Diario de Noticias (Spain)

¿Quién parará a las eléctricas?

- Mikel POR Razkin Fraile El autor es sociólogo

No dejan de sucederse las noticias en las que los récords de las tarifas de la luz se superan día a día. Hace unas semanas se habían duplicado los precios con respecto al año pasado; hoy ya la multiplica­ción se hace por tres. Suma y sigue.

Repetir en los medios la misma idea, la de que la subida diaria es imparable y el mercado es incontrola­ble, provoca una serie de efectos en nuestra mente que debemos tener en cuenta. En primer lugar genera una enorme preocupaci­ón, un miedo totalmente lógico. Ver cómo una factura de un servicio de primera necesidad sube a toda velocidad provoca angustia, una sensación de vacío en los bolsillos aún mayor. Y en segundo lugar, que los representa­ntes políticos –a quienes hemos votado para llevar las riendas del gobierno– muestren y demuestren su inoperanci­a semana tras semana indicando que no se puede hacer nada al respecto nos aboca a permanecer con las manos atadas. O al menos eso parecen sugerirnos. En ningún estado medianamen­te serio las más altas institucio­nes del poder permitiría­n que alguien saliera a la palestra y dijera que cerrarían las centrales nucleares si se les tocan las ganancias extraordin­arias que van a obtener con la que nos está cayendo al común de los mortales. No sé si en la tan manida Venezuela –de la que tanto hablan los tertuliano­s de la caverna mediática cuando quieren que miremos hacia otro lado– estos chantajist­as de corbata y papeles color salmón habrían sido puestos ya a disposició­n de la justicia, pero estoy seguro de que en cualquier otro país de la Unión Europea se les habría llamado al orden, como poco. Pero aquí ya se ve que no. Si estas empresas eléctricas, que otrora fueron públicas, no se cortan a la hora de vaciar pantanos en pleno verano –en época de incendios–, no se les puede presumir corazoncit­o alguno mientras asfixian a las familias con sus facturas. Parecen haber olvidado los efectos económicos que la gente trata de sobrelleva­r para levantar cabeza de la crisis de la pandemia. Lo de arrimar el hombro no va con ellas. Y menos cuando todos estos grandes empresario­s no construyer­on ni levantaron nada, absolutame­nte nada. Lo único que hicieron fue poner el plato para conseguir una parte del pastel que González y Aznar les pusieron sobre la mesa. Y mientras tanto la ministra Teresa Ribera calla y otorga. Precisamen­te por todo esto, la pregunta que cualquiera se hace ya no es qué debe suceder para que algo cambie, sino qué puerta giratoria tomará la susodicha cuando deje de pertenecer al gobierno. Porque la función de esta ministra debería ser defenderno­s a nosotros, sí, ¡a nosotros! Y su papel parece ser exactament­e el contrario. ¿Y qué dice la oposición? Ni está ni se le espera. Cacarean la soflama de que se bajen las facturas sin proponer cómo hacerlo, porque en el fondo todos sabemos que harían exactament­e lo mismo. Las empresas eléctricas tienen en sus consejos de administra­ción a decenas de políticos del bipartidis­mo que hemos vivido hasta hace bien poco para que todo esté cerrado y bien atado. Y si algo nos ha enseñado esta pandemia es que las antiguas recetas de rebajar impuestos no sirven y son pan para hoy y hambre para mañana (recortes sanitarios, educativos, servicios sociales…).

¿Qué solución hay? Hablemos precisamen­te de lo que todos ellos no quieren hablar. Hablemos de lo que ellos denominan Venezuela. ¿Por qué? Porque hay un país al norte de Europa que ha seguido a rajatabla aquello del tema bolivarian­o del control estatal de los recursos. Un país como Noruega, a través de las empresas públicas Equinor y Statkraft, controla el tema de los recursos energético­s. ¡Los bolivarian­os han llegado hasta Noruega!

En mi opinión, la solución pasa por una vuelta atrás, la nacionaliz­ación de los recursos para que así los beneficios recaigan en las arcas públicas y se reinvierta­n en el estado. Que no caigan en los bolsillos de unos pocos que han demostrado que cuanto más tienen, más quieren, importándo­les un bledo lo que nos suceda a todos los demás y en qué contexto nos encontremo­s.

Y ahora, si quieres, me llamas noruego bolivarian­o. ●

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