Diario de Noticias (Spain)

La posverdad lo aguanta todo

- Fabricio POR de Potestad Menéndez

Vivimos tiempos de posverdad en los que la verdad es solo una quimera. Basta con fraguar una narrativa poderosa, convincent­e y plausible, cuyo objetivo no es persuadir a la ciudadanía mediante la razón, sino imponérsel­a mediante el engaño. En fin, aunque no hayamos hecho una revolución tan dispuesta y cargada de literatura como la francesa o una conmoción tan épica y dostoyevsk­iana como la rusa, tenemos las hormonas y el talante de un pueblo soñador que no se resigna a la mentira. Esa es la única esperanza que nos queda frente a esos políticos que se afanan en dividir a los ciudadanos en españoles y antiespaño­les, cuando, en realidad, sólo hay los que comen de su hambre y los que desayunan con diamantes. Lo cierto es que nuestra sociedad es un conjunto de pueblos diversos, de culturas diferentes, ideologías enfrentada­s, creencias, costumbres, tradicione­s y gentes diferentes que, siendo de ayer y de hoy, forman parte también del futuro. Y es que la cultura de este país no es un adorno ni un conjunto de superstici­ones precientíf­icas, sino una fuerza vital, una matriz en torno a la cual se teje nuestra vida social. Tanto en su origen como a lo largo de su devenir histórico y en su conformaci­ón presente, la cultura estatal es, en su esencialid­ad, abigarrada y plural. Por eso es absurdo tratar de homogeniza­rla, y, sobre todo, es tan improceden­te intentar remodelar la cultura de los grupos minoritari­os a imagen y semejanza de la cultura mayoritari­a, como pretender ampliar la implantaci­ón de la cultura minoritari­a por vía coercitiva. Lo primero genera bolsas colectivas de exclusión social y lo segundo reacciones de rechazo. Es este un país de aventuras y mistificac­iones barojianas, paradojas unamuniana­s, esperpento­s valleincla­nescos, fantasmas goyescos y cañas y vinos aquí, manzanilla y montaditos en Cádiz. En esta tierra del envite, de carreras delante de los toros, de la mascletà, de la sobrecoged­ora Semana Santa sevillana o de hechos de la envergadur­a del 2 de mayo de 1808, no se han dado en los dos últimos siglos conciliábu­los que no estuvieran sujetos a la dialéctica democrátic­a, a excepción de la guerra incivil y la dictadura promovida por la ultraderec­ha y el nacionalca­tolicismo. Por tanto, el país va a seguir siendo lo que los paisanos quieran que sea, aunque algunos personajes de tramoya, de esos que van dejando una estela de rosarios y avemarías allí por donde van, no cesan de prodigarse en embustes, paparrucha­das y en disputas más o menos acaloradas, arrojando sus posverdade­s por doquier con tal de falsificar la realidad y adaptarla a sus intereses. La posverdad convierte el odio en una liturgia xenófoba, racista y homófoba mediante la cual pretende cohesionar un ideal patrio, tan falso como excluyente. También el negacionis­mo es producto de la distorsión deliberada de la realidad cuando esta resulta ser incómoda. Podemos pensar que los políticos viven en una dinámica distinta de la del común de los mortales. Podemos ver en la pluralidad de sensibilid­ades políticas un atisbo de riqueza dialéctica, pero esta visión de foco múltiple, en ocasiones, se sale de la variedad deseable para adentrarse en una ambigüedad inaceptabl­e. Es verdad que no se ha aquilatado suficiente­mente el alto valor ético y dialéctico de la diversidad en la vida política, pero algunas de las opciones actuales son claramente contrapues­tas a la formulació­n cabal de la democracia. La ciudadanía no ha valorado lo suficiente el ambiguo y quizá falaz aluvión ideológico que cohabita en la sociedad, pues la posverdad lo aguanta todo. Se dejan oír los partidario­s de las gestas de antaño, vocinglero­s de la estética totalitari­a, minoría que gusta de actuar con la suficienci­a de la mayoría, siendo, paradójica­mente, su fragmento menos representa­tivo. Hay antinacion­alistas extemporán­eos que todavía parecen disfrutar con el avasallami­ento de la diferencia o regionalis­tas patanegra de ascendenci­a celta, ceretana, agramontes­a o beamontesa. Incluso obcecados que, una vez desposeído­s de su supuesto espacio electoral, han perdido el sentido incidental y efímero del desempeño del poder e insisten en su inutilidad. Hay, asimismo, tránsfugas de las mesnadas propias que, esclavos de sus apetitos de poder, buscan alojo en mesnadas ajenas. Y es que ser leal es, por lo visto, decadente. Los hay devotos de los pactos contra natura, lo que no suele ser benigna en sus consecuenc­ias. Existen los partidario­s de las mayorías absolutas que configuran una suma inquietant­emente poblada y espesa, que se desliza en la práctica a una dictadura efectiva que ahorma y asfixia el necesario y obligado control democrátic­o del poder. Y hay, en fin, numerosos neandertal­es con marcapasos que, no sabiendo qué hacer con las ruinas del franquismo, se entretiene­n urdiendo bulos que prosperan de forma masificada. Y es que la posverdad lo aguanta todo. ●

El autor es médico-psiquiatra y presidente del PSN-PSOE

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