Hasta la vista, mascarilla en exteriores
AHORA NO, AHORA SÍ – Hace apenas diez días, el Gobierno español consiguió que el Congreso convalidara el Decreto sobre la obligatoriedad de usar mascarillas en exteriores gracias a la pillería de incluir en la misma votación la actualización de las pensiones. 48 horas más tarde anunció, en un triple tirabuzón marca de la casa, que desde hoy quedaba sin efecto la medida. El tatatachán, que ya ni siquiera nos sorprende, se corresponde con el errante comportamiento que desde el principio de la pandemia han mantenido las autoridades sanitarias respecto a los tapabocas. Si hacen un poco de memoria, recordarán que en las primeras semanas de la pesadilla, cuando era imposible encontrarlos, se nos aseguraba que eran casi del todo innecesarios para la población en general. Su uso procedía en centros hospitalarios y, como mucho, en caso de flagrante contagio. No hay que esforzarse mucho para buscar en los archivos las cajas destempladas con las que el bienamado Fernando Simón despachaba a los periodistas que preguntaban por la cuestión.
CAMBIO DE DOCTRINA – Cuando los talleres chinos se pusieron a producir mascarillas a destajo y se rompió el desaprovisionamiento, el cuento cambió. El arriba nombrado Simón reconoció con su desparpajo habitual que nos había mentido por nuestro bien y estrenó la nueva doctrina oficial, según la cual, el uso de las mascarillas era la piedra angular para mantener el virus a raya. Había que llevarlas a todas horas y en cualquier circunstancia, tanto en espacios cerrados como a cielo abierto, y en este caso, lo mismo en una calle transitada que en un sendero desierto en medio del monte. ¿Y de qué tipo? Ahí también nos han ido liando cosa fina. Primero valía casi cualquiera, luego solo las quirúrgicas, después las FFP2 y si podía ser las FFP3, un poco más tarde que dependía del momento y el lugar y, finalmente, que cada cual se buscara la vida.
Y OTRA VEZ – Poco antes del verano pasado, en el primer finiquito fallido de la pandemia, las mascarillas dejaron de ser obligatorias en exteriores. Creímos que pronto ocurriría lo mismo en interiores. Pero en eso llegó la variante ómicron y mandó parar. Apoyándose en la explosión de contagios, y probablemente para que pareciera que se hacía algo, de nuevo se decretó la obligatoriedad de llevarlas en la calle… hasta hoy. Conste que anoto todo esto con espíritu puramente descriptivo. Nada tengo contra la mascarilla. Al contrario, creo que le debo no haber pasado ni el covid ni un leve catarro en dos años. Pero habría agradecido un poco menos de confusión.●