Tiempos modernos, películas de antes
EN ‘BENEDICTION’, TERENCE DAVIS REPITE LA FÓRMULA DE SOBRIEDAD DE TODOS SUS FILMES PARA CONTAR LA VIDA DEL POETA SIEGFRIED SASSOON MIENTRAS SE PREGUNTA CÓMO VIVE UNA PELÍCULA ASÍ EN LA ERA DEL ‘STREAMING’
En la rueda de prensa de ayer de la película de la Sección Oficial Benediction, le preguntaron a su director, Terence Davies, cómo sobrevive una película así en plena era del streaming. “No tengo ni idea”, respondió el británico, curiosamente, por videoconferencia, sabedor de que la teatralidad, sobriedad y pausa que le ha acompañado durante más de cuatro décadas de trayectoria respira un aroma añejo a un cine que ya no se estila como antes.
Un espectador habitual del Zinemaldia que ya se encontrase con los otros dos filmes del cineasta inglés que han pasado por la competición de la Concha de Oro, The deep blue sea y Sunset song, podría creer que con Benediction ha visto tres veces la misma película. Aunque cada una cuenta una historia diferente, la fórmula sobria y la necesidad constante del director de regresar a los primeros años del siglo XX hacen que su cine se haya convertido en una marca que sus partidarios verán siempre con gusto y sus detractores seguirán sin tolerar.
Cierto es que para narrar la historia real del poeta Siegfried Sassoon, al que da vida el actor Jack Lowden, Davies se permite alguna virguería visual más que en el resto de su cine, pero la teatralidad y los textos sólidos y cultos continúan siendo una constante a lo largo de las dos horas y 20 minutos de duración del filme. “El tiempo siempre ha sido una obsesión mía. Reflexiono mucho sobre cómo somos y cómo nos percibe el mundo. Para ello, podemos entrar y salir de la memoria, pero no quería hacer algo confuso y por eso me valgo de los saltos emocionales”, explicó.
Esta inmersión en la memoria queda reflejada en el largometraje gracias a un Sassoon ya veterano –con la imagen de Peter Capaldi– que echa la mirada atrás, mientras que los saltos emocionales corren a cargo de su versión joven, excelentemente interpretada por el mencionado Lowden, quien esperó ocho meses para poder meterse en la piel del personaje como consecuencia del confinamiento.
“Ha sido una experiencia increíble. Pasé un tiempo temeroso ante una oportunidad así porque dar vida a esta persona ha sido todo un honor”, apuntó el joven británico sobre un personaje bastante desconocido por estos lares. “La película nos sirve para recordar qué errores se cometen en las guerras y para reivindicar a alguien que en el momento ya se dio cuenta de ello”, añadió Lowden sobre Siegfried Sassoon, militar en la I Guerra Mundial, poeta y homosexual en una época muy distinta a la de hoy día.
“No quería el tópico gay de todos sin camiseta y recién salidos del gimnasio. Sassoon pudo ser gay porque pertenecía a una clase de élite y conocía a la gente adecuada. Es algo que los obreros no se podían permitir o acababan en la cárcel”, recordó Davies, quien conoció los escritos del autor inglés cuando estaba a punto de ingresar en la escuela de arte dramático.
“SOY TECNÓFOBO” El cine de Terence Davies se encuentra en peligro de extinción. La teatralidad ha pasado en muchos casos a un exceso de pirotecnia favorecido por el fast food que ofrecen las plataformas digitales. “No tengo ni idea de cómo puede vivir una película así. Soy tecnófobo. No sé ni tan siquiera recuperar los mensajes
TERENCE DAVIES
JACK LOWDEN que me dejan en el teléfono. Para mí lo importante era poder hacer la película y que se vea en las salas de cine. Yo no quiero verla en una tostadora”, atinó con mala baba y mucho humor.
Para que la película fuese una realidad, el propio protagonista decidió participar en la producción. “La pandemia hizo que tuviera ocho meses para memorizar el texto. Es muy difícil si el guion es malo, pero este no es el caso. Y además he tenido la oportunidad de hacer mi acento, que es raro”, apuntó.
Para contextualizar el filme, Davies echa mano en reiteradas y excesivas ocasiones de poemas reales de Sassoon en voz en off, así como de imágenes de archivo que “rompen con el tópico de que antes de la I Guerra Mundial se vivió un verano eterno”, pero, sobre todo, sirven para ahorrar en presupuesto: “También es cuestión monetaria. Si ensucias el vestuario, lo pagas”.
Ensuciar es precisamente el verbo que parece que podría hacer el streaming con una película que no tiene ningún miedo a ser de otra época. ●
“Sassoon pudo ser gay porque pertenecía a una clase de élite. Es algo que los obreros no podían”
Director de ‘Benediction’
“El filme recuerda los errores de las guerras y reivindica a alguien que ya se dio cuenta de ello”
Actor de ‘Benediction’
Notable arranque el de esta 69ª edición del SSIFF. Segundo día, tres títulos y cine muy diverso. Lo protagonizaron tres viejos conocidos del festival que, al margen de cercanías y querencias, supieron abrir el camino del debate, la pasión y la incertidumbre. Empecemos por el más cercano.
De forma consciente o no, Icíar Bollaín nos da la clave de su ubicación en el tema que Maixabel (re)trata, cuando hace que la primera vez que aparece en la película Blanca Portillo (la voz y la cara de Maixabel), se nos muestre como un rostro reflejado a través de un espejo.
En ese espejo se mira. Desde él, se ve y nos mira al mismo tiempo. Desde allí, desde su dolor y desde su epifanía –por si hubiera dudas su nombre, Maixabel, designa el título de la película–, Bollaín deja a un lado el merengue que tanto le pierde para adentrarse en una zona pantanosa de peligro y barro. Recordemos, en su anterior visita al Zinemaldia Bollaín nos abrumó con Yuli, un edulcorado y melifluo filme con el que ganó hace tres años el Premio Especial del Jurado en una de las decisiones más desacertadas que se recuerdan. Por fortuna, para el público y para el tema, la Bollaín que ahora se presenta en el SSIFF se parece más a la directora de También la lluvia que a la de La boda de Rosa. Maixabel, a estas alturas casi todo el mundo ha oído hablar de ella, relata una práctica inquietante y sin duda desgarradora como es el hecho de los encuentros que algunos militantes de ETA sostuvieron con los familiares de quienes asesinaron. La idea sustancial, parece ser, era la de propiciar el perdón, favorecer un encuentro si no reconciliador, sí sanador, donde unas y otros pudieran restañar las heridas abiertas. Han pasado diez años del fin de los atentados de ETA, un final que también se produjo a través de un reflejo, el del espejo del horror con el que el atentado de Atocha sembró de sangre Madrid. Diez años desde que Otegi denunciara aquel atentado, comprendiendo, al mismo tiempo, que el terror no tiene límites ni justificación alguna. Ver el monstruo ajeno permitió la revelación del demonio interior.
Aquel hecho, el del cese de la violencia, nunca celebrado lo suficiente, se rememora ahora a través de las cenizas humeantes de las políticas de inserción y de ejemplos como el que Maixabel Lasa, la mujer de Juan María Jáuregui, asesinado de un tiro en la nuca en Tolosa, protagonizó al sostener conversaciones con los terroristas directamente implicados en la muerte de su compañero. Con ella como referente, pues como ya se ha señalado es desde ella desde donde todo se cuenta, Bollaín abre su filme recreando el día del crimen para posteriormente centrarse en lo acontecido once años más tarde, cuando el final de los años de plomo se avecinaba.
En la secuencia final, la más melodramática, en el acto de homenaje a Jáuregui, donde los compañeros del partido, amigos y familiares le recuerdan, Bollaín, con intención o sin ella, deja ver que, salvo la hija y la nieta del militante del PSOE asesinado, la inmensa mayoría de los allí presentes no cumplirán los 60 porque ya los han rebasado. Y esa es la cuestión ante un filme de tesis y debate. Que estamos ante un documento necesario probablemente y necesariamente discutible, pero al que el paso del tiempo le ha añadido un lastre en forma de olvido.
Maixabel en la recreación de ese ritual de arrepentimiento y redención, se verá de manera muy diferente en función del espacio y de la edad. Dependerá de los recuerdos personales y no se entenderá igual aquí que en Cádiz. Al margen de percepciones subjetivas, Maixabel ilustra algo necesario de ser mirado para recuperar la sensación de que, con pandemias o sin ellas, venimos de aquellos tiempos que, vistos ahora, se antojan lejanos como si hubieran pasado no diez años sino diez lustros.
EL TIEMPO Y LA GUERRA Terence Davies, autor donde los haya, cineasta de voz propia y narrador de estilo inconfundible, se ratifica en sus señas de identidad con Benediction, filme poderoso que propone un relato intimista de texto poético y angustia existencial. Su principal personaje, el escritor y poeta británico Siegfried Sassoon, probablemente sea recordado por quienes en su momento vieron Regeneration, de Pat Baker, un filme donde James Wilby encarnaba al citado Sassoon.
Nacido en 1886, muerto en 1967, Sassoon alcanzó su notoriedad literaria a partir de sus poemas antibelicistas con motivo de la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, la llamada trilogía de Sherston, una autobiografía que sirvió para levantar el filme de Baker como ahora alimenta la incursión de Davies, dejaron huella de su talento. En la contienda, antes de declararse un radical pacifista, Sassoon alcanzó honores, su valor era legendario y sus hazañas le llenaron de elogios y condecoraciones. Fueron éstas las que probablemente le salvaron el pellejo cuando sus diatribas contra los militares y la guerra lo convirtieron en paciente de psiquiatra. A Davies le sirve esa citada trilogía, como telón de fondo para el argumento, y su poesía, como leit motiv de una incursión de geometrías precisas y llagas constantes. El talento, el ingenio y la sensibilidad salpican cada secuencia. Davies, autor de textos tan sobresalientes como La casa de la alegría, El largo día acaba y Distant Voices, Still Lives, mezcla como nadie la música con la nostalgia; su puesta en escena resulta rigurosa, minuciosa, precisa. No hay rastro de polvo en un atrezo cultivado en los mejores anticuarios. Sus filmes viajan a través del calendario como si el pasado lejano fuera cosa de un par de días. Sus personajes visten ropa centenaria y respiran contemporaneidad. Están abocados a disolverse irremediablemente en la oscuridad de un paisaje de melancolía y muerte, pero en ellos se impone la persistencia de lo eterno.
En Benediction aparece el mejor Terence Davies, el que hipnotiza el reloj y encuentra la palabra justa. En su libreto resuena la erudición de Robert Graves, la mordacidad de Óscar Wilde y la soledad en alcobas llenas y amantes vacuos de Sassoon. Probablemente el mayor inconveniente de un filme de secuencias perfectas, sea ese exceso de retórica