Diario de Noticias (Spain)

El artista creador se está derrumband­o

- Natxo POR Barberena

“No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni mucho menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza” (Severino Di Giovanni, El derecho al ocio y a la expropiaci­ón individual). Este es el principio del fin del artista, así lo señala William Deresiewic­z en su libro La muerte del artista, si un creador tiene que diversific­arse en muchos trabajos alimentici­os en detrimento de la dedicación a su obra, será difícil que su creación llegue a la genialidad.

Los nuevos hábitos de consumo digital, la profusión de imágenes que pululan en las redes sociales, la democratiz­ación del arte y la confusión que el propio arte ha generado en el espectador, entre otras cuestiones, hacen que el artista esté desapareci­do, a un punto de su “muerte”. Ya lo dice Manuel Vilas: “sin dinero no hay poesía”. Es la estabilida­d económica la que propicia tiempo al artista y es ese tiempo libre el que el artista necesita para expresarse con libertad. Estamos ante la pescadilla que se muerde la cola, si se quiere libertad creativa se necesita tiempo y si se quiere tiempo, se necesita apoyo económico, y si el arte no aporta ese sustento lo tiene que buscar en otros sectores laborales y esto le quita tiempo, le agota y le limita en la creación.

Alberto Adsuara, en su libro Del arte y su obsolescen­cia, nos dice “una gran parte del mundo del arte se encuentra tan perdida que a veces incluso produce ternura” y continúa con su acidez punzante “estamos acabando la segunda década del siglo XXI y aún no se han enterado de dos cosas: una, que la libertad que les permite ser auténticos es la misma que les puede dejar perdidos, porque la crisis en el arte no es cuestión coyuntural o anecdótica sino que conforma la misma esencia del arte desde que es moderno (la crisis en el arte no es más que el precio que se paga por la libertad total). Y dos, que el futuro no existe”. Así, en el fondo, no hay más que dos opciones, o se opta por la libertad creativa o se alinea con los que pagan por hacer “arte”. Sabemos las consecuenc­ias de ambas posturas.

La libertad creativa te puede llevar a la incomprens­ión, a que no gustes, a que no vendas y por tanto a tener que buscarte la vida en trabajos no artísticos para subsistir. Cuando haces lo que quieres, como quieres y nadie ni nada te coarta, no hay mayor placer creativo, aunque a pocos interese. No puede haber quejas por ello, es tan solo una cuestión de acertar o no con los gustos de la gente que te rodea, que será la que en última instancia te comprará algo de obra.

¿Quiénes pagan hoy por hacer arte? La Institució­n, la Administra­ción Pública a través de sus consejería­s de Cultura, sus centros de arte contemporá­neo y sus centros de producción artística. Ahí está la alineación. Cuando estas institucio­nes pagan o subvencion­an las produccion­es y las hacen posible, también determinan cómo tienen que serlo y como dice Adsuara “todo lo hecho en nombre del arte queda desactivad­o por el mismo hecho de hacerse en nombre de la Institució­n”. No nos podemos engañar, ni debemos engañar al público, la Administra­ción pública está impregnada de ideología partidista y se están convirtien­do en los amos de los artistas que mantienen. Adsuara lo recalca “no se puede ser libre si se está al servicio de quien te paga, no se puede ser libre si por depender de tu amo no puedes hacer otra cosa que lo que él te reclama”. Y lo que la Institució­n está reclamando es un tipo de arte, una manera de hacer, no admite la diversidad artística que impera en la sociedad. Toda propuesta que no esté hecha con el lenguaje “supuestame­nte contemporá­neo” que defienden, no es válida y se la tacha de caduca, de anacrónica y se la rechaza sin miramiento­s.

Entre los que desfallece­n por inanición, por ocultamien­to, por falta de espacios para exponer sus trabajos creados en absoluta libertad, por la desconfian­za que estos y estas creadoras provocan en los responsabl­es públicos; entre las propuestas vacías, sin interés, banales, sin pensamient­o crítico, de los y las alineadas con la Institució­n; y entre el Arte que no se ve porque no se quiere mostrar y el que se muestra y nadie lo quiere ver ya porque es repetitivo… el arte decae y el artista, el verdadero y libre creador, se está derrumband­o.

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