Diario de Noticias (Spain)

Rebeldía productiva

- POR Jon Aldazabal

La historia empresaria­l nos enseña que muchas empresas, de esas que parecían que iban a perdurar para siempre, han sido sobrepasad­as cayendo en el olvido presas de su inercia de funcionami­ento, e incapaces de cambiar las lógicas que las hicieron ser exitosas en el pasado. Conforme pasa el tiempo, o cuanto más engrasada está una organizaci­ón para hacer ciertas cosas de una manera determinad­a, se desarrolla lo que se denomina como “inercia estructura­l”. Las personas aprenden que ciertos comportami­entos resultan recompensa­dos de manera formal e informal en cuanto a estatus y reconocimi­ento, mientras que otros son reprimidos cuando no detestados, siendo habitual que las personas con opiniones o perspectiv­as discordant­es al estatus quo terminen defenestra­das, ninguneada­s o despedidas. ¿Cuál es el problema de todo esto? Pues que todo éxito gira en torno a un contexto, momento y unas variables de mercado concretas. El problema viene cuando ese contexto, actores y circunstan­cias cambian, y se insiste en mantener una maquinaria organizati­va (estructura, procesos, capacidade­s y formas de hacer) muy alineadas con esa lógica exitosa pasada, pero que para el contexto actual resulta en un traje pequeño, desgastado y/o pasado de moda.

¿Por qué es tan difícil revertir esta lógica? Creo que lo primero que conviene reconocer es que cualquier organizaci­ón (aquellas con estilos de liderazgo trasnochad­os en mucha mayor medida), cuenta con unas prácticas sociales que llevan a las personas a comportars­e en conformida­d con el estatus quo, a comulgar con los comportami­entos, normas, y hasta con la forma de ver la realidad en el lugar. Hasta las nuevas personas que ingresan, inicialmen­te con ideas y formas distintas de ver la realidad, terminan entrando en el redil más pronto que tarde. Total, que la conformida­d se hace algo tan consustanc­ial que termina perpetuánd­ose en las empresas, y automática­mente hace que se dejen de cuestionar las cuatro preguntas básicas de toda actividad empresaria­l, léase qué ofrecer, a quién, cómo y con/ por cuánto. A menudo, las direccione­s correspond­ientes se centran únicamente en diseñar procesos eficientes y en cerciorars­e de que todo cristo en la empresa los sigue. Y, curiosa pero irremisibl­emente, dejan de ser consciente­s de que es esa misma conformida­d la que no deja evoluciona­r a sus organizaci­ones.

El meollo del asunto está en cómo mantener un balance entre la necesidad de adherencia por parte de las personas a normas y procesos formales e informales por una parte mientras, y de forma paralela, se cultivan espacios de libertad y de ruptura. Ojo, que esto no va de convertir a las organizaci­ones en “la casa de tócame roque”, sino de provocar y gestionar espacios donde se fomente la llamada rebeldía productiva, en provocar comportami­entos que tratan de poner en duda ciertas formas de hacer, sin las cuales resulta difícil la tan necesaria evolución. No abundan las personas en posiciones de liderazgo que promuevan comportami­entos de generación de alternativ­as. En muchos casos, embaucadas en la pelea del día a día, sencillame­nte no saben cómo comenzar a introducir alternativ­as cuando durante muchos años han trabajado para que prevalezca­n únicamente las suyas. En otros casos, porque hasta el momento han tomado las opciones propuestas por colaborado­res o subalterno­s como un cuestionam­iento a su desempeño. Y, sin embargo, es la no conformida­d la que promueve la innovación, la que mejora la productivi­dad, etc.

¿Solución? Que sean ellas mismas las que provoquen y lideren iniciativa­s para el cuestionam­iento. Dando a las personas espacios y oportunida­des para replantear lo que se hace, el cómo y el porqué. Centrándos­e mucho más en decir a las personas qué es lo que se pretende conseguir, y no tanto en cómo hay que hacerlo. Dejar a las personas que solucionen los problemas por sí mismas, e incorporar variedad y alterar la rutina para evoluciona­r. En este sentido, y analizando cuidadosam­ente cada realidad, la rotación de personas en cuanto a tareas y roles, la configurac­ión de equipos que traten temáticas específica­s, formar de manera permanente a las personas, delegar y dar responsabi­lidad, incorporar perfiles distintos, etc. Si estamos de acuerdo en que la innovación parte de plantear enfoques distintos, no estaría de más reflexiona­r en relación a la conformida­d a la que abocan muchas culturas de empresa y estilos de dirección. Porque las organizaci­ones, al igual que los individuos, pueden fácilmente volverse complacien­tes. Fomentar y gestionar esa rebeldía productiva resultará esencial para la superviven­cia de las organizaci­ones. Empero, si lo que abunda es la ausencia de confianza, el miedo al conflicto productivo, la falta de compromiso o la falta de responsabi­lidad, el cambio debe comenzar desde el estilo de liderazgo. Por lo demás, cuando a las personas se las trata como a niños, estas terminan comportánd­ose como tales. Como contrapunt­o, tampoco está de más recordar que insistir en los derechos de cada uno sin asumir las responsabi­lidades no es libertad, sino infantilis­mo. El reto es convertir entornos donde la libertad se convierta en responsabi­lidad. Pero para ello, hay que regar bien el jardín, y no solo un día. ●

Mondragon Unibertsit­atea. Investigac­ión y Transferen­cia

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