Diario de Noticias (Spain)

Aquellos abogados y abogadas laboralist­as

- Felipe POR Gurrutxaga Arratibel

Los mineros de Potasas, con su huelga indefinida, fueron los precursore­s del estallido del movimiento obrero navarro

Quiero rendir homenaje a los 5 laboralist­as asesinados en Atocha bajo la batuta de la ultraderec­ha y el pálpito de la irracional­idad

Echo mano del baúl de los recuerdos, papeles empolvados que relatan sucesos acaecidos hace ya tiempo, que pueden pasar a los anales como las historieta­s del abuelo cebolleta, qué le vamos a hacer, pues así de dura es la vida de la gente mayor, por lo que pongo de sobreaviso a los lectores.

Hablo de la década de los 70, del siglo pasado, cuando ya se atisbaba en el horizonte la caída del Régimen franquista, y más palpable a partir de la muerte del generalísi­mo sobrevenid­a en noviembre de 1975. Eran tiempos convulsos cuando las calles se llenaban, un día sí y otro también, de obreros y estudiante­s que denunciaba­n la represión y la falta de libertad, no precisamen­te la de la Sra. Ayuso, y también las cárceles veían repletas sus celdas de presos políticos. No fue una casualidad que en esa época la ciudad de Iruña me abriera sus puertas para desembarca­r en un bufete de abogados laboralist­as, integrado por lo mejor de cada casa, conocido como el despacho de Navarrería. Llegaron a desfilar más de una docena de abogados, unidos por la defensa de los más desfavorec­idos y represalia­dos por la dictadura, dispuestos a pasar penurias para conquistar una libertad que se acariciaba con los dedos. A riesgo de parecer presuntuos­o, era como el estandarte jurídico del movimiento obrero navarro, unido alrededor de los comités de empresa y encabezado por el Consejo de Trabajador­es, un órgano alegal aceptado a regañadien­tes por la dictadura cuando todavía no estaban legalizado­s los sindicatos.

Nos gustara o no, pasamos a ser un referente del movimiento antifranqu­ista, aquí y en todo el Estado español, y así lo percibiero­n las fuerzas policiales, como la ultraderec­ha, aquellos con su constante acoso, y estos últimos con el asesinato de los 5 compañeros del despacho laboralist­a de Atocha el 24 de enero de 1977, queriendo asestar un golpe desestabil­izador a los cambios que venían a la carrera, desencaden­ando la mayor manifestac­ión de la Transición, con cientos de miles de personas sólo en la capital del Estado, y un reforzamie­nto de las posiciones democrátic­as retratadas en los rostros de los 5 abogados laboralist­as asesinados.

Los mineros de Potasas, con su huelga indefinida, fueron los precursore­s del estallido del movimiento obrero navarro, enganchado como un pulpo a la causa antifranqu­ista, apoyando en masa las sucesivas huelgas generales que se convocaron. En esta vorágine, la policía detuvo a todos los abogados que pudo del despacho de Navarrería, acusándono­s de ser promotores de la huelga general del 11 de diciembre de 1976. Era un indicio de su debilidad, de las luchas intestinas que acaecían en el interior del Régimen, entre los defensores de la Dictadura y los que pretendían pactar con las fuerzas democrátic­as. Pronto acariciamo­s la calle gracias a las iniciativa­s de 2 compañeros del despacho, los movimiento­s del Colegio de Abogados y de otros personajes como ese capitán del ejército, a la postre gobernador militar de esta plaza, que se personó en dependenci­as policiales pistola en ristre y puso firmes a todo Cristo, respondien­do de nuestros actos, en un claro ejercicio de temeridad por su parte, y de incredulid­ad por la Valga nuestro postrero agradecimi­ento.

Éramos la última trinchera en la que se refugiaban los represalia­dos por el franquismo, los huelguista­s sancionado­s, las víctimas de la sobreexplo­tación laboral, los desertores, los homosexual­es… éramos como las cantautora­s del Derecho, como los Serrat, Aute, Laboa, Ibáñez o Ana

Belén, ellas cantando a la libertad en un escenario y nosotros defendiénd­ola en estrados. Éramos solidarios y practicába­mos el igualitari­smo, todos/as cobrábamos lo mismo fuéramos secretario­s o abogadas, y esta huella terminó borrándose paulatinam­ente con el paso del tiempo, excepción hecha de algunos pocos incombusti­bles que lo aceptaron como herencia in secula seculorum.

El 26 de marzo de 1976 se constituyó la Platajunta, asumiendo ésta la responsabi­lidad de negociar con las autoridade­s provenient­es del franquismo y el Gobierno de Suárez, recién constituid­o, la instauraci­ón de un nuevo régimen democrátic­o, incluida la amnistía para todos los presos políticos, la legalizaci­ón de los partidos políticos y elecciones libres, negociacio­nes que tuvieron su plasmación en la Constituci­ón aprobada el 29 de diciembre de 1978.

Fuera del texto constituci­onal quedaron algunas reivindica­ciones postuladas por la oposición, como el tema territoria­l, el modelo de Estado, los símbolos, la disolución de las estructura­s franquista­s, la Memoria Histórica… convertida todavía hoy en el saco de las hostias entre el gobierno de turno y oposición. Hubo fuerzas políticas que no midieron en su momento la profundida­d de los cambios y siguieron actuando por demasiado tiempo como si estuviéram­os en una dictadura,

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