A tres bandas
Desde el inicio de la pandemia los profesores hemos estado jugando a un juego la mar de interesante. Éste consiste en rediseñar todas las sesiones de nuestras asignaturas para hacerlas adaptables a dos tipos de alumnado; el alumnado habitual que acude a clase y el alumnado que, confinado, debe seguir las lecciones desde casa. Es cierto que las nuevas tecnologías han facilitado esta labor, y que la asignación de chromebooks del Gobierno de Navarra también ha contribuido.
No obstante, este juego ha perdido la gracia estas últimas semanas, pues es todo menos divertido. Los profesores estamos cansados, quemados, extenuados. Puede que suene repetitivo, victimista e incluso exagerado, pero paso a relatar cómo se están desarrollando mis sesiones desde que ha empezado el año para que mi queja (y cada día la de más compañeros) cobre sentido para el ciudadano no docente.
El juego se ha complicado hasta rozar la locura. Estos días en mis sesiones imparto clase a tres bandas: en primer lugar doy la clase a los alumnos que están en el aula (no son pocos, y cada uno tiene sus necesidades y sus ritmos, recordemos esto. Pero el tema de la ratio mejor lo dejamos para otro momento). Al mismo tiempo, conecto a través de mi ordenador con los alumnos que están confinados (ya no solo los que tienen covid, sino los contactos estrechos, los que tienen gastroenteritis pero pueden conectarse, los que se ausentan por razones que desconozco...). Aquí la cosa se complica: conecta el ordenador, prepara el meet para que entren a la clase virtual, comparte pantalla con la pizarra de clase pero también con los alumnos que están en sus casas. “No veo la pizarra”, “no se oye bien”, “¿qué hacemos si no tenemos la ficha?”. Mientras resuelvo estos problemillas la clase se alborota. Y, por si no fuera suficiente, entra en juego la tercera banda, el tercer componente de este entretenido jueguecito: los alumnos que tienen que hacer algún examen pendiente porque en su día no pudieron hacerlo por estar confinados o vaya usted a saber por qué. Saco a los alumnos al pasillo con la mesa y la silla para que puedan hacer el examen con un poco de tranquilidad. A estas alturas lo que menos me preocupa es que saquen un chuletón y copien el examen entero. Por tanto, ahí estoy yo, profesora entusiasmada y motivada, atendiendo a la clase alborotada, a los alumnos desde sus casas con sus problemas y/o dificultades técnicas y a los pobres rezagados que hacen el examen en el pasillo. El estrés se incrementa con el avasallamiento de correos con el mismo asunto: “Menganito confinado hasta el miércoles que viene”. Debemos saber quién está enfermo, quién sólo está confinado pero dispuesto a trabajar online, quién viene tal día de la semana, a quién le falta tal examen ....
Y no puedo más. Mi entusiasmo y mi motivación se desvanecen a ritmo acelerado.
No puedo sostener la situación hasta junio, así no. Si lo preocupante fuese la pérdida de mi entusiasmo y mi motivación no me habría animado a escribir estas líneas, pero es el resultado del juego lo que se torna preocupante; las clases están siendo caóticas y, por tanto, la calidad de la educación languidece. Salgo del instituto con la sensación de haber hecho mal mi trabajo, acelerado, desordenado y, en definitiva, insuficiente. Es el hastío quien está trabajando por mí, no yo.
Estamos cansados. Hemos tenido suficiente juego, queremos que acabe este recreo y volver a la normalidad de las clases.
Marina Garcia Profesora de Biologia en Educación Secundaria