Ravel y el París años 20
EL NIÑO Y LOS SORTILEGIOS
Obra: adaptación de la ópera de Ravel sobre libreto de Sidonie Collette. Intérpretes: Julia Blasco, Petrica Aryton, Nerea González, María Ruiz, Imanol Gamboa, al frente del reparto. Piano y dirección musical: Leyre Lisarri. Raúl Mercero, percusión. Paula Ayerra, flautín y flauta. Borja Ruiz, trombón. Rosa Bermejo, violín. Dirección escénica: Mercedes Castaño. Dirección vocal: Carmen Arbizu. Escenografía, vestuario: Mercedes Castaño, Opera Cámara de Navarra. Conservatorio Superior. Lugar y fecha: Auditorio. 12 mayo de 2022. Público: lleno (gratis).
Dentro de las celebraciones del décimo aniversario de la Ciudad de la Música, la clase de canto del Conservatorio Superior ha puesto en escena una adaptación de El niño y los sortilegios de Ravel. Apuesta arriesgada, no cabe duda, tanto desde el punto de vista vocal, como desde el escénico; precisamente porque, su argumento –el niño que se enfada, rompe todo, y todo se le vuelve en contra–, da pie a constantes cambios de cuadros escénicos, con unos personajes-cosas a los que hay que dar vida. Pero la cosa salió, en general, bien. La parte instrumental funcionó muy bien, sobre todo con la base pianística de Leyre Lisarri, a la que daba gusto escuchar en este Ravel tan etéreo, a veces, y, a la vez, tan descriptivo de abruptas reacciones. La parte vocal –dependiendo de la mayor o menor calidad de las voces– estuvo siempre bien concebida; desde luego esta obra, en cuanto al estilo, hay que cantarla así: una potente declamación, no exenta de agudos comprometidos, que, de vez en cuando, se apacigua en fragmentos líricos melancólicos y meditativos. Y la producción juega con atrezzo y vestuario rico, en un escenario que no admite tramoya y un poco lastrado –espacialmente– por estar ocupado, en parte, por la orquesta.
Julia Blasco compone un niño protagonista travieso y ágil, con un plus de danza que sorprende en los giros; vocalmente cumplió bien; quizás le pedimos un poco más de volumen. María Ruiz, tanto en el rol de madre, como en el de princesa, luce una voz potente, con cuerpo, bien sostenida en todo el fraseo –que es peliagudo, a veces por su planicie-, sin decaer; y valiente en los agudos. Nerea González (Taza y gata), también solucionó bien sus papeles; y su voz se impone al ir y venir del ajetreo escénico. En general, funcionaron mejor las voces femeninas que las masculinas, aunque la voz de Petrica Aryton sí que dio empaque a su rol de árbol, luciendo una voz suficientemente grave. El resto, cumplió.
Vino muy bien añadir a la base pianística fundamental, la tímbrica del trombón, con su parte muy bien hecha en el fragmento de la taza; del flautín y la flauta , que aporta misterio; del violín y la percusión, con el detalle cómico, este último, de la “flauta toy”, o algo así.
Se ve el esfuerzo de puesta en escena, con un vestuario sobrepasado a las telas, y representativo de bosques y cosas. Supongo que es imposible despejar el escenario de los instrumentos, pero eso hubiera dado otro lucimiento. Incluso algunos elementos podían haber permanecido más tiempo en escena. Hay detalles, como la jaula de la princesa, que dan espectáculo; por el contrario, el intento de baile folklórico queda un tanto constreñido. En todo caso, la función tiene su magia, y efectivamente, el niño –malísimo– cura la herida que ha hecho y, con el concertante final se hace bueno.
Fue una sesión muy pedagógica. Berta Pérez-caballero dio una lección magistral sobre el París de los años veinte, y sobre la música de Ravel: colorista, precisa, sensible, ordenada, pura… a decir de Falla.