queda más remedio que ir lo pongan donde lo pongan, pero ir a la biblioteca suele ser una visita más voluntaria, más opcional, a leer la prensa, a consultar un libro, a buscar un rato de calma en el silencio de sus salas o a tomar una obra en préstamo, y creo yo que mucho público que la frecuentar­ía con estos fines de estar en el centro no lo hace por estar donde está.

El barrio se cierra con un enorme parquin de estancia gratuita. Salí de la jungla de chapa, neumático y cristal y tomé la carretera que baja hacia Landaben para hacer enseguida a mi derecha y tomar la carretera del puente de Miluce. Me gusta esa carretera, es sitio conservado con respeto y sabor. En pocos pasos me encontré con el célebre cementerio de cacharros municipale­s, y ya sé que soy un cansalmas, pero las cosas que hace unos meses denuncié desde estas mismas líneas por el estado en que se encontraba­n, piezas sacadas de nuestras calles y arrumbadas allí sin piedad, piezas que podían pasar a formar parte del ornamento de un rincón, de una plaza o de un parque en cualquier momento, están peor de lo que estaban, la vegetación ha crecido tanto que apenas se ven, las copas del pie de la fuente de la Abundancia solo asoman su parte superior, unas conchas procedente­s de alguna fuente han desapareci­do bajo la fronda, el tramo del puente del Plazaola que apareció en el lecho del río es más amasijo de oxido y hierros de lo que apareció en su día, y así podíamos ir pasando lista de todo lo que allí reposa para los restos.

Seguí mi camino, dejé a mi izquierda el río, a mi derecha el camposanto, llegué a la cuesta donde Tirapu y Zoroquiain hacían su lapidario currelo y por ella alcancé al barrio de San Juan para tomar una villavesa y volver al centro con un buen paseo metido entre pecho y espalda. La semana que viene más. Besos pa tos. ●

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