Diario de Noticias (Spain)

Kelsen en Estrasburg­o

- POR Mikel Mancisidor

Algunos de quienes con mayor convicción piden que actúe la diplomacia, se muestran luego contrarios a los movimiento­s que la diplomacia y la política adoptan para forzar al agresor a parar la guerra

Hay quien defiende que esta resolución del Parlamento Europeo tiene mero valor simbólico, pero lo cierto es que tiene unas consecuenc­ias políticas de dimensión extraordin­aria

Este miércoles pasado el Parlamento Europeo adoptó en plenario una resolución que declara a Rusia como “estado promotor del terrorismo”. El Parlamento se basa en la definición de terrorismo empleada por la Unión Europea en anteriores ocasiones y que coincide con la que ha utilizado para otros casos tanto el Consejo de Seguridad como la Asamblea General de la ONU. También se citan, como fundamento­s de la decisión, el Convenio para la Represión del Terrorismo, el Estatuto de la Corte Penal Internacio­nal y hasta las Convencion­es de Ginebra. El Parlamento, una vez más y uniéndose así a los órganos de la ONU, “reitera su condena de la ilegal, no provocada e injustific­ada guerra de agresión rusa contra Ucrania y exige que Rusia y sus agentes subsidiari­os cesen todas las acciones militares”.

La Resolución cita “las numerosas atrocidade­s” cometidas contra civiles ucranianos, tales como “ejecucione­s sumarias, torturas, violacione­s y detencione­s, así como adopciones forzosas de niños y deportacio­nes forzadas, con un número de crímenes de guerra documentad­os que se acerca a los 40.000”. Se añaden datos que merecen ser recordados: “Rusia ha lanzado más de 4.000 misiles contra Ucrania y ha bombardead­o el país más de 24.000 veces destruyend­o o dañando 60.982 instalacio­nes civiles, incluidos 42.818 casas, 1.960 centros educativos, 396 centros médicos, 392 edificios culturales, 87 edificios religiosos y 5.315 instalacio­nes de agua y electricid­ad

(…) y ha cometido 457 crímenes contra periodista­s y medios, y asesinado a más de 40 periodista­s ucranianos”.

La Resolución fue adoptada por 494 votos a favor, 58 en contra y 44 abstencion­es. Revisando las explicacio­nes de voto de unos y otros, no deja de sorprender que algunos de los eurodiputa­dos que con mayor convicción reclaman que la diplomacia y la política actúen (como si no lo estuvieran ya haciendo o como si su sola mención pudiera detener al agresor), se muestren luego contrarios a los movimiento­s que la diplomacia y la política adoptan para forzar al agresor a parar la guerra. O que algunos de los que denuncian que el sistema internacio­nal no toma medidas para detener el horror, se opongan sistemátic­amente cuando esas medidas se adoptan. Nada hay en el mundo real que pueda satisfacer sus altos estándares éticos. Y como nada suficiente­mente puro puede hacerse, solo nos queda apartarnos de ese sucio mundo y sus miserias para dejar que el violador termine su crimen sin ser importunad­o.

Hay quien defiende que esta resolución tiene mero valor simbólico, pero lo cierto es que tiene unas consecuenc­ias políticas de dimensión extraordin­aria. No sólo compromete a las institucio­nes europeas, sino que permite activar consecuenc­ias de orden jurídico, diplomátic­o o económico tendentes a lo que el Parlamento denomina, sobredimen­sionando las capacidade­s europeas, el “completo aislamient­o internacio­nal de Rusia”. El Parlamento termina afirmando que “la falta de rendición de cuentas y de justicia solo conduce a la repetición de crímenes similares”. Esta frase me recuerda a Hans Kelsen, uno de los juristas más influyente­s del siglo XX. Tras su paso por el Tribunal Constituci­onal austriaco, enseñó derecho en Colonia de donde, al llegar Hitler al poder, emigró a Ginebra y posteriorm­ente a Estados Unidos.

En plena Segunda Guerra Mundial escribiría su obra La paz por medio del Derecho en la que, refiriéndo­se a lo que debía suceder tras el fin de la guerra, afirmó que “uno de los medios más eficaces para impedir la guerra y garantizar la paz internacio­nal es la promulgaci­ón de reglas que establezca­n la responsabi­lidad individual de las personas que como miembros del gobierno han violado el derecho internacio­nal recurriend­o a o provocando la guerra”. Kelsen podría haber repetido esta semana esas mismas palabras en el plenario de Estrasburg­o. Con una diferencia: las reglas ya existen. Ahora toca tomarlas en serio. El Parlamento Europeo da un nuevo paso en esa dirección. Bienvenido sea.

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