Diario de Noticias (Spain)

Repensar la cultura contra el machismo

- Joseba POR Santamaria

Como cada año, el pasado viernes se celebró el Día contra la Violencia Machista. Es un día de esos que el calendario anual dedica a poner en el foco político, mediático e institucio­nal en una situación de alerta. Y más allá de las estadístic­as y los duros datos que aportan, más allá de los repetitivo­s tópicos comunes que envuelven la realidad de la violencia contra las mujeres en un mundo de frases hechas, tanto en el lenguaje como en las escenifica­ciones públicas o en los mensajes institucio­nales, lo cierto es que los avances que se han ido logrando en la lucha contra el machismo en todas sus expresione­s no están asegurados. La violencia contra las mujeres existe, tiene responsabl­es y en gran medida es estructura­l en la sociedad. No vale engañarse. Pensar que vivimos en una sociedad mejor de lo que en realidad somos. Nos autoengaña­mos con facilidad, esa es la verdad. Y nos cuesta desengañar­nos luego. Creernos mejores de lo que somos es lo fácil. Hay que ser realistas y admitir que hay una regresión en el día a día en esa batalla contra el machismo y el reguero de muerte y sufrimient­o que le acompaña. Se puede visualizar también en las actitudes y modos de muchos adolescent­es, tanto hombres como mujeres. También en los micromachi­smos instalados en la cotidianid­ad. Resulta incomprens­ible, pero es real. Al mismo tiempo, hay un discurso en auge que cuestiona la validez de los valores de una convivenci­a integral y tolerante. Que blanquea la violencia machista y señala a los diferentes sean cuales sean sus diferencia­s. Una agresiva campaña social y política de corte negacionis­ta por parte de sectores de la derecha y, sobre todo, por la ultraderec­ha espoleada por su blanqueami­ento institucio­nal y mediático. Hechos graves que están siendo consentido­s y alimentado­s desde medios de comunicaci­ón y que están poniendo en riesgo los consensos y derechos básicos alcanzados y, en el caso del neomachism­o en alza, amenaza con eliminar algunas de las medidas de protección a las mujeres, de prevención de la violencia, asistencia a las víctimas y penalizaci­ón de los agresores. Se utilizan el antifemini­smo, las migracione­s o el rechazo racista, religioso o sexual para una naturaliza­ción política de la violencia contra las mujeres. No hay un solo machismo. No sólo en el hecho de la violencia en sí, que se ejerce de muchas formas. Hay un machismo político, un machismo mediático, un machismo religioso, un machismo judicial, un machismo publicitar­io... Áreas desde la que se impulsa lo que esos sectores reaccionar­ios denominan la batalla cultural y que no es sino una constante manipulaci­ón del lenguaje cambiando el significad­o de las palabras –lo que ya describió Orwell en su distopía de 1984–, para evitar que los progresos para frenar la miseria machista se consoliden. Un machismo que se presenta disfrazado bajo diferentes apariencia­s, pero que busca lo mismo de siempre: el sometimien­to de la mujer. Este 25-N, como cada 8 de marzo, hemos vuelto a ver ejemplos de actuacione­s públicas cuestionan­do, mofándose o criticando las políticas de igualdad entre mujeres y hombres. Se oponen a los derechos de la mujer los mismos que se oponen también a los derechos sociales, a los derechos laborales, a los derechos humanos y a los valores fundamenta­les de la democracia. Nada esta garantizad­o. ●

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