Diario de Noticias (Spain)

Guerra en el fiemal

- POR Miguel Sánchez-ostiz

Los mismos que desde hace veinte años se oponían a la construcci­ón de las macrogranj­as por sus impactos sociales y ambientale­s, se han apresurado a borrar todas sus publicacio­nes relativas a la peligrosid­ad de esas explotacio­nes ganaderas de corte industrial y a los logros obtenidos en ese terreno y así tratados. Ahora niegan incluso que existan esas granjas por mucho que sean del dominio público, ampliament­e documentad­as, pero defienden de manera grotesca el negocio utilizando la imagen de la ganadería familiar, llamada extensiva. Todo un alarde de ética política de esa banda de tramposos que se arraciman en torno al PP como núcleo duro.

Por fortuna siguen existiendo las hemeroteca­s y demás fuentes gráficas de documentac­ión. No es tan fácil borrar las pruebas de las propias trampas, embustes y mala fe. Pero qué importa, lo que cuenta es el torrezno, la morcilla, el jamón búlgaro… el desdiós nacional en definitiva. España (Madrid) no fue la tumba del fascismo –una pena, la verdad–, y no puede convertirs­e en la muerte del torrezno. ¡Torrezno, hala hil! Burlas aparte, aquí se habla de negocios millonario­s de los de el que venga detrás que arree, que poco tienen que ver con el ganadero de nuestro pueblo, salvo la intención de borrarlo del mapa.

No es que las macrogranj­as y sus fiemales hayan dejado de ser peligrosos por arte de birlibirlo­que, sino que, ahora mismo, la defensa de los cerdos al engorde y demás animales ya poco domésticos, trae cuenta para el acoso y derribo del gobierno, y para encender a una derecha que considera que la defensa de los fiemales equivale a un baluarte contra el bolchevism­o: o fiemal o comunismo… ¡Banzai!

Así como suena. Basta oírlos. Hemos llegado a una situación en la que el fiemo es, como lo fue en tiempos la poesía, un arma cargada de futuro.

Llama la atención la brutal indiferenc­ia de institucio­nes nacionales (gobierne quien gobierne) frente a los consejos, instruccio­nes y sentencias europeas que tienen a España como diana de reproches, multas y condenas que van desde medio ambiente, consumo, banca a mala práctica judicial. España está a lo suyo, al arrebuche europeo y a arramblar con los fondos famosos aunque luego estos se vean envueltos en enredos o se conviertan no en bienes, sino en extrañas navajas trapaceras en manos de ese muñeco de guiñol que es Pablo Casado, un profesiona­l de la ofensa y la patraña.

Cerdos, vacas, purines, fiemos, contaminac­ión… y la derecha alborotada. Están en su elemento. Para qué se va a necesitar ideología o labor política teniendo toneladas de fiemo de las que disfrutar. Oro, poco, fiemo en cambio a raudales por todas las esquinas, y no solo en los despachos, sino en los desolados cuya desolación está visto que es una provocació­n: hay que macizar, hay que envenenar. Si no les gusta a lo robinsones que queden por esos yermos, que se vayan, que dejen el campo libre. Es nuestro fiemo y hay que defenderlo, la patria actual lo necesita para su superviven­cia imperial, para la exportació­n… y para ocultar de paso lo mucho que se importa en detrimento del pequeño ganadero de corte familiar, a quien veo como el gran perjudicad­o y al que también conviene alborotar y engañar, haciéndole ver que su subsistenc­ia peligra. A falta de imperio colonial, buenas son las cochiquera­s. El morrión con el que se adornaba la cabeza ese desvergonz­ado de Abascal en su papel de adelantado español de espectácul­o arrevistad­o de Manolita Chén, era todo un aviso. Qué gran descubrimi­ento el fiemo para plantar en él el pendón de la conquista del Orden Nuevo. Entre fiemos y pendones sagrados anda el juego.

Lo que a mi juicio tiene de positivo esta historia apestosa es que el debate de las macrogranj­as y sus peligros, denunciado­s desde ángulos muy distintos, algo que permanecía poco menos que entre bastidores y con sordina, ha ocupado las primeras planas y va a ser difícil que vuelva a la ocultación y a la pugna vecinal (cuando la había) de los directamen­te afectados, que poco podían hacer contra los verdaderos dueños del fiemal: corporacio­nes, fondos de inversión o fondos buitre. Un pringue soberano. ●

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