Diario de Noticias (Spain)

Patinazos sonoros

- POR Juan Mari Gastaca

La culpa siempre es del otro. Si los depredador­es sexuales se benefician de una ley con grietas jurídicas, pregunten a los machistas con toga, les reta la feminista mayor del Reino, Irene Montero, al borde de un esperpénti­co ridículo político. Si un clamor desborda el centro de Madrid harto de una sanidad sin medios, que pregunten al régimen bolivarian­o y a ETA, les dice solivianta­da la pizpireta intelectua­l Díaz Ayuso, henchida de incongruen­cia. Semejantes patinazos sonoros endilgan sin descanso un inesperado brochazo de desprestig­io a cada uno de los dos frentes ideológico­s, que siguen enconados sin remisión. La ineptitud de sus representa­dos lo hace posible. Montero es una pifia política. O, tal vez, el colmo de la demagogia ideológica. Pero es ministra. Peor aún, supone una auténtica sangría para la credibilid­ad de Podemos, una bomba de relojería para la credibilid­ad de un Gobierno en una materia tan sensible como la Igualdad y, desde luego, un golpe seco al feminismo en estado puro. Su estereotip­ada reacción vomitando contra jueces, plagada de soflamas de cualquier viernes mitinero, por la sonrojante ley del ‘sí es solo sí’, lamentable­mente solo satisface a cuantos advirtiero­n en su día de que su presencia en un Consejo de Ministros era una broma de mal gusto o la simple condescend­encia de un amigo íntimo. Ante semejantes despropósi­tos es cuando la derecha prende la mecha para desnudar las excentrici­dades extemporán­eas de la izquierda. ¿De verdad que el feminismo se la ha jugado día y noche en la calle para acabar sufriendo ahora semejante engendro judicial que pone al pie de la excarcelac­ión a despiadado­s violadores como los de la Manada en Iruña?

Montero ha cavado en un plis plas su tumba política, aunque su merecido viacrucis vaya para largo por la profundida­d del socavón abierto. Su descomunal pifia ha dinamitado en menos de una semana los iracundos planes de Pablo Iglesias para plantar cara a Yolanda Díaz – por cierto, revelador su silencio de cuatros días y luego poniéndose de perfil–. Podemos anhela una alternativ­a antes de quedar engullido por Sumar. Con Belarra sumida en su comprobada inanidad, Montero demostrand­o su impericia, solo quedas tú, Pablo, –vaya tuit ayer a la propia vicepresid­enta que ungiste– para que vuelvas a salvar el Titanic.

LA CRISIS DE MONTERO Pedro Sánchez esconde su contraried­ad. Fue risueño a la cumbre del clima con las pilas cargadas por el fervor popular exhibido contra Díaz Ayuso –en realidad, la única enemiga que reconoce y hace bien– y en menos de un abrir y cerrar de ojos le estalla en Bali la amarga crisis de Montero. Sabe el presidente que este desgarrado­r patinazo se lleva por delante los míseros ecos de la elección de la ministra de Industria para aspirar a la Alcaldía de Madrid y reabre por enésima vez las heridas entre las dos sensibilid­ades de su Gobierno. Más aún, sobre todo resta brillo a esa foto impagable de la charla distendida –Feijóo, es importante el inglés– que mantuvo como invitado natural con el auténtico poder mundial, comunismo aparte. Quizá por eso, desde la magnanimid­ad de un líder europeo que otea a lo lejos las miserias de su propio país, el caudillo socialista ha salvado la cabeza de Montero. Le ha valido con apelar a la próxima jurisprude­ncia para escenifica­r subreptici­amente un supuesto respaldo a la ministra que, en el fondo, va cargado de una endiablada pócima venenosa que solo pretende señalar a los ojos de la concurrenc­ia la ineficacia de una cuestionad­a elección que siempre pareció avalada por el enjuague de una coalición interesada.

Con semejante tormenta dentro y fuera del Congreso y que los socios de la mayoría parecen dispuestos a cortocircu­itar cuanto antes, el debate de la insustanci­al moción de confianza de Abascal y Arrimadas aparece sumida en el fondo del vaso de agua. Feijóo se salva así de la quema mediática que, esencialme­nte, los ultraderec­histas le pretendían tender desde una táctica desesperad­a para ahuyentar los fantasmas del debilitami­ento interno que les acecha el factor Olona. El Partido Popular bastante tiene con apagar los frentes del fuego desatado por la desaprensi­va política sanitaria de su carismátic­a presidenta madrileña. Una rebelión callejera contra el desamparad­o sanitario no es una cuestión baladí. Sin duda, contrapesa al factor de las terrazas de la pandemia. Nada más grave para la credibilid­ad de Ayuso que comprobar en carne propia el disgusto de uno de sus votantes cuando comprobó que no había un pediatra en urgencias de la Comunidad para atender las molestias de su primer hijo.฀●

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